DESCANSAR EN EL SEÑOR Y VIVIR LA COMPASION
Seguimos adentrándonos en el conocimiento del Misterio de Cristo de la mano del Evangelista San Marcos. Comenzábamos a contemplar, meditar, reflexionar el domingo pasado sobre la etapa de la Misión. Y contemplábamos el domingo pasado que Jesús envió a sus discípulos. Nos envió a cada uno de nosotros.
En este domingo la Palabra de Dios nos vuelve a proponer un tema fundamental y siempre fascinante de la Sagrada Escritura: se nos recuerda que Dios es el Pastor de la Humanidad. Esto significa que Dios quiere para nosotros la vida, quiere guiarnos a buenos pastos, donde podamos alimentarnos y reposar, descansar. Quiere también decir que se preocupa por nosotros, que está atento a nuestras necesidades y a toda nuestra vida.
La Eucaristía de cada domingo, como reflexionábamos el domingo pasado, es punto de partida hacia la misión que Cristo nos confía, que confió a su Iglesia, de llevar la Buena Nueva del Amor de Dios a todos los hombres. Pero también es punto de llegada, un punto de encuentro con el Señor. Aquí, en la Eucaristía del domingo, al igual que los Apóstoles después de su gira apostólica contaron al Señor lo que han hecho, lo que han vivido, nosotros contamos al Señor lo que hemos hecho y vivido a lo largo de la semana y Cristo como Buen Pastor que cuida de nosotros nos dice de nuevo: “Venid vosotros solos a un lugar desierto a descansar un poco” (Mc 6,30)
Cristo es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que nos conoce, que conoce lo más profundo de nuestro ser, nuestros anhelos y dificultades, y sabe de los peligros que nos acechan. Necesitamos estar unidos al Señor, que es nuestro refugio y fortaleza, que no nos deja a la intemperie, ni nos abandona a nuestra suerte. Nuestro Dios es un Dios que nos ama inmensamente y que nos ha dado a su Hijo, Jesucristo, como verdadero y gran Pastor que cuida a su pueblo, que nos cuida a nosotros.
Por ello somos invitados a poner nuestra mirada en Cristo, el Buen Pastor. El profeta Jeremías se queja de los malos guías y pastores que había tenido que soportar Israel, porque no se habían preocupado de las ovejas como tenían que haberlo hecho. Frente a estos malos pastores el Señor se nos presenta como el Buen Pastor, el que, con palabras del Salmo 22, nos conduce hacia fuentes tranquilas, y repara nuestras fuerzas, el que aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque Él va conmigo.
Desde esta contemplación de Cristo Pastor, nos adentramos en la primera lección del Evangelio de este Domingo: Descansar en el Señor.
Necesitamos momentos de oración, de revisión, de reposo corporal y espiritual para que nuestra vida esté entroncada con el Señor y entonces, llenos de su gracia, podamos dar testimonio con fe y alegría del amor de Dios para con todos los hombres, cada con uno de nosotros. No podemos caer en el activismo, incluso activismo pastoral, que nos absorben tanto las tareas que no tenemos tiempo para el Señor, para orar, para escuchar su Palabra.
Hoy contemplar a Jesús que se lleva aparte a los apóstoles para que descansen y estén con Él nos tiene que interpelar para darnos cuenta de quién es el fundamento de nuestra vida, de la misión que hemos de llevar adelante: Cristo o nosotros.
Cuando las prisas, los problemas y tantas cosas nos agobian, el Señor nos hace partícipes de su descanso. Jesús es para nosotros, para cada uno de nosotros, el verdadero descanso. El tiempo libre de Jesús se convirtió en una oportunidad para curar y enseñar a la multitud, a cada uno de nosotros.
Nos hace falta una mirada a nuestra alma, acompañados del Señor, para que las ocupaciones y afanes de la vida no nos desorienten y podamos consolidar nuestra fe. Necesitamos tiempos de oración y de intimidad con el Señor que luego podamos también compartir con los demás en relaciones cercanas y convivencia fraterna.
<<Venid vosotros a un lugar desierto a descansar un poco>> nos lo dice hoy a nosotros el Señor. Y es que escuchar al Señor y presentarle el balance de nuestra vida, sentarnos a su mesa y reparar nuestras fuerzas, mirarle a los ojos y recuperar la sonrisa perdida es –ni más ni menos- lo mejor que nos puede ocurrir a todo cristiano que deseamos hacer un “stop” en el gran maratón evangelizador y poner el corazón a punto y dar al cuerpo un más que merecido descanso.
Hermanos y Amigos: la misión que como bautizados hemos de llevar adelante, la tarea de evangelizar, tiene que estar enraizada en Cristo Jesús. Nosotros tenemos que poner todo de nuestra parte, pero sabiendo que el fundamento es Cristo. Lo que pedimos en una de las Oraciones del Misal Romano en el jueves después de ceniza: “Que todo nuestro trabajo comience en Ti, como en su fuente y tienda siempre a Ti, como a su fin.”
