EN LA VIÑA DEL SEÑOR , LLAMADOS A DAR FRUTOS
De nuevo el Señor nos convoca en el Domingo, Pascua Semanal. El Domingo tiene para cada uno de nosotros un significado especial, nos reunimos para celebrar la Eucaristía, obra de Cristo y de su Iglesia. A través de la la Celebración de la Eucaristía en el Domingo crecemos en fidelidad a este mundo para responder a la llamada del Señor a ser en medio de el mundo luz y sal. Y crecemos en fidelidad al Reino avanzando en su construcción y con la esperanza puesta en la meta, meta que es Dios mismo.
Y seguimos adentrándonos en el Misterio de Cristo, continuamos en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Mateo, que continúa mostrando las Parábolas del Reino.
En la Liturgia de este domingo continúa desde la imagen de la viña con la temática del domingo pasado: Dios ama a los hombres, nos ama a cada uno de nosotros, nos llama a su viña, nos da constantes dones para trabajar en su viña, pero quiere que le devolvamos frutos de amor y de obediencia.
En la parábola del Evangelio se nos anticipa la pasión de Jesús y su muerte, y también anuncia su resurrección.
Se pone ante nosotros un cántico, un poema, del Profeta Isaías, lleno de ternura y al mismo tiempo de dolor, a la Viña del Señor, cuyo sentido profundo lo descubrimos en su conclusión cuando dice: “La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido”. De esta manera el Profeta describe el amor con que Dios ha cuidado a su pueblo, imagen del amor para con toda la tierra. Pero a pesar de todo este pueblo y podemos decir que toda la tierra, situándonos aquí nosotros, le da la espalda. La historia del pueblo escogido es una retahíla de clamores de ayuda, de favores de Dios y de continuas infidelidades por parte de los hombres.
El pueblo de Israel celebró la Alianza de Dios con su pueblo; alianza que se hizo por medio de Abrahán y por medio de Moisés; desde esa alianza reconoció al Dios de la Creación. El pueblo de Israel vivió un tiempo de prosperidad y de paz en la monarquía, con David, Saúl y Salomón. Volvió a su tierra después del destierro en Babilonia y pudo reconstruir su ciudad, Jerusalén. Después de todo lo que Dios había hecho por su pueblo, Israel fue infiel a la Alianza, tuvo que ver dividirse su reino, sufrir el destierro a Babilonia, ver la destrucción de Jerusalén. Después de los cuidados de Dios por su pueblo, éste no supo responder a su Dios. Y así hoy encontramos en Isaías que Dios dice: “Esperaba de ellos derecho, y ahí tenéis: sangre derramada; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos”
Jesús utiliza el mismo tema y palabras semejantes a las del «canto de la viña» del profeta Isaías, para hacer ver lo poco que han cambiado los jefes de Israel. Dios envió dos tandas de profetas, antes y después del exilio de Babilonia y, por último, a su Palabra hecha carne, al Hijo unigénito y amado. La clase dirigente de Israel reacciona siempre de la misma manera: los profetas y el Hijo vienen a descomponer el esquema de poder y de organización religiosa y social del pueblo del que aquellos se sienten dueños absolutos, por ello la conclusión es clara: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia” (Mt 21, 38).De forma simbólica se alude a la pasión de Jesucristo, como dijimos antes, que fue muerto fuera de la ciudad, y a la destrucción del Templo y la dispersión de los dirigentes del antiguo Israel.
Ahora bien la profecía de Isaías y la parábola que Jesús nos ofrece hoy no se agotan en su sentido histórico. Es verdad que esta parábola es sumamente esclarecedora para comprender el sentido del Misterio Pascual de Jesucristo, rechazado por los jefes del pueblo y ensalzado por el Padre como piedra angular de su nuevo Templo; pero la Palabra evangélica se dirige ahora al Nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia, que somos nosotros y lo interpela, nos interpela a cada uno de nosotros, para que descubramos que podemos haber caído en la misma deformación moral que el antiguo pueblo de Dios.
