( V Domingo de Pascua)
Seguimos celebrando la Pascua, el Misterio central de nuestra fe. El Señor nos invita ,en este Domingo, a ser testigos de su Misericordia amando como Él nos ha amado y mostrando así que somos sus discípulos.
El amor tiene que ser “signo del creyente en Jesús Resucitado”. El amor fraterno ha de ser signo del seguimiento de Jesús. Nuestra vida de cristianos no sería tal sino pone de manifiesto el amor a Dios y a los hombres.
Los cristianos no nos podemos dejar llevar por el egoísmo y el individualismo y sólo preocuparnos de nosotros mismos. Como creyentes hemos de sentir el inmenso amor que Dios nos tiene y que se pone de relieve en la entrega de Cristo por cada uno de nosotros, de ahí que el Mandato que el Señor nos hace en este V Domingo de Pascua vaya precedido del Don del Amor que Él nos da con su entrega, y por eso nos dice: “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado” El “como yo” es muy importante porque se trata de amar al estilo del Señor, de amar según el Don que Él nos ha dado primero, un amor hasta dar la vida, un amor sin media.
A través de este Mandato el Señor nos llama a dejarnos transformar por Él, a que la vida nueva que brota de su Pascua nos inunde, nos empape, nuestros corazones transformándolos y que nuestros criterios, comportamientos y nuestras relaciones sean según las actitudes y sentimientos de Jesús.
Este Año de la Misericordia ha de ser un momento de Gracia para experimentar este amor pues Jesús, Rostro de la misericordia del Padre nos amó y nos sigue amando:
– Curando las heridas de nuestra alma y de nuestro cuerpo
– Perdonando nuestros pecados
– Dándonos su mano misericordiosa para levantarnos de nuestras caídas
– Abriendo nuestros ojos para que veamos
– Instituyendo los Sacramentos para nuestra Salvación
– Dándonos su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía
– Siendo nuestro Camino, Verdad y Vida
– Entregando su vida en la Cruz y Resucitando
Desde esta experiencia del amor del Señor para con nosotros hemos de vivir el amor para con los demás, pues el amor fraterno que estamos llamados a vivir ha de asemejarse al amor de Cristo por nosotros: un amor gratuito, sacrificado, desinteresado, verdadero y ¡tengámoslo en cuenta!, éste será el fruto del verdadero cristiano unido al Señor.
Es su mismo amor derramado por su Espíritu en nuestros corazones el que nos da esta posibilidad. Podemos aquí recordar unos versos de San Juan de la Cruz cuando dice: “Mi alma se ha empleado/ y todo mi caudal en su servicio/ ya no guardo ganado/ ni ya tengo otro oficio , que ya sólo en amar es mi ejercicio.
Hermanos y Amigos, El Espíritu de Cristo Resucitado nos renueve con sus Dones y nos ayude a vivir el Mandamiento del Amor como programa de vida y la Celebración de la Eucaristía así como la Adoración del Santísimo Sacramento sean Fuente donde nos alimentemos para poner este Amor por obra y así reconocidos como discípulos del Resucitado.
Con toda la Iglesia recemos pidiendo el don del Amor:
“Te rogamos, Señor, que inflames nuestros corazones con el Espíritu de tu amor
para que pensemos y obremos según tu voluntad y podamos amarte en los hermanos con sinceridad de corazón.”
(Del Misal Romano, para pedir la Caridad)