VIVIR PARA EL SEÑOR, VIVIR EN EL PERDON
De nuevo somos convocados a la Escuela del Señor a vivir y celebrar el Domingo, Pascua semanal. Y seguimos adentrándonos en los sentimientos y actitudes del Señor a través del Evangelista San Mateo.
En estos domingos nos estamos adentrando en el valor de la caridad. Confesar a Cristo como Señor, como Salvador nos tiene que llevar a vivir y actuar al estilo de Cristo. Y en este estilo es fundamental la caridad, don de Dios. Cristo es el rostro de la misericordia, de la Caridad de Dios para con cada uno de nosotros, los hombres.
Y en la Comunidad Cristiana, en cada uno de nuestras Parroquias, Unidades Pastorales, grupos… la caridad ha de estar presente y empapar a cada uno de sus miembros. Y dentro de la caridad el Señor el domingo pasado nos exhortaba a la corrección fraterna y en este domingo al perdón.
El tema central de la Liturgia de la Palabra en este domingo es el perdón. Acercarnos a la Eucaristía es acercarnos a acoger el amor, la gracia y la misericordia de Dios. Y como primera consecuencia de esta acogida el Señor nos pide perdonar a nuestros hermanos y perdonar siempre. Pero desgraciadamente suele repetirse en nosotros el mensaje de la parábola del Evangelio de este domingo: Dios perdona nuestros muchos pecados y nosotros somos incapaces de perdonar a quien nos ofende.
El perdón que Dios nos ofrece es total y gratuito. El modo de perdonar de Dios está en el centro del mensaje de Jesús.
La auténtica religiosidad se cimienta en una vida abierta a la reconciliación constante con el hermano, imitando al Dios compasivo y misericordioso, quien es a su vez la Fuente del perdón y de la misericordia.
Un aspecto importante en la vida de toda comunidad, familiar, eclesial o social, es el saber perdonar. Si el domingo pasado Jesús nos enseñaba cómo corregir al hermano que falla, hoy nos dice, que en todo caso, debemos saber perdonar. Es ésta una de las consignas más difíciles que nos ha dejado el Señor a quienes queremos ser sus discípulos, ser sus testigos, es más exigente que los diez mandamientos del Antiguo Testamento.
Ante todo para acoger la exigencia de Cristo a la que hoy nos llama y para vivir en el perdón es necesario que experimentemos y que nuestro corazón rebose convencimiento de que “si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor” (San Pablo a los Romanos). Nuestras actitudes para vivir nuestra vida de cada día tienen que estar fundamentadas en esta convicción, que no es una convicción de ideas sino una convicción experiencial que deja que el Señor ocupe, vaya ocupando, el centro de nuestro corazón. El centro de nuestra vida no somos nosotros mismo, ni siquiera nada que podamos encontrar en el mundo que nos rodea. El centro es Cristo, a quien pertenecemos y hacia quien nos encaminamos. Somos <<del >> Señor para ser <<como>> el Señor; pertenecemos a Cristo para actuar como Cristo. Y desde aquí vivir según la novedad del Evangelio nuestra relación con Dios en la Oración filial (como hermanos en Cristo), nuestra caridad para los demás (a todos nos une Cristo) y nuestra visión de todos los acontecimientos pasados y futuros (la Resurrección de Cristo da luz, ilumina, toda la historia, pasado, presente y futuro).
La lección de Cristo hoy sobre el perdón se desarrolla a partir de una pregunta clave que Pedro le formula: << Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?>>
Jesús se sitúa por encima de esquemas y medidas y propone como medida del amor el amor sin medida. Y la medida del amor será la medida del perdón. El “Dios Amor” sin medida es presentado ahora como el Dios del perdón sin medida. De ahí que la respuesta del Señor a la pregunta sea: Siempre. Sea el perdón sin medida. Es que el perdón tiene más que ver con la generosidad que con el número de veces que podamos perdonar a alguien .
Dios, nuestro Dios, tiene un corazón misericordioso y perdonador y Cristo, Rostro de la misericordia de Dios, nos da el mejor el ejemplo del saber perdonar. Esta experiencia del amor misericordioso Dios en Cristo Jesús debe empapar nuestro corazón y nos tiene que infundir confianza en nuestros momentos de debilidad. Tenemos un Dios que perdona y perdona siempre.
Sí, tenemos un Dios que perdona siempre. El perdón que Dios nos ofrece es total y gratuito. Como contemplamos en la escena evangélica de este domingo (Mt 18, 21-35) perdona toda la deuda al empleado y le deja marchar sin someterle a ninguna condición. Este es el modo de perdonar de Dios que Jesús quiere que hoy descubramos de nuevo .
Perdonar cuesta. El Señor nos ayuda. Y es que perdonar supone un poco morir, sacrificar, para dejar crecer al otro. Pero el perdón es también resucitar, porque exhuma el afecto para dejar enterrado el rencor. El perdón es una actitud que define la vida del cristiano. Estamos llamados a perdonar, por muy grande que sea la ofensa, con la ayuda de Aquel que perdonó en la hora de la muerte a los que le estaban ajusticiando injustamente.
Hermanos y Amigos, esta experiencia del perdón de Dios es la que podemos vivir, y ojalá vivamos con frecuencia, en el Sacramento de la Reconciliación. Hemos de descubrir y vivir este sacramento como el sacramento gozoso en que nuestra humilde confesión se encuentra con el perdón total y gratuito de Dios, como en la parábola del hijo pródigo.
Y es que cuando bebemos en el manantial del perdón y la misericordia de Dios nuestra vida queda sanada. El que se sabe perdonado por Dios descubre con humildad su debilidad de espíritu y vive agradecido al que le da la fortaleza.
Ahora bien el Señor hoy nos quiere dar una segunda lección, quien ha gustado el perdón de Dios a de vivir perdonando a los que le ofenden. Jesús, por esto nos pone en guardia desde aquel empleado de la parábola que después de ser perdonado por el rey no fue capaz de perdonar a su compañero que tenía con él una deuda mucho menor. Y es que este empleado, tal vez, no fue capaz de valorar el perdón que a él se le había concedido y por ello no se sintió llamado a perdonar.
Hermanos y Amigos, Jesús nos está recordando que el perdón de Dios pide de nosotros el perdón hacia el hermano. Y esto es lo que pedimos en el Padrenuestro: <<Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden>>.
Nosotros, cada uno de nosotros, hemos de reconocer, con la fuerza del Espíritu Santo que viene en ayuda de nuestra debilidad, que necesitamos del perdón de Dios, hemos de sentirnos pecadores y desde aquí vivir la experiencia profunda del perdón de Dios, perdón sin medida, y desde aquí vivir el perdón a los demás. Sin sentirnos perdonados nunca perdonaremos, sin caer en la cuenta del gran don recibido del perdón nunca seremos capaces de vivir el perdón a los demás.
Hermanos y Amigos, el perdón es el lugar privilegiado donde cada uno de nosotros, cristianos, hacemos presente a Cristo en el mundo. Mediante el perdón, la humanidad adquiere ese rostro de la misericordia del Padre que los hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan especialmente en este momento que nos toca vivir. El encargo que Jesús nos hizo de “ser Luz” y “Ser sal” hemos de llevarlo cabo hoy viviendo el perdón y siendo, como Cristo, “rostros” de la misericordia de Dios.
Dejémonos abrazar por un Dios que nunca se cansa de perdonarnos e irradiemos ese perdón, vivamos las actitudes del Señor. En definitiva seamos portadores para nuestro mundo de la Salvación de Dios, Salvación que nos llena de Alegría, de Paz, de Perdón, de Felicidad.
Adolfo Álvarez. Sacerdote