CRISTO REY, EL BUEN PASTOR QUE NOS EXAMINA EN EL AMOR
Culminamos el Año Litúrgico celebrando la Solemnidad de Cristo Rey, solemnidad instaurada por el Papa Pio XI y que la reforma litúrgica situó en la culminación del Año Litúrgico poniendo de relieve así que Jesucristo, que vino a salvarnos y vendrá a juzgarnos, es el centro del hombre y de la historia, es el Alfa y Omega, como nos recuerda la liturgia en la Noche Santa de la Pascua al realizar la signación del Cirio Pascual.
Celebramos esta Solemnidad como broche de oro que culmina el Año Litúrgico. Durante todo este Año Litúrgico hemos profesado la fe de la Iglesia (el credo), hemos celebrado el misterio cristiano (los sacramentos, hemos intentado vivir la vida cristiana (la moral) y hemos rezado con la Oración del Señor y de la Iglesia. Hemos hecho camino con Jesucristo, con María, nuestra Madre, Madre del Señor y de la Iglesia, con todos los Santos, y ello unidos a toda la Iglesia. Y hoy culminamos todo este camino celebrando y confesando que Jesús es el Señor de nuestras vidas y de todo el universo creado.
Esta Solemnidad -situada al final del año litúrgico – expresa ante todo el sentido de consumación del plan de Dios en la historia y en el mundo. Proclama que la Salvación de todos los hombres depende de la obra redentora de Jesucristo.
Mediante esta celebración se nos quiere ayudar a comprender cómo todo el plan de salvación de Dios para con nosotros, para con toda la humanidad, tiene su consumación en la cruz, en la resurrección y ascensión de Cristo a los cielos, en definitiva que el reinado preparado por Dios desde siempre es un reino ganado por la Sangre de Cristo. El mensaje del reino es central para nuestra fe.
Toda la creación está llamada a volver a su Creador, y una vez “liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin” (así rezamos en la Oración Colecta de esta Solemnidad”)
A lo largo del Año Litúrgico, este año de la mano de San Mateo, hemos ido recorriendo el camino de Jesús, pero a veces olvidamos el camino que Jesús recorrió para llegar a ser Rey del universo. Este camino pasa por la abnegación, la obediencia, la cruz…. Y hemos contemplado a Jesús como un Pastor bueno, medico, misericordioso. No lo olvidemos. Jesús bajó desde “lo más alto” hasta “lo más bajo” del mundo. San Pablo nos presenta este camino en el himno que dedica a Jesucristo y muerte de y que se encuentra en la Carta a los Filipenses y que la Iglesia canta al iniciar la Celebración del Domingo en las Primeras Vísperas: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte de cruz (Fil 2,6-8).
Es una manera peculiar de reinar. Su «trono» es la cruz. Y su «vara de mando» es una toalla ceñida y una jofaina llena de agua. La realeza de Cristo se nos manifiesta, en toda su realidad, en el momento de la Pasión. Cristo reina desde la cruz porque en ella entrego su vida por todos los hombres, una vida que vivió desde una profunda actitud de servicio. Jesucristo se pone al servicio de todos los hombres durante toda su vida y así nos invita a todos nosotros a actuar de la misma manera, “Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15) El reino de Jesús es el reino del amor.
San Pablo nos presenta a Jesús resucitado, primicia de la humanidad gloriosa, Señor de todo lo creado, Dominador de todos los enemigos, hasta de la muerte: “Él es el primero en todo”.
El evangelista San Mateo nos propone la imagen del Juez soberano con una resonancia rural, pues lo describe separando las ovejas de las cabras, en razón de cómo haya vivido cada uno la caridad. Ante la majestad de Dios, ante el juicio definitivo y la hora de la verdad, surge la adoración, el temor, la llamada a la sinceridad de la conciencia. Sin querer devaluar el sentido del juicio de Dios, la misma Iglesia ha querido juntar -sin embargo- los textos anteriores con la visión profética de Ezequiel y la del salmista: al mismo tiempo que contemplamos el rostro de Cristo en majestad, dejemos entrar en nuestro interior las expresiones proféticas, puestas en boca de Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22). “Yo mismo buscaré a mis ovejas. Seguiré el rastro de mis ovejas, como pastor a su rebaño. Las libraré, sacándolas de los lugares por donde se desperdigaron. Las apacentaré. Las haré sestear. Buscaré a las perdidas. Recogeré a las descarriadas. Vendaré a las heridas, curaré a la enfermas, las apacentaré, las guardaré” (Ez 34, 11.12.15-17).
Hermanos y Amigos, el juicio de Dios acontecerá, eso es seguro. Cristo presentará su obra ante el Padre: “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Dios lo será todo en todos”. Ahora bien, Hoy en esta Solemnidad, culminando el Evangelio de San Mateo, vemos como este Rey, que es Pastor bueno y misericordioso, nos hace el examen al final de nuestra vida, y con un detalle muy importante: ¡nos da las preguntas y las respuestas!.
¡Y el examen es sobre el amor! Es recordarnos que en la vida cristiana tenemos que conjugar bien el amor a Dios y el amor al prójimo. Que tenemos que equilibrar contemplación y acción, oración y vida. San Juan de la Cruz nos dirá que <<al final de la vida seremos examinados sobre el amor>> El examen que el Señor nos va a hacer, el juicio que seguro habrá, más que un juicio como tal y como nosotros conocemos, habría que entenderlo como un auto-juicio. En el momento del juicio final quien haya amado a los demás, haya hecho el bien estará abierto y dispuesto a acoger la salvación que Dios le dé; quien haya sido egoísta y no haya amado a los demás estará cerrado e indispuesto a recibir la salvación que Dios le dé.
Hermanos y Amigos, este Cristo que reina desde la Cruz, que es el “Servidor”, que es nuestro Buen Pastor, como nos presenta hoy el profeta Ezequiel, que cuida amorosamente de cada uno de nosotros, sus ovejas, nos conduce por los senderos de la vida, nos da su fuerza para vivir sus mandatos, nos ha ungido como profetas, sacerdotes y reyes, y con llena continuamente de su misericordia. Y Él quiere que nosotros hagamos con los demás lo que hace con nosotros, que vivamos la preocupación por los demás como Él se preocupa de nosotros, que amemos y sirvamos a los demás como Él nos ama y sirve a nosotros. Ésta es la tarea que tenemos como miembros de su Reino.
Por ello el mayor bien y el mejor servicio que podemos prestar al mundo, en el que vivimos, es desear que el Reino de Cristo llegue hasta nosotros y trabajar infatigablemente para implantarlo en nuestro corazón y en nuestra sociedad tan alejada de Dios, pues por nuestro bautismo estamos llamados a ser signo del Reino.
Y podemos preguntarnos ¿Cómo serlo? Y a través del Evangelio descubrimos en el ejemplo de Cristo la manera:
– cada vez que siembras perdón y misericordia…
– cada vez que tiendes tu manos al hermano pobre y abandonado…
– cada vez que defiendes la vida humana…
– cada vez que sirves a la verdad… –
– cada vez que promueves la paz y la concordia…
– cada vez que suscitas esperanza y confianza…
– cada vez que trabajas por la civilización del amor…
– cada vez que defiendes la dignidad de todo ser humano…
Hermanos y Amigos, No podemos atemorizarnos ante el Juicio de Dios y actuar como el criado que por pensar que el rey era severo, guardó su talento. Estamos llamados a pertenecer a un Reino de justicia, de verdad y de paz; a ser testigos del amor entrañable de Dios, Buen Pastor; a dejarnos curar y perdonar; a tener entrañas de misericordia. Las obras de misericordia, no lo olvidemos, son una propuesta sublime de fe que lleva a identificarse con Jesús, sirviendo y amando a los demás. Cristo está presente en cada uno de los que se cruzan en el camino, o lo recorren junto a nosotros.
En definitiva hemos de hoy hemos renovar nuestra entrega al Señor, pidiéndole que la fuerza de su Espíritu nos haga, con nuestras palabras y nuestras obras, testigos del Reino de Dios, en este momento presente que nos toca vivir, siendo sembradores del amor, de la bondad, de la misericordia de Dios en el servicio a los demás, muy especialmente a los más necesitados, practicando las obras de misericordia. Nuestra obediencia a Cristo, nuestro Rey, se ha de manifestar en elegir cada día su amor como el criterio para nuestras acciones.
Hermanos y Amigos, la Solemnidad de Cristo Rey hade iluminar toda nuestra vida de cristianos para que no nos equivoquemos de camino en nuestra vida de cada día, para que no nos dejemos llevar por quienes sólo buscan en la vida las glorias humanas, los triunfos, … y el ejemplo de Cristo que nos dice en el Evangelio: “Quien quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor y el quiera ser primero entre vosotros sea vuestro esclavo” (Mt 20,26-27)ha de ser siempre nuestra referencia fundamental. Por ello hemos de preguntarnos en este día: ¿Es Dios el Señor de nuestra vida? ¿Qué lugar ocupa Jesús en nuestro corazón? ¿Qué importancia tiene para mí lo que él Dijo e hizo en su camino de vida y que hemos ido escuchando y contemplando cada domingo en la Celebración a lo largo del Año Litúrgico que termina? ¿He seguido al Señor con todas sus consecuencias? ¿A quién tengo sentado en el trono de mi corazón? ¿Qué otros reyezuelos quieren reinar en mi vida?
Que en esta construcción del Reino de Dios, en este ser testigos del Reino, cada uno de nosotros, sintamos en nuestras vidas lo que hoy proclamamos con el Salmo 22:“Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por días sin término”.
Que la escucha de la Palabra de Dios y la participación en los Sacramentos, de manera muy especial la Reconciliación y la Eucaristía, nos ayuden a hacer crecer su Reino, que espolee nuestras vidas para que hoy vivamos con más intensidad y autenticidad nuestro ser cristiano y a nuestro alrededor sea más conocido y amado Cristo Jesús, “Camino, Verdad y Vida”, ”Rey del Universo”
¡Feliz día de Cristo Rey!
Adolfo Álvarez. Sacerdote