El lugar desierto al que nos invita y lleva Jesús va mucho más allá de lo que nos puede ofrecer nuestro mundo para un descanso puntual y necesario. ¡Va mucho más allá! El descanso que nos ofrece Jesús es desde dentro hacia fuera. No es un descanso de Hamaca sino de corazón. No es un relax de playa sino de alma. No es un silencio sin ruido sino ausencia del “yo” que es problema de muchas de nuestras dificultades, distanciamientos, malos entendidos y soledades. Hemos de descansar, apoyarnos en el Señor, hemos de fiarnos del Señor.
Hermanos y Amigos, descansar con el Señor es saber que su Palabra siempre tiene una respuesta para cada momento y circunstancia. Apoyarnos en el Señor es caer en la cuenta de que muchas de nuestras infelicidades son por apoyarnos en otros “señores”. Fiarnos de Jesús es no entender la fe casi como un ocio. Hemos de vivir la fe con una convicción: vivir como Cristo, pensar como Cristo y actuar como Cristo.
Y aquí nos fijamos ahora en la segunda lección de este domingo: Vivir la compasión. “Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas”
Resulta muy valioso este rasgo que San Marcos nos revela aquí de Cristo: su capacidad de compasión. Cristo está atento a las necesidades de la gente. En la primera lectura del Profeta Jeremías vemos una denuncia de los malos pastores que nos están atentos a las necesidades del “Rebaño” , denuncia que hemos de sentirnos interpelados por ella de una manera especial los que hoy somos pastores, los sacerdotes, y los que desempeñan tareas pastorales en la Iglesia.
El ejercicio de la compasión es un medio a través del cual Dios, por medio de su Hijo y a través nuestro dado que formamos parte de su Cuerpo que es la Iglesia, muestra su ternura hacia los pobres, los heridos, maltratados, los que sufre, los necesitados que están a nuestro alrededor. Y esta es la misión, la tarea que Cristo nos sigue confiando, pues a nuestro alrededor también hoy hay gente, personas, que están como ovejas sin pastor.
Hermanos y Amigos, estando con Jesús, viviendo unidos a Él aprendemos a mirar a la gente (no sólo a los nuestros, que también) de otra manera, de manera comprometedora, dejándonos afectar, tocar por dentro y nos hace mirar a los demás de otro modo: con compasión o misericordia. De aquí que nunca el descanso ha de ser pretexto para olvidarnos de los demás. El ejemplo de preocupación de Jesús por la gente hemos de tenerlo en cuenta siempre. Cristo hace de auténtico pastor para que los Discípulos y nosotros aprendamos a acompañar a todos aquellos que necesitan ser apoyados y animados a lo largo de la vida. Vivir la dimensión de la caridad ha de estar siempre presente en nuestra vida y la mejor manera de vivir nuestra fraternidad, la que brota de nuestro ser hijos de Dios y de nuestra fe en Cristo, la hallaremos en este compromiso con las personas necesitadas y que sufren.
Hermanos y Amigos, en la Palabra de Dios encontramos luz y pauta para descubrir y seguir los caminos de Dios. Necesitamos entrar en conversión. Conversión permanente porque nuestro corazón parece inclinarse mucho sobre el amor propio y no se deja invadir por el Espíritu de Dios que lo lleva por los derroteros de una vida entregada como don al servicio de los demás, después de haber descubierto que Dios nos ha amado antes con ese amor desmedido y que se nos manifestó en Cristo Jesús. Un Cristo crucificado por nuestra salvación. Demos la espalda al egoísmo y al odio y a todo aquello que nos separa de vivir el amor del Señor e intentemos vivir con decisión y frescura nuestra filiación divina, nuestro ser hijos de Dios y nuestra fraternidad, justamente por ser hijos del mismo “Padre”. Vivir desde esos presupuestos generará necesariamente la Paz y la Justicia. Los creyentes si vivimos este Evangelio, realmente seremos buena noticia y seremos sal que sala o levadura que fermenta en medio de nuestro mundo.
Que el Señor de sentido a nuestros días. Que sea el alimento verdadero, vivamos muy unidos a Él escuchando su Palabra y participando en la Eucaristía, Alimento de Vida Eterna, Fuente del Amor auténtico. Esta unión con Cristo nos haga sentir y tener en Él la razón fundamental de nuestro ser y de nuestro vivir.
Que lejos de sentirnos abandonados, apesadumbrados por tantos sucesos lúgubres y negativos del mundo, nos sintamos fortalecidos y acompañados por el Señor, Cristo Jesús, que siempre nos precede y acompaña en el camino de nuestra vida.
Que descansemos en el Señor para renovar nuestra vida, para retomar fuerzas y continuar con fruto nuestras tareas, para hacer de nuestra vida una entrega generosa a favor de todos y para mantener una especial solicitud por aquellos hermanos nuestros que andan como ovejas sin pastor y nuestro descanso tenga una dimensión profunda de fe y caridad.
Y que la unión con el Señor, por medio de la Eucaristía, especialmente, haga que tengamos auténtica pasión por ser sembradores y pancartas del amor de Dios allá donde nos encontremos siendo transmisores con nuestros gestos y nuestras palabras de la compasión de Dios.
¡Feliz domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote