CRISTO NOS ENSEÑA A DAR GRACIAS Y, CON HUMILDAD, A CONFIAR SIEMPRE EN DIOS
Vamos caminando de la mano del Evangelista San Mateo en la escuela del seguimiento del Señor. Queremos conocer más interiormente al Señor para más amarlo y mejor seguirlo.
Después de contemplar y reflexionar el domingo pasado las exigencias que Jesús nos pide para seguirle hoy, en este domingo, contemplamos al Señor que nos enseña a ser agradecidos y a vivir el seguimiento con confianza en Dios, con humildad y mansedumbre, y con una actitud de conversión permanente. Y todo ello lo contemplamos pidiendo en este día a Dios nos conceda la verdadera alegría.
La alegría que hoy pedimos no es una alegría cualquiera sino una alegría, don del Espíritu de Dios, que proviene se sabernos amados y salvados por un Dios loco de amor por nosotros que se ha rebajado, que se ha hecho uno de nosotros para levantarnos de la esclavitud del pecado a la dignidad de hijos en el Hijo, en Jesucristo. No lo olvidemos Jesucristo nos ha salvado de la muerte liberándonos del pecado, ello ha de llenar nuestro corazón de una alegría profunda, ésta que hoy pedimos.
Hoy, la Oración como acabamos de ver nos invita a pedir la alegría, pero además las lecturas de la Palabra de Dios nos invitan a alegrarnos en Dios, con sencillez de corazón y a confiar en Él, porque es “clemente y misericordioso” y “cariñoso con todas sus creaturas”; perode modo especial con el hombre, y modo más especial, aún, con cada uno de nosotros. Por ello hemos de vivir en la alegría. Una alegría que hoy nos quiere contagiar el Profeta Zacarías: “alégrate. Y nos lo dice como imperativo y ello porque nosotros los creyentes no podemos dejarnos dominar por la tristeza nunca, la alegría de la presencia del Señor en nuestra vida ha de resplandecer por encima de aquellas situaciones de sufrimiento, de cruz por las que podamos atravesar. El amor de Dios que Cristo nos manifiesta es más grande que lo que nos pueda ocurrir, por malo que sea y aún, en medio de las lágrimas y el dolor, hemos de poder experimentar aquella alegría, que es Cristo mismo, que todo lo transforma.
Jesús da gracias a Dios Padre con una plegaria de bendición y con mucha confianza y lo hace porque sólo los humildes y sencillos de corazón acogen los misterios del Reino, y los que se creen sabios y entendidos de este mundo no descubren nada. Jesús nos muestra así que seguirle no es una cuestión de sabiduría humana, no es una cuestión de tener mucho, de poder mucho, sino es una cuestión de abrirle el corazón a Dios y poner toda nuestra confianza en Él, de sabernos pequeños y que sin Él no podemos nada.
Para seguir al Señor, para vivir siguiendo a Jesús necesitamos la humildad y la mansedumbre y la conversión.
La primera lectura de este domingo nos muestra esta humildad y mansedumbre. Nos muestra una exultación mesiánica por el rey anunciado pero no se da la exultación por la majestuosidad del rey, sino que se subraya su carácter humilde y manso, “modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica” Ante ese rey, que no es otro que el Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre, que nos ha liberado de la cloaca del pecado con su muerte en la Cruz y su Resurrección, como Pueblo de Dios nosotros hoy le decimos, con el Salmo, “Bendeciré tu nombre por siempre…”
Y desde la humildad Jesús nos invita a descansar en Él “venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviare” Nos está invitando Jesús a poner en Él nuestra confianza, a que El sea nuestro consuelo, nuestro sosiego ante las dificultades de la vida, a que sea Él nuestro cirineo ante las cruces que la vida nos presenta.
Para llegar a ser felices el Señor nos ayuda a que tenemos que aceptar que el camino de la vida pasa por momentos espléndidos y por momentos dolorosos, que nuestra vida esta hecha también de fatiga, cansancio, sufrimiento. Jesús nos enseña a abrazar los 360 grados de nuestra vida es decir, la vida en su totalidad y que tenemos que aceptar todo, lo bueno y lo no tan bueno de nuestra vida, todo forma parte de nuestra vida y todo forma parte de nuestro camino de santidad.
Y es que Jesús nos enseña no sólo a aceptar esto, el abrazar la vida en su totalidad, sino, también, a dar respuestas. Jesús no quiere que suframos de forma pasiva, resignándonos sin más. Se trata de afrontar los problemas, las dificultades, enfrentándonos, buscando soluciones, con la ayuda de Dios. Por eso nos dice “Venid a mi…yo os aliviare”. Afrontando la prueba, la cruz desde la luz de Dios, confiándose a sus manos, encontramos la fuerza que nos da nuestro Cirineo, el Señor, un Dios que camina junto a nosotros siempre, aunque a veces no sintamos su presencia como quisiéramos, un Dios que nos pide que caminemos hacia Él sin miedo porque Él ha cargado con nuestros sufrimientos primero.
Para vivir todo ésto necesitamos avanzar en los caminos de la conversión, dejando que el Señor vaya transformando nuestros corazones, pues solo los sencillos de corazón dejan al Señor obrar en sus corazones, es decir solo desde la sencillez de corazón vamos dejando que el Señor actúe en nuestra vida impregnándonos de los sentimientos y actitudes de su Corazón., pues vivir la humildad, el ser portadores de paz, constructores de unidad y fraternidad, sembradores del perdón y la misericordia de Dios no es algo posible sólo desde nuestro esfuerzo, sino es posible cuando nos ponemos ante el Señor y le abrimos el corazón dejándole actuar en Él y que lo vaya transformando a su estilo.
Hermanos y Amigos, seamos de los que quieren vivir en humildad, vivir sabiéndonos necesitados de la gracia y la misericordia de Dios, vivir sabiendo que con Dios lo podemos todo y sin Él no somos nada. Vivir en humildad es vivir agradeciendo al Señor toda su bondad, todas sus obras de amor a favor nuestro.
Hermanos y Amigos, el Señor inunde hoy nuestros corazones de la alegría del Espíritu y que cada día confiemos más en Él. Que en Él encontremos siempre nuestro descanso y sosiego. Que nunca desfallezcamos ante las dificultades y sufrimientos y que sintiendo que nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios vivamos siempre confiando plenamente en la promesa de felicidad que Dios nos hace.
¡Feliz Domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote.