CELEBRAR LA PASCUA:
VIVIR EL DOMINGO, EXPERIMENTAR LA ALEGRIA Y LA PAZ, SER TESTIGOS DE LA MISERICORDIA DE DIOS
Estamos celebrando la Solemnidad de las Solemnidades, la Fiesta de las fiestas, el centro de nuestra fe: La Resurrección de Cristo. Llegamos al Domingo de la Octava de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia y seguimos celebrando, experimentando, la alegría de saber que el Señor ha vencido definitivamente a la muerte, y se ha convertido en el Viviente para siempre. Los cristianos sentimos la alegría de la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros, que nos estimula y alienta a ser testigos suyos con mucho valor. Esta alegría interior, propia de los cristianos y en especial de este tiempo pascual, nace sin duda del encuentro con el Señor Resucitado que transforma nuestra fe débil en fe viva, nuestras tristezas y aflicciones en alegría desbordante y esperanza firme.
En este Domingo de la Octava de Pascua se nos invita a profundizar y reavivar en la Gracia que hemos recibido por medio de los tres Sacramentos de la Iniciación Cristiana, los cuales hicieron de nosotros hijos de Dios y miembros de su Pueblo, la Iglesia. Las Solemnidad de la Resurrección del Señor, la Pascua, que estamos celebrando debe reanimar en cada uno de nosotros la fe y nuestra vida cristiana y ello mediante comprender más y mejor el bautismo que nos purificó, abrirnos al Espíritu que un día nos hizo renacer a una vida nueva y empaparnos por la Sangre que Cristo ha derramado por nosotros y que nuevamente se nos da en la Eucaristía. Y así siendo transformados de nuevo por esta Pascua que estamos celebrando hacer de nuestra vida una ofrenda a Dios.
Y en este Domingo celebramos la Divina Misericordia, Él muerto por amor, por la fuerza de Dios vive ahora para siempre y nos abre a nosotros el camino de la vida. Es éste el signo mayor de la misericordia de Dios nuestro Padre. Y lo hacemos siguiendo la Revelación que el Señor le hizo a Santa Faustina Kowalska: “Deseo que el primer Domingo después de Pascua se celebre la Fiesta de la Divina Misericordia” “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas especialmente para los pobres pecadores”. Es una Fiesta muy hermosa, toda ella nos habla del amor de Dios, manifestado en Cristo, y de cómo ese amor nos transforma. Así nos recuerda el Apóstol San Pedro: “por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible”. Esta Celebración de la Divina Misericordia nos hace descubrir la relación de amor entre la resurrección y el abrazo a nuestras miserias. Como afirmaba el Papa Benedicto XVI confiamos en un Dios herido de amor. Y así nos decía Benedicto XVI: “En el pasaje evangélico de hoy también hemos escuchado la narración del encuentro del apóstol Tomás con el Señor Resucitado: al apóstol se le concede tocar sus heridas, y así lo reconoce, más allá de la identidad humana de Jesús de Nazaret en su verdadera y más profunda identidad: “¡Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28) El Señor ha llevado sus heridas a la eternidad. Es un Dios herido; se ha dejado herir por amor a nosotros. Sus heridas son para nosotros el signo de que nos comprende y se deja herir por amor a nosotros…¡Qué certeza de su misericordia nos dan sus heridas y qué consuelo significan para nosotros!.Nosotros debemos dejarnos herir por Él.”
En este Domingo se nos invita a redescubrir varios aspectos importantes para nuestra vida cristiana:
1º) Caer en la cuenta de la importancia para nosotros, cristianos, del Domingo. «El día primero de la semana entró Jesús y se puso en medio de ellos. A los ocho días estaban otra vez reunidos y llegó Jesús». Cuando el evangelista San Juan nos da esos datos, nos quiere hacer notar el valor de ese día que hoy llamamos Domingo y que es a la vez el día primero y el octavo. El día primero de la creación por parte de Dios, al principio de los tiempos, y también el día primero de la Resurrección de Jesús. Es el día que llamamos con razón «día del Señor» y en el que desde hace dos mil años la comunidad cristiana se va reuniendo para celebrar la Eucaristía de su Señor, a fin de participar de su doble don: la mesa de la Palabra y la mesa de su Cuerpo y Sangre. Es el día en que experimentamos de una manera más intensa la presencia del Resucitado.
A este respecto nos dice la Carta Apostólica “DiesDomini” de San Juan Pablo II: “El domingo es ante todo una fiesta pascual, iluminada totalmente por la gloria de Cristo resucitado. Es la celebración de la <<nueva creación>>” (n.8) y también: “El domingo es pues el día en el cual, más que en ningún otro, el cristiano está llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo, le hace hombre nuevo en Cristo” (n.25)
Cada domingo es la Pascua Semanal. No sólo recordamos que resucitó en este día sino que el Señor está presente aunque no le veamos. Está presente en la comunidad reunida, en la Palabra proclamada, y de un modo especial en lo que eran pan y vino, Sacramento de vida eterna, en los que Él mismo ha querido dársenos como alimento para el camino. El domingo es como un «sacramento» condensado de esa presencia, como lo era para los primeros discípulos. De ahí vienen todos los valores que se juntan en el domingo: la alegría, el descanso, la vida de familia, el encuentro con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y, sobre todo, con Dios Padre Creador, con Jesús Resucitado y con su Espíritu. Es el día del Señor y el día del hombre. El día que da sentido y llena de esperanza a la semana y a toda nuestra historia. Esta es la primera invitación que nos hacen las lecturas de hoy: vivir en cristiano y pascualmente cada domingo, el primer día de la semana.
Hemos de cuidar siempre la celebración del Domingo, se juega el mantener nuestra identidad cristiana. Por eso hoy tenemos que también hacer porque este día sea celebrado como Día del Señor, Pascua semanal.
2) Celebrar y experimentar, de nuevo, la Misericordia de Dios, que se nos ha manifestado en el Señor. Cristo es el Rostro de la Misericordia, Cristo muerto por amor, por la fuerza de Dios vive ahora para siempre y nos abre a nosotros el camino de la vida. Es éste el signo mayor de la misericordia de Dios nuestro Padre. Nos viene muy bien recordar unas palabras del Señor por medio de Santa Faustina: “Dios es misericordioso y nos ama a todos…y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a MI misericordia”. A propósito de la Misericordia de Dios nos decía el Papa Francisco unas palabras que nos viene bien recordar en esta día de la Divina Misericordia:“La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la Misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo”.
Todos estamos llamados a experimentar la Misericordia de Dios por medio de Cristo, a vivir con todas nuestras fuerzas la fe en Cristo Redentor. Hoy contemplamos en el Evangelio de este día como el Apóstol Tomás experimenta esta misericordia de Dios, misericordia que tiene un rostro concreto, el rostro de Jesús Resucitado. Tomás no cree, no se fía del testimonio de sus compañeros, sin embargo, al final tiene que exclamar haciendo un profundo acto de fe: “Señor mío y Dios mío” y se deja tocar por la misericordia divina.
Jesús le muestra a Tomás sus llagas y le pide que las palpe, quiere que compruebe que es Él y hasta dónde ha llegado su amor. Sólo después de palpar las llagas creyó; sólo después de penetrar en la hondura del dolor y del amor. Con Tomás tenemos que agradecer a Jesús no sólo la fe, sino la paciencia y misericordia que tiene con nosotros.
3) Y en este Domingo somos invitados a acoger los Dones Pascuales que Jesús les concede a los Apóstoles y hoy nos concede a nosotros:
-El Don de la Paz. “la Paz con vosotros”, así saluda Jesús a los discípulos en todas las apariciones y así nos la comunica a nosotros al celebrar su Resurrección. Hoy en nuestro mundo, que no anda nada sobrado de paz, sino que más bien está lleno de divisiones y rupturas, los creyentes estamos llamados, allí donde nos encontremos, a ser constructores y sembradores de la paz del Resucitado.
La Resurrección nos descubre a los creyentes que la paz no surge de la agresividad y la sangre, sino del amor y el perdón. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen sobre otros, sino cuando todos juntos tratamos de vencer las incomprensiones, agresividades y mutua destructividad que hemos desencadenado. El Don Pascual de la Paz brota en un corazón que experimenta la reconciliación con Dios, y a través de Él, con los demás y con uno mismo.
-El Don de la Alegría. “Los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor”. Es algo que se repite en todas las apariciones de Jesús Resucitado. Y es que Jesús nos comunica el Don de la Alegría. Nosotros hemos de experimentar este Don de la Alegría, porque sentimos y experimentamos la presencia de Jesús resucitado en nuestros corazones, en nuestras vidas. Y en medio de un mundo lleno de tristezas, desánimos, dolores, muerte, los creyentes damos testimonio de Cristo resucitado mediante la alegría, el gozo pascual. La experiencia de la Misericordia de Dios produce en nosotros una alegría tan grande que no deseamos sino que todos puedan participar de su Misericordia que siempre nos acompaña.
-El Don del perdón de los pecados. Después del Don de la vida, el mayor Don que Dios nos da es el Don del perdón de los pecados. Mediante el perdón nos resucita con Él. Nos llama a una vida nueva. Cristo murió para perdón de nuestros pecados, resucitó para nuestra Salvación. Vivamos la inmensa gracia del perdón, qué gran regalo Pascual cada vez que nos acercamos al mil veces bendito Sacramento de la Reconciliación, el Señor no se cansa nunca de perdonarnos.
Hermanos y Amigos, para vivir estos Dones necesitamos como Tomás que el Señor nos fortalezca en la fe. A nosotros muchas veces nos pasa lo que a Tomás ytenemos que exclamar también “Señor mío y Dios mío”.
Este exclamar desde lo hondo del corazón “Señor mío y Dios mío” es la plegaria, el acto, que sintiendo profundamente la Misericordia divina en nosotros, cura nuestras dudas, nuestros miedos y decepciones, nuestras debilidades y que nos hace suplicar al Señor: Señor, desde la Misericordia que brota de tu Corazón lleno de amor dame la fuerza de tu Espíritu, la fuerza de tu Amor para superar los miedos que me frenan para vivir en la fe, para sanar las debilidades que me impiden corresponderte a tu amor. Ayúdame a vivir y comunicar a los demás la alegría que produce en mí tu misericordia. Hazme con mis obras y palabras reflejo de tu misericordia. ¡Señor mío y Dios mío!.Amén.
Hermanos y Amigos, celebremos con gozo la Pascua del Señor. El Señor nos inunde con su Alegría y con su Paz. Y aumente nuestra fe.
¡Comuniquemos a todos la Misericordia de Dios!¡Que todos puedan conocer el inmenso Amor de Dios manifestados en el Corazón de Cristo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote