EL SEÑOR NOS LLAMA Y NOS ENVIA
Después de haber culminado la Pascua en la Solemnidad de Pentecostés y haber celebrado tres solemnidades donde hemos contemplado el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros, la Santísima Trinidad, el Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús, retomamos hoy los domingos del Tiempo Ordinario. Un tiempo en el que hemos descubrir de nuevo la presencia de Dios en medio de nuestro mundo y de nuestra vida de cada día. El Tiempo Ordinario es fiel reflejo de nuestro existir cotidiano en el que Cristo también está presente y nos acompaña para iluminar y dar sentido a nuestra vida.
Hoy se nos pone de relieve que todos nosotros constituimos un pueblo, depositario de la gracia y la obra de Cristo. Y por ello depositario de la salvación que los hombres necesitamos, que los hombres de nuestro alrededor necesitan.
Con el pasaje evangélico que hoy contemplamos se inicia el discurso apostólico de Jesús, según el evangelista, san Mateo. Un largo discurso que continuaremos leyendo los dos próximos domingos y que constituye un esbozo de una primera teología de la misión, desde donde definir la vocación y la identidad de la Comunidad de la Iglesia en el mundo actual. Jesús envía a los doce apóstoles, no sin antes dirigirles a ellos el “discurso apostólico” o “de la misión”, en el que recoge los consejos que Jesús dedica a los colaboradores más cercanos e íntimos que Él ha elegido y enviado.
Se nos ponen de relieve tres aspectos importantes:
1. La urgencia de la misión, ya que Jesús, compadecido de la muchedumbre, expone su preocupación misionera con dos imágenes de los destinatarios de la misión: son ovejas sin pastor y la mies que está pidiendo trabajadores que cosechen.
2. En segundo lugar, ahí está el primer envío de los doce apóstoles, cuyos nombres vienen citados por el evangelista.
3. Jesús da varias instrucciones sobre el anuncio del reino de Dios y sobre los signos de liberación, propios del citado anuncio: Id -les dice- y proclamad que ha llegado el reino de los cielos (Mt 9, 7).
A estos doce Apóstoles, cuyos nombres encontramos citados en el Evangelio, comenzando por Simón Pedro, les encarga algo muy comprometedor: deberán anunciar que el Reino de los cielos “ha llegado ya” y, al mismo tiempo, deben curar a los enfermos, liberar a los poseídos por el demonio y hasta resucitar a los muertos y todo ello desinteresadamente. De momento esta misión queda restringida a los pueblos de Judea y Galilea, sin entrar en Samaría ni pasar por otros países paganos. Al final, antes de la Ascensión, recibirán el encargo de que vayan también a evangelizar a todas las naciones.
Lo primero que tuvieron que aprender los Apóstoles fue “a estar con Jesús”, aprender su estilo de vida, imitarle en sus actitudes; muy concretamente, su capacidad de compasión y de amor a la gente. Con dos expresivas comparaciones, tomadas de la vida del campo, “las ovejas sin pastor” y un inmenso campo “de mies” que está necesitando segadores para cosecharla; expresiones que emplea Jesús parta mostrar la situación de su pueblo y la necesidad de que sus colaboradores lleven a cabo la tarea.
En todo caso, más allá de lo que puedan realizar en el campo (la tarea), al que ya han sido destinados, hay otros muchos que no sólo deberán rezar, pidiendo al dueño de la mies que multiplique los trabajadores, sino que también lleven a cabo otras actividades, como miembros de la comunidad cristiana, de la que forman parte. Todos estamos comprometidos en la evangelización; unos como responsables de la comunidad desde su ministerio ordenado y otros desde su misma condición de cristianos.
Hermanos y Amigos, Cristo hoy nos envía, nos confía la misión de anunciar el Reino de Dios, de hacer presente el amor y la misericordia de Dios. Todos estamos comprometidos en la evangelización, unos como responsables de la comunidad, desde su ministerio ordenado, y otros desde su misma condición de cristianos que les constituye mediadores de la esperanza y de la alegría de Dios para con los demás.
No olvidemos ni perdamos de vista que la misión evangelizadora de la comunidad eclesial es patrimonio y deber de todos los cristianos, partícipes por el bautismo y los sacramentos de la misión profética de Cristo, al igual que de sus funciones sacerdotal y pastoral. Si nuestra fe y religión fueran únicamente espiritualidad evasiva, no seríamos fieles a la misión de Cristo ni a su mensaje de salvación y de esperanza, especialmente para los sin esperanza. No lo olvidemos: Cristo nos llama a todos a continuar su misión evangelizadora.
Y para llevar adelante la tarea hemos de vivir muy unidos a Cristo y ello por medio de la escucha de su Palabra, la Oración y la participación en los Sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Penitencia.
Hermanos y Amigos, el Espíritu que actuaba en Cristo y en los Doce es el mismo que actúa hoy en nosotros. Pero la obra de la construcción del Reino es silenciosa y va poco a poco y no está exenta de dificultades. Por ello no nos desanimemos ante esas dificultades, confiemos en el Señor y sigamos adelante en la tarea, ¡merece la pena! Dios sigue obrando maravillas en los corazones.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude a, como discípulos de Jesucristo, anunciar, con nuestras palabras y obras, que Dios esta junto a nosotros, que está empeñado en salvar a la humanidad y en implantar su Reino de vida, de verdad, en medio de nuestro mundo haciéndonos verdaderamente libres.