El tiempo Pascual que estamos celebrando, como un solo día, como un solo domingo de cincuenta días, es un tiempo que nos desborda si lo vivimos y celebramos con plena conciencia de lo que en él estamos recibiendo. Recibimos la inmensidad del Don de Cristo, que nos inunda con sus Dones; la Paz, la Alegría, el Amor y la Misericordia.
En este Domingo con toda la Iglesia, pedimos que este Misterio de Cristo Resucitado y los Dones que recibimos “transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras”.
El hombre pascual, la mujer pascual, el hombre nuevo que hemos de llegar a ser es un hombre, una mujer, muy unido, y vinculado, a Cristo, nuestro Señor Resucitado. Tiene una fe auténtica y fuerte en Él, un amor profundo a Él. Y este amor, esta unión con Cristo debe manifestarse en la vida de cada uno. Es lo que nos recuerda el Evangelio en este sexto Domingo de Pascua: “El que me ama guardará mi palabra. Y el que no me ama no guardará mi palabra”. Cristo nos promete la presencia de Dios en nuestros corazones: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Nuestras almas son templos de Dios, es el misterio de la Inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo, que se convierte por gracia en morada de Dios, en templo vivo de Dios en el mundo. Vivamos este misterio en nuestro mundo. Celebremos este misterio en nuestra vida diaria.
Jesús hoy también nos da la paz: “la Paz os dejo, mi Paz os doy: no os la doy como la da el mundo”. Son palabras que llenan de fuerza y de confianza. Si nuestro corazón de creyentes está lleno de la paz del Señor Resucitado, no queda espacio para la tristeza y la soledad. Las tribulaciones y las contrariedades de este mundo no pueden hundir a los que han vencido al mundo gracias a la fe en Jesús Resucitado. Acoger en nuestras vidas el Don de la Paz de Jesús Resucitado debe notarse y ha de manifestarse en nuestras relaciones de los unos con los otros, luchando por un mundo en paz donde esté desterrado el odio, el desamor y donde reine el amor de Dios para con todos.
Y Jesús hoy nos promete el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Gran Regalo que el Señor, vencedor de la muerte, hace a su Iglesia, nos hace a cada uno de nosotros. Nos pone en pista esta Promesa para prepararnos a Pentecostés implorando venga sobre nosotros el Espíritu Santo. Y hemos de hacerlo en compañía de María, nuestra Madre. Ella acompañó a los Apóstoles en el primer Pentecostés de la Historia y hoy nos acompaña a nosotros.
Pongámonos en actitud orante y acompañados de María imploremos el Don de un Nuevo Pentecostés sobre toda la Iglesia, sobre cada uno de nosotros y sea nuestra súplica: Envíanos, Señor tu Espíritu y no dejes de obrar en el corazón de tus fieles las mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica.”