VIVIR LA COMUNIDAD Y LA CORRECCION FRATERNA
Seguimos avanzando en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Mateo y cada domingo, Pascua semanal, la Celebración de la victoria de Cristo sobre el pecado, el mal y la muerte con su Resurrección nos ofrece ir descubriendo más al Señor e ir, con la ayuda de su Espíritu, teniendo sus mismos sentimientos y actitudes. De aquí que seguimos pidiendo como gracia “conocimiento interno del Señor para más amarle y mejor seguirle”.
Cada Domingo la Celebración de la Eucaristía es siempre un reto, un aldabonazo para vivir más y mejor la comunión eclesial, conscientes de que donde dos o tres estamos reunidos en el nombre de Cristo, El está en medio de nosotros. El nos convoca y El nos alimenta con su Palabra y su Cuerpo y Sangre a fin de que podamos vivir nuestro ser cristiano en la vida de cada día.
En los dos domingos anteriores hemos contemplado que Cristo es el Hijo de Dios vivo y hemos contemplado que El viene para entregar su vida por nosotros y que ser sus discípulos conlleva vivir nuestra vida en clave del Misterio Pascual, muerte y gloria. Ello conlleva que afrontemos toda la vida, especialmente los momentos de prueba y dificultad, con plena confianza en Él. Esto significa que nuestro ser discípulos del Señor no es algo teórico, sino que tiene que notarse en la práctica de nuestra vida cristiana. Hemos de vivir, al menos poner de nuestra parte, el estilo y las actitudes de Jesús. Sin la práctica de la caridad fraterna no hay vida cristiana auténtica. Ahora bien la caridad fraterna no la fabricamos nosotros, necesitamos vivir una comunión, una amistad estrecha con Jesús para vivir en esta caridad, y ello por medio de la Oración y de los Sacramentos, muy especialmente de la Eucaristía, Sacramento de la Caridad.
El Señor en este domingo nos recuerda que la Comunidad es algo esencial en nuestro caminar cristiano. Sin vida comunitaria su seguimiento queda descolorido y desdibujado. La fe es personal pero no individual. Hemos de vivir en la fe de la Iglesia, Comunidad de los bautizados en Cristo. El individualismo es uno de los signos que caracterizan el momento actual y causa estragos en la vivencia de nuestra fe cristiana. Hoy la Comunidad cristiana es presentada como lugar de corrección fraterna y de oración.
Un rasgo fundamental de nuestro ser cristianos es nuestra condición de hijos de Dios y hermanos en Cristo. En este día se resalta este nuestro ser hermanos. Y es que la fraternidad no es algo que parece que podamos elegir o vivir si nos apetece o si el otro me resulta de mi agrado entonces somos hermanos. La fraternidad es esencial desde nuestra condición de hijos de Dios.
Jesús hoy nos instruye en un asunto delicado pero que es muy importante a la hora de vivir la caridad, para vivir la fraternidad: la corrección fraterna. Vivir la fraternidad conlleva la corrección fraterna que conlleva corregir y aceptar la corrección. Y es que Jesús destaca hoy la necesidad de ayudar a cambiar de vida al hermano que vive equivocado. Todos somos responsables de la persona que vive a nuestro lado.
Un cristiano tiende a ser así: alguien que practica con sencillez y humildad la corrección fraterna; algo muy difícil (difícil de llevar a la práctica y difícil de aceptar), pero es una exigencia del Evangelio.
La corrección fraterna es fruto del amor. El Apóstol San Pablo nos recuerda: <<el amor no hace mal a su prójimo>> La corrección del hermano es un acto de amor por él del que saldrá beneficiado. Corregir al que yerra es una obra de misericordia.
Somos hermanos. El amor al hermano no se muestra sólo diciendo palabras amables y de alabanza, sino también, cuando es necesario, con una palabra de corrección y de ayuda para que mejore o no se extravíe en sus caminos. Pero hay que ,también, tener claro que corregir no es echar en cara los fallos, no es reprender con ira, corregir no es humillar a la persona que ha metido la pata, no es meternos a inquisidores. Hemos de hacer la corrección fraterna con humildad, con delicadeza, buscando por encima de todo el bien del otro. Y habrá que buscar el momento y las palabras oportunas.
El Señor nos da pautas para la corrección fraterna, de sus palabras a los discípulos, hoy a nosotros, se desprenden cinco actitudes que resultan imprescindibles para llevar adelante la corrección como una acción de ayuda entre personas desde el amor:
– Llevar siempre el tema a la oración por la persona a la que se quiere corregir;
– Un dialogo personal, un encuentro personal, que se genere cercanía.
– La advertencia ante uno o dos testigos, discernir las situaciones mediante el parecer de otras personas que puedan aportar luz ;
– La Comunidad , contar con la opinión de la comunidad donde se encuentran las personas que nos quieren de verdad;
-Y como condición siempre necesaria, no cansarnos nunca de ofrecer oportunidades, como Dios Padre hace siempre con nosotros.
Y todo ello buscando el bien de la persona, su salvación. Y siempre con amor.
Si detectamos que no es el amor lo que nos mueve, entonces abstengámonos de corregir a los demás.
Podemos ser nosotros los corregidos. La corrección hay que recibirla con humildad. Quizá esto sea lo más difícil, porque todos tenemos como un poster con la imagen ideal de nosotros mismos y no queremos que nadie nos deforme esa imagen. Aceptar la corrección con humildad es vivir en la verdad de uno mismo.
Hermanos y amigos, sólo, desde la lectura de la Palabra de Dios, desde el amor a Cristo, desde el deseo de encontrarnos con El es cuando, la corrección fraterna, es entendida como un camino que nos abre las puertas hacia el encuentro personal y auténtico con Jesús y a una mejora en nuestra relación con los demás ejercitándonos en la caridad.
Hermanos y amigos, vivimos en una sociedad donde, los defectos y los fallos de la Iglesia, son aireados no como llamada al cambio o la reflexión sino como destrucción. También, a nuestro alrededor, con nuestra forma de enjuiciar situaciones y personas, podemos caer en la misma tentación: querer someter todo aquello que no nos agrada. Y eso no es corrección amigable, fraterna o cristiana, sino todo lo contrario: aniquilación del adversario.
Hemos de pedir al Señor, desde la fuerza que nos da la oración por medio de su Espíritu Santo, que seamos capaces de discernir nuestra propia vida, discernir siempre entre el bien y el mal, pues es necesario que al mal lo llamemos mal, al pecado, pecado, pero siempre con un fin salvífico, que nos permita ayudarnos unos a otros a crecer en el bien y fomentar comunidades cristianas más auténticas y de que, nuestra maduración en la fe vaya creciendo de tal manera, que gustemos y acojamos la corrección como un camino hacia la perfección humana y cristiana, comunitaria y personal.
Hermanos y amigos, el participar en la Eucaristía, donde el Señor nos convoca a crecer en fraternidad, nos afiance en el amor para vivirlo cada día más auténticamente al estilo de Jesús.
Adolfo Álvarez. Sacerdote