“Cuarenta días después de su Resurrección, Jesucristo fue elevado al cielo en presencia de sus discípulos, sentándose a la derecha del Padre, hasta que venga en su gloria para juzgar a vivos y muertos” (Elogio del Martirologio Romano)
Cristo asciende glorioso y victorioso al cielo. El Padre ha acreditado a su Hijo Jesús resucitándolo de entre los muertos y glorificándolo. Cristo Resucitado ha entrado en el Santuario celestial como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre.
¡Contemplemos el Misterio de la Ascensión del Señor con ojos de fe y de agradecimiento, de alegría y de esperanza!
San Lucas nos cuenta dos veces la escena de este acontecimiento:
– Una: como final de su Evangelio
– Otra: como inicio en su Libro de los Hechos de los Apóstoles
Y ello porque la Ascensión es el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia.
Celebrar la Ascensión no es quedarse estancados contemplando el azul celeste o mirando a las estrellas, no es vivir de brazos cruzados pensando en la estratosfera, no es suspirar por cielo nuevo y una tierra nueva creyendo que en este mundo vivimos una ausencia que engendra tristeza. La Ascensión es sobre todo un envío y un compromiso: “Ser Testigos”. Es el encargo del Señor: “Seréis mis testigos”.
La Ascensión del Señor nos anuncia la Salvación prometida por Jesús y muestra la riqueza de gloria y la esperanza a la que estamos llamados como miembros del Cuerpo glorioso de Cristo.
Nosotros no formamos un cuerpo muerto, ni un grupo de amigos nostálgicos, nosotros formamos la Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo animado por el Espíritu Santo que nos envía el mismo Cristo desde el Padre para continuar su obra y misión.
Jesús al ascender al cielo les dice a los Apóstoles y nos dice a nosotros: “seréis mis testigos” , como El fue testigo del Padre y el Espíritu es el el gran testigo a favor de Jesús.
Por ello nosotros hemos de anunciar nuestra fe en Jesús vivo y salvador de todos los hombres con valentía, con nuestras obras y palabras, colaborando activamente en y con la misión de Jesús pues no podemos quedarnos mirando al cielo (con la vista perdida) pero tampoco clavados en lo pasajero o incluso creyendo que la Iglesia es una ONG.
Jesús envía a sus discípulos, nos envía a nosotros para que sean sus testigos en el mundo ante los demás. No nos avergoncemos nunca del Señor ni de su Evangelio.
¡Proclamemos con pasión y alegría el gozo del Evangelio, colaboraremos en transformar este mundo según los designios de Dios!
¡Invoquemos al Espíritu Santo para que nos dé las fuerzas que necesitamos!
Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones de amor y de misericordia y aumenta nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad.
María nos acompañe como acompañó a los Apóstoles en los comienzos de la Iglesia.