TRABAJAR EN LA VIÑA DEL SEÑOR, LLAMADA A LA COHERENCIA
Cada domingo somos convocados a celebrar la Resurrección de Cristo, centro de nuestra fe. Es la Pascua de Cristo la que se renueva en la Eucaristía para que los que celebramos seamos vivificados por la vida resucitada de Cristo y el presente de nuestra vida cuente con la fuerza del Señor Resucitado con la que afrontar el reto de ser transfigurados ya en este mundo, haciéndonos herederos del Reino eterno.
Y el Señor sale a nuestro encuentro con su Palabra que ilumina y “juzga” nuestra conducta cristiana. Por ello es necesario que estemos atentos para escuchar su voz y para ponerla en práctica en nuestra vida de cada día.
Seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Mateo y seguimos contemplando y meditando las parábolas del Reino.
Y hoy seguimos contemplando la Viña del Señor y contemplamos que somos llamados a trabajar en ella, como meditábamos el domingo pasado, por puro Don de la misericordia de Dios. No estamos en la Viña del Señor por ser perfectos, por ser los mejores, estamos en la Viña del Señor por pura Gracia de Dios, por pura misericordia de Dios.
Y en este contexto el mensaje central del Evangelio de este domingo gira en torno a una idea fundamental: al Señor le interesa nuestra respuesta de obras no tanto de palabras. Cristiano auténtico es el que escucha la Palabra de Dios y la cumple (Lc 8,21) Y en este querer por nuestra parte escuchar y cumplir hay que tener muy presente que Dios es misericordioso y está dispuesto siempre al perdón y es con el perdón y la misericordia como manifiesta especialmente su poder.
Hoy se hace redescubrir que la verdadera religión, es decir, la auténtica actitud del hombre con relación a Dios es la obediencia de sus mandamientos, la interiorización sincera de su voluntad, de forma que el hombre haga de la voluntad de Dios la norma de su vida y de su conducta. Por el contrario, la religión que se queda en declaraciones, en palabras huecas, en ritos vacíos, es una religión, no sólo vana, sino falsa, que merece la reprobación de Dios, y que no conduce al hombre a su salvación.
Hay un refrán popular que dice: “del dicho al hecho hay mucho trecho” Este refrán denuncia lo fácil que es hablar y lo difícil que es llevar a la práctica lo que se ha dicho. La distancia que hay entre lo que se dice y lo que se hace podríamos decir que es el pecado, la incoherencia. A veces pensamos una cosa, decimos otra y actuamos de otro modo. Esto es lo que hoy con esta parábola esta denunciando Jesús, pues quiere que los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo (que se creían los mejores, los que despreciaban a los demás…) sean conscientes de su desobediencia a lo que Dios quiere (de su decir si, pero luego ser no) para que puedan enmendarse, para que inicien un camino de conversión. Jesús habla con dureza haciéndoles ver que los pecadores públicos, publicanos y prostitutas, los precederán en el Reino de Dios. Y ello no porque justifique Jesús que los publicanos y las prostitutas quebranten la ley de Dios, sino que el Señor los justifica porque creyeron a Juan Bautista, que quiere decir que comenzaron un camino de conversión.
Hermanos y Amigos hoy somos llamados a ser coherentes, a vivir en la coherencia. En nuestra vida cristiana no tendría que haber distancia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. La coherencia da pleno sentido, la fidelidad entre nuestro fiarnos de Dios y lo que vivimos en nuestra vida de cada día. Las contradicciones entre nuestras palabras y nuestros hechos crean dificultades en el anuncio y testimonio de la Buena Noticia de Jesucristo. La tarea de la Evangelización a la que Jesús nos llama y en la que hemos de estar empeñados se ve resentida a causa de nuestras incoherencias entre lo que creemos, lo que decimos y lo que vivimos. Evangelizar, misión que cada uno de nosotros tenemos desde nuestro Bautismo, “pide a todos los cristianos que proclamen el Evangelio con la palabra, pero sobre todo con la coherencia de su vida” .
En esta situación hoy el Señor quiere que caigamos en la cuenta de nuestras incoherencias, sin embargo no es para quedarse en lamentos, o en pesimismos. El Señor haciéndonos caer en la cuenta de nuestras incoherencias a la hora de trabajar en su Viña, quiere que tomemos conciencia de nuestro ser pecadores y así nos pongamos en camino de conversión.
