DIOS SIEMBRA EN NOSOTROS Y NOS LLAMA A SEMBRAR
Cada domingo, Pascua semanal, y día muy importante en nuestra vida cristiana, el Señor nos alimenta en la Mesa de la Palabra y en la Mesa del Banquete Eucarístico. Hemos de estar muy atentos para escuchar esta Palabra y hemos de responder como es debido a esta Palabra divina. Palabra “viva y eficaz” a la que hoy el Profeta compara con la lluvia y la nieve, que empapando la tierra, la hacen germinar y fructificar.
En esta Mesa de la Palabra, seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Mateo. Llegamos al capítulo 13 del Evangelio y lo vamos a contemplar y meditar durante tres domingos, en él Jesús habla en parábolas, las parábolas del Reino.
El trasfondo de las parábolas es éste: el Reino crece, da frutos. No todo es malo, no todo el mundo está cerrado, no hay un dominio absoluto de los ídolos de mundo. En medio del mundo la Palabra es sembrada y va dando fruto “ciento, o sesenta o treinta”.
Hoy escuchamos, contemplamos, meditamos la primera de las parábolas, que sirve de introducción y que Jesús mismo explica y completa con su continuación en la parábola del trigo y la cizaña que escucharemos y contemplaremos el domingo que viene.
En total son siete parábolas, y esto es importante porque el número siete en la mentalidad hebrea tiene el sentido de plenitud. El hecho de que San Mateo nos presente siete parábolas en un único discurso de Jesús nos hace entender que se trata de la enseñanza completa, tal como Jesús la quiere presentar, sobre el Reino de Dios.
Y añadir algo también importante para nuestra contemplación y reflexión. Y es que San Mateo nos presenta a Jesús que sale de su casa, que se dirige hacia el mar, que sube a una barca y desde la barca, sentado, habla y enseña a la multitud. Ésto tiene para nosotros un significado, una enseñanza, muy importante y que no hemos de perder de vista: la Iglesia enviada a predicar fuera de la propia casa, enviada a todos pueblos, a caminar y navegar en el mar de la vida donde está presente el bien y el mal. Y este es el marco de la parábola de hoy, la parábola del sembrador.
En la parábola de hoy hay tres realidades: el sembrador, la semilla y el terreno en que cae la semilla.
El sembrador es Dios. Siembra por todas partes. Y siembra cuando nos lo merecemos y cuando no. Dios es el sembrador que realiza en nosotros su obra. A nosotros nos queda la enorme responsabilidad de no hacer infructuosa la gracia santificante y los medios que Él nos da en su Palabra y en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía.
La semilla es su Palabra, que nos regala siempre. Él esparce su Palabra, se da a sí mismo.
El terreno que es la mente y el corazón del hombre, de cada uno de nosotros. Y al hablar del terreno se representan cuatro actitudes nuestras: hay momentos de nuestra vida en los cuales estamos cerrados a la Palabra, momentos en que estamos prendidos de las cosas del mundo, hay momentos en nuestra vida en que nos abrimos a Dios y hay momentos en que damos fruto y alcanzamos a acoger a Dios dentro de nosotros.
Y aquí, ante el tipo de terreno, nos tenemos que preguntar ¿Cuánto tiempo dedicamos a la Palabra de Dios? ¿Cuánto tiempo dedicamos a escuchar a Dios?. Y hacernos estas preguntas y respondernos con sinceridad es muy importante. Si no encontramos tiempo para la Palabra de Dios, quiere decir que nos importa poco y que realmente Dios no ocupa el centro de nuestra vida. Si miramos en nuestra vida de cada día aquello que nos importa buscamos y procuramos por todos los medios encontrar tiempo para ello.
Igual que para nuestro cuerpo es fundamental el alimento y si se nos quita el apetito enseguida buscamos la razón pues es que algo no va bien, que estamos enfermos, así sucede también cuando no escuchamos la Palabra de Dios, cuando no nos alimentamos del Pan de la Eucaristía, hemos de buscar el por qué, hemos de ver que es lo que está dominando nuestra vida, que prevalece en nuestro corazón.
