CRISTO, NUEVO MOISES, EL PROFETA CON AUTORIDAD
En la página del Evangelio de este Domingo IV del Tiempo Ordinario San Marcos nos presenta las primeras actividades de la vida apostólica de Jesús, nos presenta la actividad de un día en la vida de Jesús. Él empieza a hacer realidad su proyecto del reino, y lo va concretando a través de acciones y de palabras. Cada gesto de Jesús: curar a los enfermos, resucitar a los muertos, multiplicar los panes, tiene un significado espiritual, Él no actúa para halagar a la multitud sino para mostrar la acción salvadora de Dios en medio de la historia. Estas acciones de Cristo, los milagros, debemos situarlas como una catequesis que nos enseña el Plan de Salvación de Dios.
En el Evangelio se utiliza muy poco el término milagro, en cambio se usa las palabras “obra”, “poder”, y en San Juan “signo”. Y los milagros, estas acciones, más que signos de omnipotencia divina, que muestran la divinidad de Jesucristo, son signos de Salvación, de liberación del mal, de una toma de contacto de Jesucristo con el mundo y con sus miserias para exorcizar lo que esclaviza al hombre y curar su miseria.
Llama la atención que San Marcos se limite a constatar el hecho y no diga nada de la doctrina que enseñó. Pero es que San Marcos quiere dejar claro, desde el principio, que lo que está en primer plano en su Evangelio, lo importante, no es la doctrina de Jesús sino la Persona de Jesús. Nuestra vida de creyentes no gira en torno a una doctrina, un conjunto de normas o preceptos, sino tiene que girar en torno al encuentro con la Persona de Cristo. De Él brota la enseñanza, el poder y la autoridad. En Él, en Cristo, está la Liberación auténtica, la Salvación.
Hoy se nos subraya que “estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas”, Y es que la autoridad de Jesús no es una autoridad de poder, su autoridad nace de la fuerza del Espíritu, es una autoridad por su coherencia, hace lo que dice. Es una autoridad desde el ejemplo, podemos decir.
Somos invitados, urgidos, a escuchar a Jesús. Él nos viene a mostrar el amor de Dios. Su palabra y actuar nos llama a confiar siempre en Dios. Su enseñanza nos humaniza y libera de esclavitudes. Y esto lo vemos realidad en el milagro que realiza en el Evangelio de hoy, curar a un pobre hombre poseído por un espíritu inmundo, probablemente víctima de una cruel enfermedad psicológica, es una de las primeras batallas que Jesús libra contra el mal que esclaviza a la humanidad.
Jesús, no sólo habla con autoridad, sino que actúa con poder. En Él se manifiesta el poder liberador y misericordioso de Dios, al cual no puede oponerse ningún poder maléfico. Él, personalmente, ha vencido al Malo, por eso nos invita a no tener miedo, sino a sentirnos seguros. Pues ningún mal puede dañar al hombre que se sitúa bajo la protección de Dios (Jn 16,33). El evangelista San Marcos nos presenta la victoria de Jesús. Pero hace falta que nosotros estemos dispuestos a colaborar con Él en esta lucha. Es un combate que se desarrolla primero en nuestro propio interior cuando las fuerzas oscuras nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero hemos de levantarnos, Dios está a nuestro favor, lucha con nosotros y hasta nos levanta cuando nos apoyamos en Él. Y es que, amigos, el mal será vencido en nuestro interior, el egoísmo será desterrado de nuestra conducta si escuchamos la voz del Señor y no endurecemos nuestro corazón. Él “es el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), no podemos dejar de escucharle, no podemos dejar de mirarle: sólo en Él cobran sentido sus palabras, sólo El nos libera de todo espíritu inmundo que nos esclaviza.
En el Evangelio de hoy, Jesús pronuncia una palabra de liberación para todos los esclavizados por el mal y el sufrimiento. Jesús da la pelea contra el mal en todas sus manifestaciones. Esto nos llena de esperanza pues no estamos solos en medio de la lucha diaria. Hay alguien que quiere liberarnos de todos nuestros males y sufrimientos y ese alguien es Jesús, el Señor, el Salvador. Y de Él estamos llamados a ser testigos y unidos a Él hemos de asumir la lucha contra el mal y comprometernos en la construcción de una sociedad más humana, poniendo todo nuestro empeño en erradicar aquellos factores que engendran sufrimiento, explotación e inequidad. En el siglo XXI debemos entender el espíritu inmundo como los factores de inhumanidad que esclavizan a los seres humanos y les impiden realizarse de manera integral, allí está presente el mal. El demonio. Y quien vence al mal es Cristo y sólo unidos a este Cristo podemos vencerlo nosotros y ayudar a nuestros hermanos a vencerlo.
Con su Palabra eficaz, Jesús demuestra la fuerza del Reino de Dios que anuncia y que es Dios, no los poderes del mal, quien tiene la última palabra. Jesucristo es el verdadero Maestro, que tiene palabras de vida eterna; que dice y hace; que enseña con palabras y, sobre todo, con las obras, que no recurre a otros maestros para enseñar algo, sino que lo dice porque posee una sabiduría y un espíritu al que no puede oponérsele ni contradecir ni ridiculizar nadie. Verdaderamente Cristo es único. De esto hemos de estar firmemente persuadidos los cristianos. Nadie ha enseñado lo que Él enseñó, ni nadie ha enseñado como Él. Sus palabras son espíritu y vida.
Nosotros como miembros del cuerpo de Cristo, y en virtud del Bautismo que hemos recibido, estamos llamados a participar de una manera activa en esta acción profética de Cristo. Cada uno según su condición y de la vocación particular a la que ha sido llamado (2ª lectura de la Carta primera a los Corintios)), ha de ser portavoz eficaz de esta Palabra de Dios, no de nuestra interpretación, siempre subjetiva, de los acontecimientos. Para ello no necesitamos unas dotes y cualidades humanas extraordinarias sino ser fieles a la voluntad de Dios, dejándonos empapar por esa misma Palabra de vida, amando al Señor “con todo el corazón y que nuestro amor se extienda, a todos los hombres” (Oración Colecta de este domingo)
Jesús vive entre nosotros, está en medio de nosotros, nos acompaña y nos sigue dando su enseñanza, a través de su Palabra, a través del Magisterio de la Iglesia y también nos sigue dando su fuerza y su poder por medio de los Sacramentos. Y Jesús, por medio de su Palabra de Vida, hoy sigue sanando y liberando a través de los miembros de la Iglesia, a través nuestro. El señor sigue contando con nosotros.
Que nuestra autoridad como testigos de Cristo sea nuestra coherencia de vida y que a alcanzarla nos ayude la fuerza del Espíritu Santo que con sus dones nos empapa para continuar hoy la misión de Cristo en medio de este mundo en que nos toca vivir.
Adolfo Álvarez. Sacerdote