Iniciamos en este Domingo un Nuevo Año Litúrgico. Un nuevo año, un nuevo caminar que para nada es mera repetición de lo que ha quedado atrás. Cada Año litúrgico que se inicia es portador de la novedad de Quien hace nuevas todas las cosas. De ahí que sea siempre un momento importante
Un nuevo Año Litúrgico que no es una nueva repetición, sino una espiral que nos hace avanzar la plenitud, plenitud en Cristo. No estamos ante un “eterno retorno” sino estamos y avanzamos en un caminar la hacia la plenitud en Cristo. Nos adentramos de nuevo en el Misterio de Cristo para conocerlo más interiormente “para más amarlo y mejor seguirlo” (como nos dice San Ignacio en el Libro de los Ejercicios).
El Año Litúrgico se convierte en pedagogo para reavivar el espíritu y para impedir que caigamos en la inercia del acostumbramiento. Hoy es día de comenzar de nuevo, y de abrirnos a la esperanza.
En el Año Litúrgico celebramos el Misterio del amor salvador de Dios en Jesucristo. El centro es la Pascua, la maravilla de la obra salvadora de Dios en la muerte y resurrección de su Hijo y Señor nuestro, Jesucristo. El ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía que hoy comenzamos celebra el nacimiento de Cristo y anuncia ya la obra salvadora de la Pascua.
El comienzo del Año litúrgico, en el Adviento, nos recuerda una vez más que los cristianos tenemos una manera particular de entender el tiempo, no como un continuo neutro marcado por la naturaleza sino como un espacio donde Dios actúa y donde se realiza la salvación de los hombres. Por ello, celebramos y participamos en todos los acontecimientos que han ido jalonando la Historia de Salvación.
Por medio de la liturgia, el año civil, regido por el ciclo solar, está traspasado por el año cristiano, que en cierto sentido reproduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención: comenzamos con el primer domingo de Adviento y concluimos en la solemnidad de Cristo, Rey y Señor del universo y de la Historia. Pero no hay que olvidar que cada domingo somos convocados en el día de la Resurrección del Señor y celebra todo el Misterio de Cristo; así comenzamos ahora la celebración del Adviento del Señor, que vendrá glorioso al final de los tiempos como vino un día en la humildad de nuestra carne desde el seno de la Virgen María.
En este nuevo Año Litúrgico nos guiara la Palabra de Dios a través del Evangelista San Marcos. Este Evangelista destaca la radicalidad que hemos de tener en el seguimiento de Cristo, y para ello nos llama a una actitud de escucha y de silencio. Sin silencio no podemos escuchar, y sin escuchar no podemos acoger en nuestra vida al Señor. De aquí que desde este primer domingo de Adviento hemos de pedir el Espíritu que haga brotar en nosotros un deseo muy grande por escuchar la Palabra de Dios y ello nos llevara a la llamada urgente que nos hace el Evangelio de hoy: ¡Velad!
Comenzamos un tiempo de gozosa expectación. Este primer domingo de Adviento nos anuncia la venida última y definitiva del Señor. San Pablo nos anima a esperar sin temor la venida del Señor cuando nos recuerda que Cristo nos ha entregado todas las gracias necesarias para vivir según el modelo que nos dejo: “De modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (San Pablo, Primera a los Coríntios1,3-9)
Este tiempo de Adviento nos vuelve a poner ante el núcleo de la fe y de la experiencia cristiana: Dios viene a salvarnos.
Necesitamos escuchar de nuevo, gustar y sentir en lo más profundo del corazón el anuncio de la fe cristiana: Dios ama a este mundo y viene a salvarlo.
El Adviento celebra una triple venida del Señor: Vino, viene y vendrá.
Vino: La venida histórica. El Hijo de Dios asumió nuestra carne para hacer presente la Buena Noticia de Dios: el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros.
Viene: La venida que se realiza aquí y ahora. El Señor está viniendo ahora, cada día, a través de la Eucaristía y los demás Sacramentos y a través tantos signos y acontecimientos. Nos lo recuerda el Prefacio III de Adviento: “Dios sale a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe”.
Vendrá. La Venida definitiva, gloriosa, al final de los tiempos. Cuando llegará a su plenitud el Reino de Dios. El Señor vendrá como nuestro Libertador.
Es este Tiempo de Adviento un tiempo de espera gozosa, de esperanza, de vigilancia, preparándonos para acoger al Dios-con-nosotros, al que viene y ya está. El Adviento nos invita a reorientar nuestra vida hacia Dios
En la oración colecta de este domingo pedimos: “Al comenzar el Adviento, aviva, Señor, en tus fieles, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras”.
¿Qué disposición hemos de tener para encontrarnos con Cristo?
El Adviento nos va a señalar que la mejor disposición es vivir la vigilancia, la esperanza, la alegría y la conversión.
En las lecturas de este Domingo Primero de Adviento se nos llama a la vigilancia. Hasta cuatro veces se nos dice en el Evangelio de este domingo: ¡Velad!