Todo esto nos lleva a preguntarnos ¿Qué tipo de terreno soy? Y no hemos de perder de vista algo fundamental: Dios nos quiere, nos ama con locura. Dios nos quiere cuando somos terreno bueno y también cuando somos terreno pedregoso. Dios nos ama cuando somos capaces de acogerlo y Dios nos ama cuando en relación a Él somos como una losa de mármol que no permite ni echar raíces ni profundizar la semilla y dar fruto.
La parábola apunta, por una parte a la generosidad de un sembrador que no escatima en semillas, que no teme ser generoso aun a riesgo de no ser correspondido; por otra parte la imagen de la semilla nos hace pensar en el abajamiento tanto en el momento de la Encarnación como en el de la sepultura de Cristo, donde vemos hecho realidad: <<si el grano de trigo no muere, no da fruto>>
Hermanos y Amigos, Dios sigue sembrando hoy su Palabra, sigue confiando en que dé fruto en nosotros esta Palabra. Por ello hoy hemos de pedirle al Señor que siga derramando sobre nosotros la fuerza de su Espíritu para que el terreno de nuestro corazón pueda ir transformándose y llegue a ser tierra buena y que demos fruto, “del ciento, del sesenta, del treinta”.
Hermanos y Amigos, esta primera parábola pide de cada uno de nosotros estar dispuestos a ser enseñados por Jesús y, también, caer en la cuenta de que no se trata del esfuerzo que nosotros hagamos para comprenderle a Él sino de dejarle que actúe en nuestra vida, que realice una obra grande en nosotros.
Pero esta parábola nos lleva también a contemplar y meditar una segunda perspectiva, la primera fue respecto a nosotros a cada uno de nosotros como “terreno” donde cae la semilla de la Palabra, y es como sembradores, como continuadores en la tarea de la evangelización, misión fundamental de la Iglesia hoy, pues estamos llamados a transmitir y sembrar hoy esta semilla de la Palabra de Dios en nuestro mundo.
Y aquí hemos de preguntarnos qué tipo de terreno encontramos en nuestro mundo y hemos de preguntarnos qué elementos anulan e impiden hoy la fecundidad de la Palabra de Dios en las personas y a nuestro alrededor? Y aquí se dan elementos por parte de las personas, de nuestro mundo, como son los intereses personales, la vida ajetreada, las cobardías y miedos, los desánimos… Y por parte de los sembradores los elementos que podemos señalar son las impaciencias, los desconocimientos de los terrenos, no poner toda la confianza en Dios…
Y en medio de todo no hemos de perder nunca la esperanza, ni la esperanza de ser mejor terreno, ni la esperanza de ser sembradores de fruto. Dios es el que da el crecimiento y por eso por nuestra parte hemos de abrirle el corazón para que nos vaya trasformando, para que sea cada día más el centro de nuestra vida. Y en la tarea y misión que nos confía de ser sembradores hemos poner toda nuestra confianza en Él, sentirnos instrumentos suyos. Y sin lugar a duda su Palabra no volverá a Él nunca vacía.
Hermanos y Amigos, que la Celebración del Domingo, la escucha de la Palabra y el participar de la Eucaristía, sea momento central y vital para cada uno de nosotros, sea encuentro con Cristo sembrador y siembre en nosotros y nos ayude en nuestra tarea de sembradores.
Pongamos en manos de María, nuestra Madre, a la que hoy invocamos en esta advocación entrañable de la Virgen del Carmen, Estrella del mar toda la tarea Evangelizadora de la Iglesia. Ella nos guie siempre a Cristo, nos ayude dejarnos que Cristo siembre su Amor y Misericordia en nuestros corazones y así demos frutos de Vida Eterna y nos ayude a sembrar en nuestro mundo el anuncio de Cristo y las semillas de los valores del Evangelio.
Adolfo Álvarez. Sacerdote