Para avanzar por los caminos de la conversión lo primero necesario y que hoy nos urge a cada uno de nosotros, es centrarnos en Cristo. Que el Señor sea el centro de nuestra vida. De la vida de cada uno. Que toda nuestra vida se desarrolle desde Cristo. Para ello es necesaria una experiencia del Resucitado. Nuestro ser cristiano no es cumplir un conjunto de normas, nuestro ser cristiano no es una ideología, nuestro ser cristiano es ser testigo de Cristo, muerto y resucitado, con la palabra y el ejemplo, los hechos.
Y este estar centrados en Cristo hará que en cada uno de nosotros sea posible lo que hoy nos dice el Apóstol San Pablo en la Carta a los Filipenses que hoy escuchamos y contemplamos: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”. Y en estos sentimientos se nos recuerdan la humildad, el servicio, el abajamiento, la obediencia…
Hoy se nos hace caer de nuevo en la cuenta que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva. Por eso lo primero necesario para este camino de conversión es reconocer que muchas veces decimos “Sí” y es “No”, que somos pecadores. Y reconociéndolo nos abriremos y podemos experimentar la inmensa misericordia de Dios para con nosotros, con cada uno de nosotros.
Y es que para sacarnos del pecado, Dios manifiesta la fuerza de su amor y nos ofrece el camino del arrepentimiento, de modo que volviéndonos a Él reconozcamos el daño de la culpa y nos dejemos levantar por su perdón reparador. De aquí que en la Palabra de Dios de este domingo se nos descubre el modo de enderezar la vida, superar los errores cometidos y mirar al futuro con esperanza. El perdón de Dios todo lo cura, su amor es siempre más fuerte que nuestras maldades, su misericordia es capaz de reconstruir lo que nuestro pecado destruyó, su ternura nos ayudará a superar nuestras incoherencias. Y ese modo es: Recapacitar.
Y es que, hermanos y amigos, no seremos juzgados por las veces que nos equivocamos sino por las veces que supimos o no rectificar. Dios ya sabe que somos pecadores, (y es lo que quiere que nos demos cuenta, que lo reconozcamos que somos pecadores), a Dios le interesa nuestro arrepentimiento, que recapacitemos y nos convirtamos.
Hermanos y Amigos, recapacitar nos pone en camino de conversión, nos hace volvernos a Dios y colaborar con Él en su Viña. A este propósito nos viene bien recordar unas palabras de Benedicto XVI hablando de la conversión, del reorientar nuestra vida desde la incoherencia a la coherencia:” La conversión consiste en creer en la muerte y resurrección de Jesús como realidades que se han dado para cada uno y que solo de la mano de Cristo es posible conocer y vivir la riqueza de su amor”
Y el Papa Francisco nos recuerda con insistencia que vivir el Misterio de fe y Amor de Cristo no es un simple recuerdo de algunos dichos y hechos de Jesús sino que hay que traducirlo en obras.
Siempre estamos a tiempo de rectificar, siempre, de acoger el perdón de Dios perdón y de enderezar la vida. Quien se crea seguro y considere que no necesita recapacitar y rectificar en su vida, perderá la oportunidad de acoger la misericordia inmensa de Dios para con nosotros y correrá el riesgo de caer en la desesperanza.
Hermanos y Amigos, podemos resumir la parábola y el mensaje del Evangelio de hoy con esta frase: “Obras son amores”. Se trata de descubrir la voluntad de Dios y cumplirla y no sólo de conocerla o de reducirla a casuística conveniente. La voluntad de Dios es amar, este amor encuentra su plenitud en Cristo, el Señor, pero también se da en la conversión del pecador por grandes pecados que este tenga. La radicalidad de Jesús es que nos llama a vivir un amor sin reservas, es más, a vivir sólo del amor y no de cualquier amor sino del mismo que Él vivía. En la parábola se rehúye toda discusión y se invita a reconocer la evidencia de los hechos, incluso que los que se han convertido estaban en peor situación y los que no estaban tan lejos han perdido su puesto frente a los que se convirtieron por su obstinación a permanecer en su vida.
Hermanos y Amigos, la Eucaristía de cada Domingo, donde somos invitados a escuchar la Palabra de Dios, Palabra de Vida y a participar del Cuerpo y Sangre de Cristo, Alimento de Vida, nos ha de estimular a la autenticidad de vida queriendo, cada día más, tener los sentimientos de Cristo, estar cada día más identificados con el Señor, transparentándole con nuestras obras y palabras.
Y, que no se nos olvide, para ello contamos con la gracia divina que nunca nos faltará, pues el Señor por medio de su Espíritu viene siempre en ayuda de nuestra debilidad. Y ante nuestra debilidad, reconociéndola, el Señor nos inundará siempre con su misericordia y nos dará siempre su fuerza de nuevo para seguir trabajando en su Viña.
Adolfo Álvarez. Sacerdote