EL ENCUENTRO CON JESUS RESUCITADO, TRANSFORMA NUESTRA VIDA
Seguimos celebrando la Pascua, tiempo más importante de todo el año Litúrgico. La Resurrección de Jesucristo es el fundamento de la fe de los Apóstoles. Es el fundamento de nuestra fe. La experiencia personal de encuentro con Jesucristo es igualmente el fundamento de la fe de todo creyente. No podemos olvidar, tenemos que tener muy presentes unas palabras del Papa Benedicto XVI, en la encíclica “Deus caritas est”: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”
¡Cristo ha resucitado!, aquí el Acontecimiento central de nuestra fe, esta es nuestra esperanza, esta es la Gran Noticia a comunicar al mundo, este es el Gran Anuncio de los primeros discípulos, lo que Pedro y los demás Apóstoles testimonian con mucho valor y lo que hemos de anunciar hoy también con valentía y con alegría.
Hoy, en este domingo, el Evangelio de los dos de Emaús constituye toda una lección pascual. Nos dice San Agustín comentándolo: “el evangelista Lucas nos cuenta todo lo que les dijo, lo que les respondió, hasta dónde camino con ellos y cómo le reconocieron en la fracción del pan. ¿Qué es, hermanos, qué es lo que aquí se debate? Tratamos de afianzarnos en la fe que nos asegura que Cristo, el Señor, ha resucitado”
En muchas ocasiones, la soledad, el pesimismo, la desesperanza nos agobian y se convierten en una pesadilla en nuestro vivir. También, en ocasiones, expectativas que teníamos se vienen abajo y andamos abrumados. Hoy también nos encontramos con cristianos (sacerdotes, catequistas, padres, agentes de pastoral…) desanimados, desorientados, desilusionados, pesimistas…. Como si aquí ya no hubiera nada que hacer. Alguien, con un poco de razón, ha llegado a decir que “el hombre mira más hacia el suelo que hacia el cielo”.
Así parece que van hacia Emaús los dos hombres que hoy nos presenta el Evangelio, desconcertados, desesperanzados, cabizbajos y sus expectativas parece que se vinieron abajo. Se sienten solitarios y les parece que ya nada merece la pena.
Hoy, en muchas ocasiones nos ocurre lo mismo: parece que dominamos todo, que tenemos de todo, que todo está a nuestro alcance y nos preguntamos por qué esto y aquello, ¡Creíamos que…y resulta que…!
Y entonces nos preguntamos ¿Dónde está el Señor? ¿No estaremos dibujando un mundo a nuestra medida sin ningún trazo, rastro, de su resurrección?
Como su corazón no rebosaba más que de tristeza, de desanimo, de oscuridad, eso era lo que iban transmitiendo y así al comienzo de la conversación con Jesús (que no sabían quién era, le tratan como un forastero) es lo que transmiten, ”nosotros esperábamos…pero…” . Como nos ocurre a nosotros hoy.
Pero Jesús camina con ellos, y desde su situación, les explica las Escrituras y va infundiendo luz, esperanza en sus corazones. Necesitamos nosotros, cada uno de nosotros volver hacia el encuentro con el Señor, dejarle caminar a nuestro lado, dejarle que nos explique las Escrituras y sentir que infunde luz, que infunde esperanza en nuestros corazones. No nos va a resolver de un plumazo nuestras peticiones, nuestras desesperanzas, pero si nos dará fuerza, nos infundirá ánimo, nos llenará de alegría para no caer a tierra ante las dificultades y el sufrimiento y nos hará ver que el mal, el sufrimiento, la muerte, no tienen ni tendrán nunca la última palabra, que la última la tiene la Vida que nos ha abierto con su Resurrección.
Aquellos dos hombres le suplican: “quédate con nosotros, porque atardece”. Que súplica tan preciosa, súplica que nosotros tenemos que hacer hoy, tenemos que hacerla reconociendo que muchas veces atardece en nuestro corazón y surgen dudas, tristezas, vacilaciones, egoísmos. Y hemos de hacer esta súplica Jesús nunca jamás nos abandona, nunca se olvida de quien le invoca y le llama, siempre está a nuestro lado. En Él aquello del Apocalipsis: “estoy a la puerta llamando si alguno me oye y me abre, entraré y cenaremos juntos”
Aquellos dos hombres se sentaron con Él a la mesa, “lo reconocieron al partir el pan”. También nosotros hemos de tener este encuentro con Jesús en la Eucaristía. Es en la Eucaristía donde nosotros nos encontramos con el Resucitado. Hemos de sentir su presencia real y vivificante entre nosotros.
A Jesús lo reconocieron en un contexto eucarístico, como el que vivimos cada vez que celebramos la Eucaristía. ¿Somos, seremos, capaces de reconocer a Jesús en la Misa? ¿O ya estamos habituados a “oír” la Misa que nos deja impasibles? Comentado este episodio evangélico, san Agustín afirma: “Jesús parte el pan y ellos lo reconocen. Entonces nosotros no podemos decir que no conocemos a Cristo. Si creemos, lo conocemos. Más aún, si creemos, lo tenemos. Ellos tenían a Cristo a su mesa; nosotros lo tenemos en nuestra alma”. Y concluye: “Tener a Cristo en nuestro corazón es mucho más que tenerlo en la casa, pues nuestro corazón es más íntimo para nosotros que nuestra casa” (Discurso 232, VII, 7).
Vivir nuestra fe cristiana es complejo, es lucha, no es fácil. Necesitamos la fuerza de la Eucaristía, la oración, el encuentro con Cristo Resucitado y con la Comunidad. Aquí encontramos palabras de vida que iluminan nuestro peregrinar; que nos dicen cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros y sobre el mundo; que nos reconfortan y nos dicen: “era necesario que el Mesías (y la Iglesia y cada uno de nosotros) padeciera esto para entrar en su gloria”.
Hermanos y Amigos, ¿Qué ocurrió? Que para aquellos dos hombres todo cambio, recuperaron la alegría, vuelven a Jerusalén, vuelven a su comunidad, recuperan el ánimo para seguir adelante. También nosotros hemos de experimentar a Cristo vivo.
El Señor les partió el Pan y experimentaron a Cristo vivo. Nosotros hemos de experimentarlo en la Eucaristía, al celebrar el domingo. La Eucaristía no puede ser una cosa más que hacemos los domingos, una obligación que cumplir. La Eucaristía ha de ser encuentro con el Señor, que nos renueve y nos llene de vida y esperanza. La Eucaristía nos impulsa y urge al apostolado, a la acción… (los dos de Emaus se volvieron a Jerusalén, a pesar de la distancia y el cansancio). Para quien vive la Eucaristía no hay obstáculos.
La experiencia de Cristo Resucitado transforma nuestra vida, ha de hacer desaparecer el miedo, la tristeza, el desánimo. Sentir a Cristo junto a nosotros nos llena de una inmensa alegría, nos inunda de paz y de confianza nos hace afrontar los problemas, las dificultades y el sufrimiento de otra manera.
Y aquellos hombres marcharon a anunciar, a dar testimonio “era verdad ha resucitado…” También nosotros hoy, pues nuestro mundo necesita hoy de testigos del Resucitado, hemos de dar testimonio y gritar con nuestra propia vida: ¡Es verdad! Está vivo el Señor.
Hermanos y Amigos, al final del recorrido de este precioso Evangelio hemos de caer en la cuenta que somos invitados cada uno de nosotros que estamos llamados a descubrir al Señor, a vivir la experiencia del Resucitado: en la Comunidad, no podemos ir a nuestro aire y solos; en las Escrituras, necesitamos escuchar su Palabra, dejarnos interpelar por su Palabra; Y en la Eucaristía, donde le reconocemos al partir el Pan, donde nos alimentamos del Pan de Vida Eterna, Sacramento Pascual.
Y es que necesitamos darnos cuenta de nuevo que la Palabra de Dios nos da vida, la Eucaristía es fuente y cima de la vida cristiana y la comunidad cristiana nos sostiene y alienta. Y desde estos tres pilares hoy cada uno de nosotros, la Iglesia entera ha de dar testimonio del Resucitado llevando adelante la construcción de la Civilización del Amor, hoy más necesaria que nunca.
¡Adelante, a la tarea! ¡Era verdad ha resucitado el Señor!
Adolfo Álvarez. Sacerdote