LLAMADA A LA CONVERSION, A LA FE Y AL SEGUIMIENTO
El domingo pasado el evangelista san Juan nos presentaba a Jesús como el Cordero de Dios (es decir, el Siervo de Dios que escoge el camino que no se basa en el poder y el dominio, sino en la verdad, el servicio y el amor), el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (es decir, que lo vence). En este domingo comenzamos a contemplar y meditar el Evangelio de San Marcos, que nos irá acompañando en la mayor parte de los domingos de este año litúrgico que estamos celebrando. A través de este Evangelio nos adentraremos en el conocimiento del Misterio de Cristo para más amar al Señor y mejor seguirlo.
El inicio del Evangelio de San Marcos es el inicio de la predicación de Jesús, el inicio de su ministerio por las tierras de Galilea que nosotros iremos siguiendo con la lectura continuada de los dos primeros capítulos de San Marcos, desde hoy y hasta la próxima Cuaresma.
Y en este domingo subrayamos la centralidad de la Palabra de Dios, en el Domingo de la Palabra de Dios, que el Papa Francisco instituyó para el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, de manera que sea un día dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo debe ayudarnos a considerar la Palabra de Dios un tesoro y animarnos a tener una gran estima y veneración por la Palabra de Dios, profundizando en ella, poniéndonos a la escucha de la Palabra para encontrarnos con Dios y abrirnos a su voluntad.
En la reforma Litúrgica, la Palabra de Dios adquiere un mayor relieve y en la Celebración de la Eucaristía hay una mayor abundancia de Palabra de Dios. Y esto es lo que se nos quiere recordar en este Domingo de la Palabra de Dios, que la Palabra Divina es fuente muy importante para nuestra vida espiritual. Y cómo a través de la escucha de la Palabra de Dios recibimos la llamada del Señor a la conversión y al seguimiento, aspectos que destacan en este domingo.
En el texto evangélico que hoy contemplamos , Jesús inicia su vida pública y la comienza en Galilea, allí mismo donde Juan Bautista acaba de ser decapitado por Herodes. Y comienza predicando el Reino: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio (1,14-15). Jesús no define qué es el Reino, pero es el centro de su predicación y la pasión que anima toda su actividad; todo lo que dice y hace está al servicio del Reino de Dios, es como el hilo conductor que atraviesa todo el Evangelio de Marcos.
El Reino de Dios es de capital importancia en el mensaje de Jesús, es como el eje de su mensaje. El Reino de Dios comenzó con Jesús, con su persona y su evangelio. La vida del Señor inauguró el reino, un mundo mejor, que llegará a su plenitud en el cielo. Para Jesús el <Reino de Dios> es la vida tal como la quiere construir Dios. De esta vida estamos llamados a ser constructores los cristianos; esa es nuestra principal misión. Hemos de construir un mundo nuevo desde los valores del Evangelio: la justicia, la paz, la vida, el amor, la unidad, la verdad…
Para pertenecer a este Reino, para construirlo Jesús nos pide hoy la conversión y la fe y el seguimiento.
La conversión en sentido evangélico es aceptar la Salvación que Dios nos ofrece de una manera generosa y desbordante y que como respuesta a tal derroche de amor dejemos nuestra manera de vivir para creer en lo que nos propone el Evangelio y cambiar de vida. Es un giro de ciento ochenta grados en nuestra vida, para dejar que Dios ocupe el centro de nuestra vida, de nuestro corazón. La conversión está en la médula del mensaje evangélico. Implica un cambio de camino, de mentalidad, de forma de vivir, de pensar, de creer, de amar, de manera que nuestros sentimientos, nuestras actitudes sean los sentimientos y las actitudes de Jesús. La conversión es un don, una gracia que tenemos que pedir al Señor. Es lo que expresamos en la jaculatoria: “Jesús, manso y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.
