LOS TALENTOS,
DONES RECIBIDOS PARA LA CONSTRUCCIOIN DEL REINO
Estamos en el domingo XXXIII del tiempo ordinario, en el final del año litúrgico. El próximo domingo es el domingo de Cristo Rey y en el siguiente comenzamos el tiempo del Adviento y
con él, el nuevo año litúrgico. Siempre al final del año litúrgico se nos invita a contemplar las realidades últimas: la otra vida, la salvación…
En estos domingos finales del Año Litúrgico San Mateo, Evangelista de cuya mano venimos recorriendo este Año Litúrgico a punto de terminar, nos presenta lo que llamamos el “discurso escatológico”. Son los últimos pasajes que narran el ministerio público de Jesús y que nos hablan del final de la vida y nos ayuda a reflexionar sobre los acontecimientos últimos de la vida humana y de la historia. La Iglesia nos propone el mensaje exigente -pero esperanzador al mismo tiempo- del retorno de Cristo en su segunda Venida.
La Palabra de Dios de este domingo, como ya el domingo pasado, nos invita a pararnos y hacer balance de nuestra vida, cómo estamos viviendo. Se nos advierte de la precariedad de la existencia terrena y se nos invita a vivir como peregrinos teniendo la mirada fija en la meta, en el Dios que nos ha creado y, dado que nos ha hecho para sí, es nuestro destino y el sentido de nuestra vida.
La Liturgia es una fuente de vida espiritual y estando atentos a ella nos ayuda a vivir la fe de forma armónica y progresiva. Hoy nos recuerda que vamos caminando por esta tierra como “siervos” a quienes el Señor nos dejó encargados de sus bienes, a quienes se nos ha dado unos talentos, a unos más a otros menos , pero que todos estamos obligados a negociar con ellos mientras dure nuestra existencia, y que nunca hemos actuar como el empleado negligente y holgazán que nos muestra el Evangelio. Cada uno de nosotros hemos de ser como la “mujer fuerte” que el Antiguo Testamento alaba y pondera y cuyo hogar queda enriquecido y bendecido por el Señor, como nos presenta hoy el Libro de los Proverbios y el Salmo 127 con el cantamos hoy respondiendo al Señor ante su Palabra.
Desde el momento que existimos, Dios ha puesto en cada uno de nosotros una serie de dones, de carismas. Son dones de su gracia. Con esos dones cada uno está llamado a trabajar en la construcción del Reino. Así nos encontramos con La mujer fuerte del libro de los Proverbios, que hemos escuchado en la primera lectura, que abre sus manos y tiende sus brazos al necesitado: preciosa imagen de lo que nosotros, la Iglesia, debemos hacer. Y a lo que se nos invita en este día que celebramos la Jornada Mundial de los pobres. Este año el Lema de esta Jornada es «No apartes tu rostro del pobre», es una invitación a toda la Iglesia universal a practicar la misericordia y la caridad con gestos concretos, contenido central del Evangelio. Por eso «este domingo nos reunimos en torno a su Mesa para recibir de Él, una vez más, el don y el compromiso de vivir la pobreza y de servir a los pobres».
El cristiano, cada uno de nosotros, no es indiferente ante la situación que está viviendo nuestro mundo y ante los que más sufren sus consecuencias, al contrario, la contempla como el escenario donde Dios se hace presente para aliviar, sanar y consolar, y donde nos invita a colaborar con Él en la extensión del Reino de Dios.
La atención a los más pobres es expresión de la autenticidad de nuestra fe y la verificación de nuestra oración. Como suele repetir con frecuencia el Papa, oración y solidaridad son inseparables y ambas configuran el auténtico culto agradable al Padre.
Los dones que Dios nos ha dado por pura gracia, cinco, dos o uno, los tenemos que hacer fructificar, los tenemos que usar en beneficio de nuestros hermanos, en la construcción del Reino de Dios. El mensaje del Evangelio de este domingo nos viene a decir que la salvación se produce en continuidad con lo realizado aquí en la tierra. La salvación no es una absoluta novedad sino que es plenitud de lo realizado aquí. Por eso, más que de salvación, conviene hablar del Reino de Dios, que se siembra aquí en la tierra como un grano de mostaza, pero que llegará a su plenitud en el cielo, produciendo un gran arbusto. Por eso hay que invertir los talentos que el Señor nos ha dejado a cada uno, porque nuestra salvación será, en parte, continuidad de lo que hayamos sembrado.
A este propósito recordamos unas palabras del Papa Benedicto XVI: “Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a sus discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia”
La parábola de los talentos es una invitación a poner en juego nuestros talentos; a invertir, para los demás, las capacidades que Dios nos ha dado. No podemos quedarnos egoístamente los dones que Dios ha puesto en nuestras manos, el que no invierte los talentos que el Señor le ha dado, atrofia sus posibilidades. Es como una persona que no se moviera, terminaría con los músculos atrofiados, perdiendo una capacidad que antes tenía. Todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido como don para que lo gestionemos y lo incrementemos en calidad de administradores, no de dueños. Dios ha desplegado la obra admirable de la creación del mundo, que alcanza su culmen en la criatura humana, y que se desarrolla incesantemente hasta el encuentro inefable del hombre con Dios, en quien la creación alcanza su cénit.
