TODOS LLAMADOS A LA VIÑA DEL SEÑOR, UN DON INMERECIDO
Continuamos en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Mateo. Y comenzamos a leer y contemplar, meditar, una serie de parábolas a propósito del Reino de Dios. El texto evangélico de este domingo forma parte de esta serie y con esta parábola Jesús se dirige directamente al Pueblo de Israel, llamado por Dios a su servicio, después a los gentiles y se dirige a la Iglesia, nuevo Pueblo De Dios y en ella a cada uno de nosotros como miembros de su Iglesia, nuevo Israel.
Jesús nos descubre a Dios como el propietario de una viña a la que se nos invita a trabajar. Se nos descubre así que Dios ha querido acercarse al hombre, a cada uno de nosotros hasta tal punto que ha querido contar con nosotros como colaboradores en su tarea de salvación.
Ahora bien hay dos cosas que descubrimos, y que hemos de tener siempre presente, en este ser colaboradores con Dios en la Obra de la Salvación:
– Primero: Que los planes de Dios no siempre se corresponden con los nuestros. EL Dios que Jesús nos revela es un Dios sorprendente, un Dios que supera las expectativas del hombre, Un Dios que irrumpe en nuestra vida y nos lleva por caminos jamás imaginados., un Dios que nos desborda con su Amor y Misericordia.
– Segundo. El paso del tiempo como ocasión de salvación. Con las diversas llamadas que aparecen en la parábola Jesús nos quiere mostrar que mientras vivimos tenemos la oportunidad de que Dios entre en nuestra vida de un modo nuevo. Y hemos de pensar siempre que Dios nos llama a todos y no se olvida nunca de nosotros. Su Salvación es para todos.
Formar parte del Reino de Dios, aunque es respuesta nuestra, pues Dios nos llama, nos invita, pero no nos obliga, es un Don de Dios, es una Gracia de su amor y misericordia para con nosotros.
Dios quiere que, con humildad, aprendamos a acogerlo en nuestra vida sin poner condiciones; que aunque no comprendamos, nos fiemos de Él y sigamos su voluntad. Quiere que rompamos nuestro humano pensar para que con generosidad y amor nos pongamos a corresponder con nuestra vida a su Palabra y a su Plan de Salvación para todos.
Esto es lo que vemos hace María la Virgen cuando Dios le propone su plan para Ella de que sea la Madre de su Hijo, que Ella sin entender, sin poner condiciones, se fía totalmente de Dios y sigue su voluntad.
El Evangelio de hoy es un ejemplo de este actuar de modo sorprendente de Dios. Dios es el propietario de la viña, la viña su pueblo.
Trabajar en la viña del Señor es poner la mente, el corazón y las manos al servicio del Reino de Dios, al servicio del Evangelio. Y se nos hace caer en la cuenta que Dios no paga según los méritos, ni la valía personal, sino por su generosidad.
Es significativo que el dueño comience a pagar por los últimos. Los primeros y los últimos son igualados en lo que reciben: un denario. Se nos está mostrando que la gracia de Dios, pertenecer a su Reino, es siempre un favor inmerecido y no descansa sobre las obras del hombre, no descansa sobre cuánto hacemos.
A través de esta parábola el Señor nos está haciendo caer en cuenta que la relación con Dios, a quien Jesús nos revela como Padre, es una relación de amor y gratuidad. Dios no se fija en nuestros méritos, sino se fija en nuestra necesidad. Y La autentica recompensa que nos da no es el denario, el verdadero don de Dios es poder seguirlo, poder corresponder a su amor inmenso para con nosotros, poder participar de su vida.
Todos los cristianos, cada uno de nosotros, vamos siendo llamados por el Señor, cada uno en un momento determinado, unos primero, otros más tarde, para colaborar en el trabajo de su viña. Hemos de preguntarnos cuál es nuestra actitud ante esta llamada y esta tarea, si lo que nos mueve a trabajar por el Reino de Dios es sólo la esperanza de una futura recompensa en el cielo, o si lo que nos mueve es el amor a Dios, y por tanto, somos capaces de trabajar por el Reino con generosidad y entrega sin medida, con la seguridad y la certeza de que el Señor premiará nuestros desvelos y trabajos.
Hermanos y Amigos, el amor de Dios hacia nosotros es un amor desbordante, no nos ama en función de lo que nosotros le damos, pobres de nosotros si pensamos así y parece en ocasiones que desgraciadamente pensamos así. El amor de Dios supera siempre con mucho nuestros méritos. Así se nos recuerda hoy, por ello hemos de cada uno de nosotros preguntarnos: ¿mi amor para con el Señor es correspondencia al amor inmenso que El me tiene, o es interesado, que busca sólo “el jornal al final del día”?
Hermanos y Amigos, Dios no sigue el principio de justicia distributiva que nosotros solemos aplicar en el mundo, sino que Él desborda aplicando una justica cargada de misericordia, cargada de caridad.
Hermanos y Amigos, el Señor hoy nos está llamando a la conversión para ser capaces de gustar y sentir el inmenso Don que Dios nos hace llamándonos a su Viña, llamándonos a ser miembros de su Reino y a colaborar en su Obra de Salvación para con todos los hombres. Y a la conversión para trabajar, para colaborar en su viña por amor y con generosidad.
Para todo ello hemos de dejarnos apasionar por Dios. Nuestra riqueza no es el futuro que nos espera. Ese futuro será la corona final. Nuestro verdadero tesoro es que Dios se ha fijado en nosotros y nos ha llamado, por pura gracia, por pura misericordia, a hacer el recorrido de nuestra vida junto a Él siguiendo el camino que por medio de Cristo nos indica. Y recorrer este camino es el verdadero pago y es la verdadera plenitud de nuestra existencia. Por eso señalaba antes el apasionarnos por Dios, pues en corresponderle a todo su amor para con nosotros encontraremos la verdadera paga, el auténtico salario.
Son muchos los autores que señalan que el denario pagado es el mismo Jesús.
La parábola también refleja el deseo de Dios de salir al encuentro de cada hombre y de ser insistente sin descalificar a nadie: pueden llamarte a primera hora o a la undécima. Lo importante es responder a esa llamada, que ya es una gracia.
Contemplar nuestra vida, nuestro trabajar en la viña del Señor, como un verdadero don y aguardar el futuro como sobreabundancia, nos hará sentirnos siempre desbordados por la paga que Dios nos da, mucho más de lo merecido.
La parábola también nos invita a vivir en el Misterio de Dios (<<sus caminos no son los nuestros>>, pero con la confianza que señala el salmo; <<Cerca está el Señor de los que lo invocan>>. Cada uno de nosotros hemos de estar contentos de haber recibido la llamada del Señor a formar parte de su Iglesia y a poner de nuestra parte, según nuestras posibilidades, a su edificación.
Y para terminar esta reflexión recordamos unas palabras del Papa Benedicto XVI: “Poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro”
Fiémonos siempre del Señor, porque “es bondadoso en todas sus acciones” Cada uno de nosotros como cristianos ha de tender a ser así: alguien que se siente gozoso de trabajar en la viña de su Señor con la esperanza de que otros puedan paladear el vino nuevo del Reino.
Adolfo Álvarez. Sacerdote