El domingo de Pentecostés en la celebración de la Eucaristía se apagó solemnemente el Cirio Pascual, ese cirio que llevaba iluminándonos de forma constante cincuenta días, desde la maravillosa noche en que fue encendido en la hoguera de los ramos; no pude evitar sentir pena, es esa misma sensación que te invade justo cuando acaba una fiesta y tienes que volver a tu día a día, en la Iglesia ese día a día se llama el Tiempo Ordinario.
Las explosiones de alegría en la Pascua son tantas , tan frecuentes y tan hermosas que todo nos indica que estamos de celebración, las vestiduras de los Sacerdotes, las flores en los Templos, las Misas cantadas, de manera que cuando volvemos al Tiempo Ordinario nos quedamos un poco paralizados, un poco tristes, la sensación que nos invade al encontrarnos el Cirio Pascual de nuevo junto a la Pila Bautismal al fondo del Templo y el ver nuevamente vestirse de verde al Sacerdote nos recuerda que todo vuelve a la normalidad, pero ¿Qué sería de las celebraciones si no existiese el Tiempo Ordinario?, dejarían de tener sentido puesto que una celebración constante deja de serlo.
Comprendemos entonces que ahora nos toca empezar de nuevo integrando aquellos días en los que no se celebran acontecimientos centrales de la vida de Cristo. Este tiempo ocupa la mayor parte del año, si bien en dos períodos separados entre sí. El primero se inicia tras el tiempo de Navidad y termina antes del Miércoles de Ceniza el segundo comienza después del tiempo de Pascua y llega hasta antes del primer domingo de Adviento. Su duración es de 33 o 34 semanas, según el año. Durante el Tiempo Ordinario se usan vestiduras de color verde, menos en las celebraciones (memorias, fiestas, solemnidades) que exigen otros colores.
En estas semanas, la Iglesia medita el Evangelio de Jesús, su predicación previa a su Pasión, durante los domingos se van leyendo en un ciclo de tres años los Evangelios, en el Ciclo A se lee el Evangelio de San Mateo, en el Ciclo B el Evangelio de San Marcos y en el Ciclo C el Evangelio de San Lucas, es de esa manera que a lo largo del año se sigue una lectura bastante completa de los tres Evangelios sinópticos y vamos conociendo poco a poco y paso a paso la vida de Cristo.
Siempre existe espacio en el Tiempo Ordinario para otras fiestas y solemnidades del Señor y de los Santos: es el caso de la fiesta de la Santísima Trinidad que se celebra el próximo Domingo, es decir el siguiente después de Pentecostés; es maravillosa la fiesta de Corpus Christi, tradicionalmente el jueves siguiente a la Trinidad, pero en la mayoría de los casos, trasladada al domingo; y la fiesta también especial del Sagrado Corazón de Jesús, que se celebra el viernes después de la antigua octava de Corpus, por tanto, la semana después de esta fiesta.
Pero no olvidemos que cada domingo sigue conmemorándose, desde tiempos apostólicos, la Resurrección de Cristo, siendo ya motivo suficiente de festividad y alegría.