No podemos estar con los brazos cruzados, esperando a que nos llame el Señor para vivir eternamente con Él. Nuestra espera ha de ser activa, porque Dios nos pedirá cuentas de los talentos que nos ha dado. No se trata de adquirir lo que Dios no nos ha dado. De lo que se trata es de hacer fructificar al máximo los dones que cada uno hemos recibido de Dios.
La cuestión principal que hemos de tener muy presente no es cuánto hemos recibido en comparación unos de otros. La cuestión es ponerlo todo para que lo que resplandezca sea la Gloria de Dios. Que todo sea para que el Señor sea conocido y amado.
Hermanos y Amigos, esta parábola es una invitación a implicarse creativamente en la construcción de Reino de Dios. ¿Cómo se construye el reino de Dios? Pues viviendo los valores del Evangelio, los valores de Dios: la justicia, la misericordia, la mansedumbre, el amor… Hemos de ser conscientes que siempre que actuemos desde estos valores, aunque no se manifiesten públicamente ni se dé a conocer nuestro proceder, estamos construyendo el reino de Dios.
Esta parábola es una denuncia del legalismo de los judíos, que se limitaban a cumplir exteriormente las leyes y con eso se creían ya salvados. Hoy sería una denuncia de todos aquellos que entienden el cristianismo como un cumplimiento de unos mínimos. Solemos escuchar: “Yo no robo ni mato” y quizá: “Voy a misa”; pero quien entienda así el cristianismo, está reduciendo el seguimiento de Jesucristo a una mínima expresión. Ser cristiano es imitar a Jesucristo en su modo de pensar y en su modo de actuar, lo que supone conocer bien a Jesucristo y su mensaje y llevarlo a todas las dimensiones de la vida: el trabajo, la familia, los vecinos, los amigos, el bienestar, el sufrimiento, las necesidades, las alegrías… Y esta denuncia va en una doble dirección: a aquellos que dicen lo importante es rezar sin hacer nada más, y aquellos que dicen lo importante es hacer, aunque no te acuerdes de Dios para nada.
Para imitar a Jesucristo, hemos de estar en estrecha amistad con Él, hemos de cuidar la relación personal con El, por medio de la Oración, por medio de la Eucaristía, por medio del Sacramento de la Reconciliación, por medio de escuchar su Palabra. Y está unión con Cristo nos empapará del amor de Dios que hemos de hacer visible en todas las dimensiones de la vida antes mencionadas.
Hermanos y Amigos, creo que hoy nos hemos de preguntar cada uno de nosotros ¿qué he recibido de Dios?, ¿qué talentos tengo en mi haber?… Es importante este primer paso, y es necesario reflexionar sobre lo que hemos recibido de Dios para poder constatarlo adecuadamente… Si no sabemos, o no reconocemos ni acogemos lo que hemos recibido, poco podremos hacer con lo que tenemos… Cada uno tendrá que ser realista, honesto y veraz. ¿Que he recibido?: Cinco, dos, uno… Reconocerlos, valorarlos agradecerlos…, es un deber de Justicia, dado que son puro regalo, don gratuito y gesto de amor de Dios hacia cada uno de nosotros y nos ayudará en camino de nuestra conversión y de nuestro crecimiento espiritual.
Y también después preguntarnos delante del Señor ¿Qué hacemos con todo lo que recibimos de Ti? ¿Lo ponemos al servicio del Reino? ¿Los usamos para mostrar el regalo del Amor de Dios en nuestra vida? ¿Qué podemos presentarte, Señor, al final de la jornada, con el paso de los años…? Dios cuenta conmigo ¿cuento yo con Él? Éstas y otras muchas preguntas que podemos hacernos pueden ayudarnos a reflexionar al hilo de esta parábola, y debemos dejarnos interpelar por ellas, para que nunca nos estanquemos en nuestro caminar creyente y nos conformemos con lo ya realizado, sino que avancemos en nuestro camino de identificación con Cristo.
Hermanos y Amigos, no seamos nunca como el siervo holgazán que, por miedo, cobardía, egoísmo…, se queda para sí lo recibido, e impide que, por medio de él, el mensaje salvador de Dios no avance y se dé a conocer.
El final de la parábola nos revela la naturaleza profunda de los talentos recibidos, ya sean cinco, dos, uno; cuanto mas cada uno de nosotros los ponga al servicio de la voluntad de Dios más crecen y se multiplican y cuanto más se reservan, más menguan.
Seamos siervos diligentes que viven abiertos a hacer fructificar los dones por el anuncio del Reino, y sintámonos agradecidos siempre por tanto como Dios nos ha dado.
Que el Espíritu Santo con sus dones nos ayude a vivir cada día más unidos a Jesucristo y a que fructifiquen al máximo todos los dones recibidos de Dios para participar un día en plenitud del Banquete Eterno.
¡FELIZ DOMINGO!
Adolfo Álvarez. Sacerdote