Hemos de caer en la cuenta de que no podemos posponer el momento de entregarnos de verdad al Señor, hoy ha de resonar con fuerza en nuestro corazón la invitación del Señor, su llamada: Convertíos y creed
De aquí que un primer paso que cada uno de nosotros hemos de dar es acoger el don de la conversión de verdad, una conversión teologal, que es un don de Dios pero que pide de nosotros disposición y colaboración. Este paso nos irá identificando cada día más con Jesucristo. Y para ello es necesario dejar “las redes y la barca” que nos atan a una vida como si Dios no existiera, a que dominen en nuestro corazón el miedo, la desconfianza, sobre todo en este momento de pandemia que estamos atravesando, para vivir una vida nueva, una vida de esperanza, de alegría en el Señor.
A veces podemos pensar que la conversión es sólo para los ateos, pasando del ateísmo a lo religioso. No, no, la conversión es para cada uno de nosotros, se trata de pasar de lo religioso a lo creyente. Así nos dice el Papa Francisco sobre la conversión: <<Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor>>
La conversión pide de nosotros fe, fiarnos del Señor, poner toda nuestra confianza en el Señor, adherirnos plenamente a Él. Por eso conversión y fe están estrechamente unidas.
Y la conversión y la fe se manifiestan en el seguimiento de Jesús. La vocación de los primeros discípulos es un ejemplo concreto de conversión y de fe. La respuesta a la llamada a la conversión y la confianza en el Señor, la fe, implica desprendimiento y renuncia y se traduce en “seguimiento”. Discípulo no es el que abandona algo, sino el que encuentra a alguien y le sigue. Seguir a Jesús es participar de su vida. La llamada de Jesús a su seguimiento no admite demora ni retraso, al instante, inmediatamente porque la urgencia del Reino apremia. Para seguirlo, hay que dejar las redes, como dejaron los discípulos que hoy contemplamos en el Evangelio, es decir, hay que eliminar todo lo que impide estar ágiles y disponibles para anunciar el Evangelio y ser testigos del Reino de Dios. Hoy se nos invita a preguntarnos ¿Hay redes en nosotros que nos tengan enredados, que nos impidan el seguimiento?
El Señor hoy pasa de nuevo junto a nosotros y nos llama por nuestro nombre como llamó a Simón y Andrés, a Santiago y Juan, nos dice “venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Es la gran llamada que nos hizo en el Bautismo y que hoy nos hace de nuevo. ¡Sintamos la llamada! ¿Estamos dispuestos a seguir al Señor como lo estuvieron Simón y Andrés, Santiago y Juan?
Escuchar la predicación de Jesús, sentir su llamada y aceptarla pide una respuesta, un compromiso. Seguir a Jesús es una opción radical, exigente: hay que dejar otras cosas que quizás nos estorban o que son menos importantes, y convertimos en pescadores de hombres, en testigos de aquel mensaje de esperanza y de amor para los que viven a nuestro alrededor. Implica vivir una vida nueva, la novedad de Cristo y renunciar a la antigua pues ahora comienza algo nuevo y esa novedad implica la renuncia de lo anterior y el inicio de un nuevo camino: el camino de Jesús.
Seguir este camino implica ser testigos, ser “pescadores de hombres”. Para ello cada uno desde la vocación a la que Dios nos llama, sacerdote, vida consagrada, matrimonio, vida laical célibe hay que tomar el molde siempre nuevamente en Cristo, por eso necesitamos siempre decirle al Señor lo que la Iglesia canta en el salmo de este domingo: “Señor, enséñanos tus caminos” y así seguir sus pasos y tener sus sentimientos y actitudes.
Hermanos y amigos, ante la situación que vivimos de descristianización, de tantas “nínives” y “galileas” que encontramos a nuestro alrededor, no podemos quedar pasivos, de brazos cruzados, o como que la cosa no va conmigo, hemos de responder a la llamada del Señor, y echar las redes, ser hoy portadores gozosos y valientes del Evangelio. Nuestro mundo necesita hoy testigos del Resucitado que con su vida y testimoniando su propia experiencia lleven a otros al encuentro con Cristo
Hermanos y Amigos, la Celebración de este domingo, el encuentro con la Palabra de Dios, avive nuestra experiencia de Jesucristo, nos convierta en verdaderos testigos del Resucitado y avancemos en el camino de una verdadera conversión.
Adolfo Álvarez. Sacerdote