Nosotros somos ahora el Nuevo Israel, la Viña elegida de Dios en la que Cristo es la cepa de la que brotan los sarmientos, que somos los bautizados: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en Mí no dé fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo poda para que dé más fruto”.
Nosotros hemos de sentirnos, considerarnos, la viña del Señor, somos mimados por un inmenso amor de Dios para con todos y cada uno de nosotros. Dios no deja de darnos dones de su amor, nos fortalece por medio de su Espíritu en la fe, nos da los sacramentos, nos da su Palabra…Miremos, gustemos de nuevo todos los dones que Dios en su inmensa misericordia nos da. Preguntémonos de nuevo: ¿Qué frutos espera el Padre de los nosotros?
Dios espera de nosotros, en primer lugar, que creamos en su Hijo con una fe tal que nos saque de nuestros esquemas mundanos y nos abra a su Palabra, que nos haga capaces de cambiar de verdad. Dios espera de nosotros que guardemos el derecho y la justicia (Is 5, 7) que son reflejo de la voluntad de amor que es la esencia divina
Dios espera de nosotros: Obras de amor a Dios, dejarle ocupar el centro de nuestro corazón, cuidar la oración, “trato de amistad con Aquel que nos ama” que dirá Santa Teresa, participar en los Sacramentos…Querer vivir en la voluntad de Dios.
Y Obras de amor al prójimo, compartiendo con los más necesitados, gastar nuestro tiempo por los demás, atención a los enfermos… En definitiva, vivir las obras de misericordia. Y también aquí habría que señalar en estos frutos el que cada uno viva su vocación con entrega a Dios y a los demás.
Ahora bien, hermanos y amigos, hoy nos tenemos que plantear y preguntarnos cada uno si no está ocurriendo hoy como los viñadores rebeldes de la parábola. Uno cuando mira el panorama de la cruda realidad social y política que nos acecha, llega a pensar que, este evangelio de los viñadores homicidas, tiene especial vigencia y relevancia en nuestra tierra española y podríamos decir también en nuestro mundo Una tierra mimada (católicamente hablando), plantada en medio del mundo como punto de referencia en la práctica cristiana, en el envío de miles de misioneros, en un rico patrimonio histórico (difícilmente de entender al margen del cristianismo) pero en la que, últimamente, los vientos no están muy a favor de cavar y fomentar raíces cristianas.
Y también podemos ver y decir que hoy se pretende anunciar, llevar adelante, en unas ocasiones solapadamente, en otras claramente, el expulsar a Jesús “fuera de la viña», expulsarlo por una cultura que se proclama post-cristiana, o incluso anti-cristiana. Las palabras de los viñadores resuenan, si no en las palabras, al menos en los hechos de nuestra sociedad secularizada: “Lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Por eso tenemos que preguntarnos hoy ¿tengo a Cristo presente en mi vida? ¿Me siento trabajador en la viña del Señor o actúo como si yo fuese el dueño?
Esta parábola nos interpela cuando en nuestro comportamiento, en nuestro vivir la fe manifestamos frialdad e incluso nos rebelamos contra Dios.
Hermanos y Amigos, plantearnos esto no es para ser pesimistas, no, hemos de ser realistas y hemos de sentir que el Señor nos llama de nuevo a dar frutos, pues en su inmenso amor y misericordia nos mantiene en su Viña, somos la Viña del Señor. Hemos de apoyarnos en Cristo, Él es “la piedra angular”. Vivamos desde Él y para Él. Nuestra respuesta al Señor sea una vida de conversión. Y en esta vida de conversión con la ayuda del Espíritu que viene en ayuda de nuestra debilidad debemos dar frutos de amor a Dios y de amor al prójimo, los frutos a los que antes nos referimos, y vencer así al diablo que se mete entre nosotros para dividir, para estropear la Viña del Señor. Y así veremos, experimentaremos, que somos plenamente felices, que en la Viña del Señor está el pleno sentido para nuestra vida.
Hermanos y Amigos, dejándonos envolver de nuevo en el amor de Dios digámosle con el Salmista hoy al Señor, de todo corazón: “No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. Señor, Dios del universo, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.” (Salmo 79)
¡Feliz domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote