SER CRISTIANO, TESTIGO DE CRISTO SIN MIEDO
De nuevo somos convocados a celebrar el Domingo, la Pascua semanal. El domingo pasado se nos recordaba que somos el Pueblo de la Alianza y el Señor nos llama y nos envía a la misión, la tarea de ser testigos de su Presencia en medio de nosotros, de nuestro mundo.
En el Evangelio de hoy nos encontramos con otro fragmento del conocido como <<discurso de la misión>>. El Señor comienza avisándonos de que en la tarea evangelizadora vamos a encontrarnos con mil dificultades e incluso graves amenazas, ante las cuales ésta es su invitación imperiosa a una plena confianza en Dios: “No tengáis miedo” (Mt 10, 26). Tan importante era este no tener miedo que en el pasaje que hoy contemplamos Jesús repite por tres veces: “No tengáis miedo” Y lo repite porque quiere que tengamos siempre confianza en Dios.
Siempre fue difícil ser cristiano, aunque hay unos momentos en donde es más difícil que otros, esto es algo que tenemos que tener muy claro. Hoy contemplamos en la lectura del Profeta Jeremías como el Profeta sufre la incomprensión y la soledad a causa de la misión que Dios le ha confiado, Contemplamos como su fidelidad a Dios tiene como consecuencias que aquellos más cercanos, incluso los que consideraba amigos, lo rechacen y lo persigan. Lo fue en los primeros tiempos de la Iglesia, en los que la confesión de la fe se pagaba casi siempre con el martirio y lo ha sido a lo largo de los dos mil años de cristianismo hasta nuestros mismos días. ¡Cuánto heroísmo para no dejar que el miedo se apoderase de alguien ante las amenazas! Ser sacerdote, religioso o laico; ser una familia cristiana; ser un joven creyente y comprometido…, son opciones que comportan seguramente dificultades e incluso graves amenazas en no pocos lugares o ambientes. Al siglo XX se le consideró como el Siglo de los Mártires y los comienzos del actual no lo es menos. Son frecuentes, hoy como ayer, los malos tratos y asesinatos de cristianos por causa de su fe.
Pero hoy nosotros aquí en España y en muchas zonas de Europa, con raíces cristianas vemos que el miedo y la cobardía, están dominando en no pocos cristianos a la hora de vivir la vida cristiana, a la hora de llevar adelante la Misión que Cristo nos confió.
Hoy abundan los cristianos vergonzantes y miedosos, y tal vez estemos nosotros en ellos. Y es que frente a un ambiente social poco favorable a la fe cristiana, una de las tentaciones más frecuentes del creyente actual es el miedo que se disfraza de silencio, cuando tendría que haber una palabra sobre amor y familia, matrimonio y divorcio, vida y aborto, educación y libertad, dinero y honestidad profesional y tantos otros binomios que requieren un claro discernimiento y una respuesta consecuente desde nuestra fe en Cristo y dejándonos iluminar por los sentimientos y actitudes del Señor.
No podemos conformarnos con no ceder en el fuero interno a las máximas y criterios incompatibles con el Evangelio y con el sentir de la Iglesia, sino que hemos de tener, los creyentes hoy, además el valor y el coraje de disentir y de confesar los valores del Evangelio, la vivencia de la fe en Cristo, cuando hay que hacerlo, y ello sin agresiva exposición de las auténticas convicciones, pero con humilde firmeza. Y esto, aunque uno pierda amistades, popularidad, poder o ingresos económicos. Avergonzarse de las propias creencias, tener miedo a mostrarse diferente, amedrentarse ante el ridículo, es ceder al viejo respeto humano. En esta semana pasada hemos celebrado a Santo Tomás Moro, que por no callar y comulgar con ruedas de molino, sino dar testimonio Enrique VIII mando acabar con él y el día de ayer celebrábamos el Nacimiento de San Juan Bautista que tuvo el coraje de repetirle a Herodes: “No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano” (Mc 6, 18), a sabiendas de lo que le podía pasar.
El Evangelio es un regalo que cada uno de nosotros, creyentes, hemos de vivir plenamente sin temores. El ejemplo lo encontramos en el propio Cristo quien para cumplir su misión de salvarnos, se abandonó totalmente en las manos del Padre para ser libre y valiente frente al mundo.
Hermanos y amigos, hemos de testimoniar con valentía nuestra fe desde el testimonio personal y diario, en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida. No hemos de tener miedo de anunciar a plena luz a Jesucristo y testimoniarle con nuestras obras. Para ello nos es imprescindible una fuerte amistad con el Señor, una experiencia viva de Cristo Resucitado. Vivir enamorados del Señor. Porque la fe cristiana, los valores del Evangelio no son una ideología, la fe cristiana es la correspondencia a una persona: Jesucristo, que vive y da plenitud de sentido a toda nuestra vida.
La misión que como creyentes tenemos de ser luz y de ser sal, ¡no es nuestra ocurrencia!, es una misión que Cristo nos confió y no es otra que anunciar el amor de Dios y corresponder a este amor viviendo desde los sentimientos y actitudes de Cristo.
Hoy, por todo lo ya dicho, es necesario que caigamos en la cuenta que hoy, en el momento que nos toca vivir, está ante nosotros la tentación de vivir un Cristianismo” ligth”, acomodado a los criterios del momento en la sociedad. Un Cristianismo “privado”, “intimista”, que busca la autocomplacencia en el consuelo y la misericordia divina, pero alejado de su compromiso en la vida pública. En el fondo pensando que «cada uno en su casa y Dios en la de todos”; pensando que la religión es para vivirla en la intimidad personal, pero que no tiene implicaciones públicas. Un Cristianismo “cultual”, separado de la vida. Es decir sin una estrecha relación entre lo sacramental y la vida. La fuerza para vivir la fe en nuestra vida de cada día nos viene de celebrar los Sacramentos, muy especialmente la Reconciliación y la Eucaristía, que son la fuerza del Señor para nuestra vida de cada día. Un Cristianismo “social o sociológico”, en el que se hacen las cosas porque son tradición, costumbre, o porque se hacen en otro sitio, pero en el que falta una clara opción personal por seguir a Jesucristo.
Y estas tentaciones hoy ya no son tentación son realidad en la vida de bastantes creyentes. Y por ello es necesario sentir de nuevo la llamada del Señor, es necesaria la estrecha amistad con Cristo.
Por esto hoy, tenemos, Hermanos y Amigos, que hacernos la pregunta ¿Cómo vivo yo mi relación con Cristo? ¿Cómo llevo adelante la misión que Cristo me confió desde mi ser sacerdote, vida consagrada, matrimonio, soltero? ¿Cómo afronto las dificultades, las incomprensiones y las posibles persecuciones…?
Hermanos y Amigos, la Nueva Evangelización a la que ya nos convocó San Juan Pablo II, siguió convocando Benedicto XVI, y nos sigue llamando el Papa Francisco no es otra cosa distinta es anunciar y testimoniar a Jesucristo, con todas las consecuencias. Y ello desde una plena confianza en Dios. Creo que el momento presente es un momento duro pero apasionante donde se nos presenta delante de nosotros un momento profético: quien sea, que sea de verdad y, quien no lo sea, que sepa lo que deja o lo que puede llegar descubrir: Jesucristo.
Y por ello el único miedo que debe paralizar a un cristiano es el vértigo que produce el no cumplir la voluntad de Dios. El único miedo que debiéramos de sentir, los cristianos enviados por Jesús, es saber que somos de su equipo, pero no lo defendemos ni jugamos en el terreno de juego con su código en mano, y este código son sus sentimientos y actitudes. El único miedo que hemos de tener es el de no vivir en gracia.
Hermanos y Amigos, pidamos al Señor hoy que por medio de su Espíritu nos ayude a tener una experiencia viva de amistad con Él y a dar un testimonio de Él gozoso y valiente en medio de nuestro mundo con nuestra vida de cada día.
Adolfo Álvarez. Sacerdote.