Velar comporta tener una actitud activa y no quedarnos dormidos o, como tantas veces hacemos, de brazos cruzados. El dueño de la casa podría regresar en cualquier momento. Cristo nos llama a estar vigilantes, hemos de vivir con mucho entusiasmo y expectación su llegada definitiva y hemos de recordar la gran promesa del Señor viviendo más intensamente nuestra vida cristiana superando el “ir tirando”.
Hermanos y Amigos, el Adviento quiere quitar de nosotros el conformismo y la rutina y el polvo del camino que se nos ha pegado en la tarea diaria, quiere quitarnos la tibieza que debilita la vibración de la fe que estamos llamados a vivir con entusiasmo y comprometidamente.
El Adviento pide de cada uno de nosotros una espera activa y vigilante. Una llamada exigente a no instalarnos a nivel personal y eclesial, a vivir una nueva oportunidad de gracia. La fe en la venida de Cristo debe ser vibrante, debe remover y renovar nuestro espíritu, dejándonos moldear por Dios, como la arcilla en manos del alfarero, que hoy nos recuerda el Profeta Isaías cuando nos dice: “Y sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano” (Isaías 64,7). Tenemos una nueva oportunidad de dejarnos modelar.
Esta espera vigilante nos ayuda a ver los obstáculos que impiden que el Señor venga, tome posesión de nuestras vidas y a darnos cuenta de lo que regateamos en nuestra entrega. De aquí que el Adviento nos pide una disposición de conversión, sintiendo la llamada por medio de Juan Bautista: “preparad el camino al Señor”.
Hermanos y Amigos, la espera en la Venida del Señor no puede quedarse en una evocación sentimental y superficial, debe ser un deseo sincero que se ha de traducir en obras de vida cristiana y de apostolado para que nuestro entorno tenga las huellas de los discípulos de Cristo. Y por esto este Tiempo de Adviento hemos de revisarnos, revisar hacia dónde vamos, si hacemos verdadero camino hacia Belén, si preparamos nuestros corazones para acoger con gozo el don del nacimiento de Jesús, el Mesías, si de verdad vivimos con dimensión de eternidad aguardando la venida gloriosa del Señor.
Hermanos y Amigos, no hay auténtico Adviento sin la escucha atenta y creyente de la Palabra de Dios, y hoy nos alerta por cuatro veces, repito de nuevo, con el verbo: ¡Vigilar!, no adormilarse. Vigilar viene a ser algo así como: tener los ojos bien abiertos, daos cuenta. El vigilar nos tiene que llevar a superar la superficialidad con que llevamos nuestra vida, a desmantelar los engaños que nos creamos ante las necesidades personales, que nos llevan a buscar de manera desenfrenada aquello que creemos que nos da la felicidad. En este sentido, la vigilancia supone una actitud de estar atentos para no dejarnos engañar de nuestro enemigo común. Vigilar supone asumir, con la gracia de Dios, la responsabilidad que nos ha puesto en nuestras manos. Y vigilar supone no confiar en nuestras fuerzas sino acudir por la oración a que el Señor venga en nuestra ayuda.
En la Iglesia todos tenemos una responsabilidad, todos somos servidores y necesarios. Nuestra misión es hacer del evangelio una lámpara que ilumine el camino de la vida y nos mantenga en actitud vigilante. El Señor nos invita a vigilar diariamente en la iglesia, en el trabajo y en nuestros hogares, con nuestros amigos, porque “El sale a nuestro encuentro en cada hombre y cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe” (Prefacio III de Adviento)La vigilancia supone estar atentos a aquellos lugares, algunos insospechados de nuestra vida, en los cuales Jesús se nos puede manifestar y salir a nuestro encuentro.
Hermanos y Amigos, junto a la vigilancia es necesaria la esperanza. Dios volverá, es más, está ya en camino. Ser cristianos es vivir la fe y la esperanza sin las cuales parecen ininteligibles muchas cosas de la vida, y una vida sin esperanza nunca puede ser alegre, nunca puede ir hacia la plenitud.
Hermanos y Amigos, que vivamos un fructuoso Adviento, buscando lo esencial: el encuentro personal con Cristo. De este modo no tendremos miedo ni al porvenir ni a la misma muerte, pues, como escribió Benedicto XVI, “el futuro, a fin de cuentas, no nos pondrá en una situación distinta de la que ya se ha creado en el encuentro con Jesús” (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, p. 66).
Vivamos con fe gozosa y esperanza firme la alegría de abrir nuestro corazón a Cristo que viene a salvarnos y que la Virgen, nuestra Madre, nos ayude. El tiempo de Adviento es el tiempo Mariano por excelencia, María nos enseña mejor que nadie a disponer el corazón para acoger al Señor que viene. Ella nos ayude a estar atentos, vigilantes, y esperanzados.
Que este Adviento haga crecer en nuestro corazón el deseo de Dios, caminando con gozo nuestro camino cristiano y compartiéndolo con todos los que nos encontramos en nuestra vida de cada día. A ello nos ayude la intercesión de María, nuestra Madre, especial protagonista en este tiempo, y para cuya fiesta de la Inmaculada nos comenzamos a preparar. ¡FELIZ Y FRUCTUOSO ADVIENTO!
Adolfo Álvarez. Sacerdote