LA SANTIDAD, VIVIR EN EL AMOR Y EL PERDON
En este Domingo VII del Tiempo Ordinario seguimos meditando y contemplando el Sermón de la Montaña y en el pasaje que la Liturgia nos presenta hoy Jesús nos pone en juego lo que anteriormente nos dijo de ser luz y ser sal.
El domingo pasado nos decía el Señor: “Si no sois mejores….” Y hoy Jesús nos llama a más: “Sed perfectos…” Este domingo se centra en la santidad de Dios y pide a sus hijos, a cada uno de nosotros, a todos los bautizados, ser santos porque Él es Santo.
El Sermón de la Montaña, Sermón programático de Jesús, llega a su cumbre en este domingo llamándonos a la santidad, y a la santidad en el amor. La llamada a la santidad y el amor al prójimo forman una unidad, de manera que podríamos decir que el tema es uno y, simultáneamente, dual. Se nos llama a la perfección, a la santidad por la vía del amor, de la caridad. No hay otro camino a la santidad que Dios nos pide más que el amor al prójimo, la santidad de la puerta de al lado de la que nos habla el Papa Francisco en la Carta Apostólica sobre la Santidad.
Esta perfección, la santidad, es una llamada a dejarnos llevar por el Espíritu Santo. Porque el que se deja llevar por el Espíritu Santo se sabe plenamente amado, vive la confianza plena, camina por los caminos internos del Evangelio y los hace realidad en su propia historia. Esto quiere decir que estamos llamados a hacer vida lo que suplicamos en la jaculatoria: “Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”y para ello hemos de dejarnos llevar de la acción del Espíritu Santo, pues la perfección a la que Jesús nos llama no es obra de nuestro solo esfuerzo, sino es obra de la acción del Espíritu Santo, con nuestra colaboración. El maestro de la santidad es el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo Resucitado, que nos contagia de los sentimientos más profundos de Cristo, que son sentimientos de perdón, misericordia, amor sin medida .
Jesús nos llama hoy a la plenitud de la vida cristiana, a la perfección en la caridad. Todos estamos llamados a la santidad, es una tarea esencial para un cristiano. Jesús pone de relieve la santidad de Dios que ama a sus hijos, también a los malos. La llamada a la santidad afecta y concierne a todos los bautizados y debemos tener la valentía, en primer lugar, de escucharla, y también de proponerla y de proponerla con convicción, con esperanza y con confianza en las personas. Por eso es necesario que nosotros estemos plenamente convencidos de esa llamada en nosotros mismos y en los demás, y fundamentemos esa seguridad en la Palabra de Dios que quiere que seamos santos. Tengamos presente que “la santidad es la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral de la Iglesia” (San Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n. 30) .
La fe y la caridad cristiana se ejercitan, tenemos que ejercitarlas, necesariamente en nuestra convivencia diaria de unos con otros. El amor, incluso a los enemigos, el perdón sincero de toda injuria y el poner de nuestra parte de manera constante para pasar por este mundo haciendo el mayor bien posible, constituyen el gran signo que autentifica nuestra fe y que es al mismo tiempo la garantía cierta de nuestro amor real y verdadero a Dios.
Y Jesús hoy nos recuerda que el camino de la santidad pasa por el vivir la caridad y vivirla al máximo. Hoy estamos ante el precepto del amor en su expresión más radical: el amor a los enemigos.
Entonces nos damos cuenta de que ser discípulos de Cristo no es fácil pues si con mucha frecuencia nos resulta difícil amar a nuestros prójimos ¿cómo vamos a amar y hacer el bien a nuestros enemigos, a quien nos odia y nos hace daño?
Jesús nos quiere hacer comprender y quiere ayudarnos a poner en práctica que los hijos de Dios, y eso somos cada uno de nosotros bautizados, tienen que ser como Él, amar y obrar como Él. No basta cumplir los preceptos humanos sino dar un paso más: amar al estilo del Señor. Y es que Cristo nos muestra el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16) Y lo que mueve a Cristo a la Pasión es el amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo; permaneced en mi amor…”(Jn 15,9.13-14). Además encontramos el ejemplo máximo del perdón a los enemigos cuando mientras lo crucificaban Cristo oró al Padre por sus enemigos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24)
A este respecto nos decía el Papa Benedicto XVI: “El amor a los enemigos constituye el núcleo de la «revolución cristiana», revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los «pequeños», que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida” .
El amor a los enemigos reclama de nosotros un camino ascético, un itinerario sacramental y una experiencia mística. Me explico un camino ascético, la gracia nos ayuda pero tenemos que poner de nuestra parte, la gracia no nos reemplaza. Nosotros tenemos que poner de nuestra parte para que no nos arrastren, no nos dominen nuestros sentimientos heridos, no nos domine el rencor. Sacramental, porque el Señor nos va sanando mediante los Sacramentos del Perdón y de la Eucaristía, pues el Perdón cura las heridas y nos ayuda a vivir en el perdón y la Eucaristía nos va alimentando de los sentimientos más profundos de Cristo y nos ayuda a ir identificándonos con Él. Y esto nos lleva a la experiencia mística que nos lleva a afirmar con convicción y apoyados en la fuerza del Espíritu: Ya no soy yo, ya no son mis recuerdos, mis odios y rencores… es Cristo quien vive en mí.
Estamos ante la prueba que muestra la autenticidad de nuestro ser creyente. Para ser cristiano no es suficiente cumplir con la justicia de este mundo; hay que actuar al estilo de Dios que nos ama a todos, buenos y malos, y que está dispuesto siempre a perdonar. La experiencia profunda del perdón de Dios nos abre camino para vivir en el perdón y para no dejar que ningún rencor anide en nuestro corazón.
San Pablo hoy nos afirma y recuerda: <<¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?>> (1Cor 3,16.). ¡Somos templo de Dios!.Destruir o profanar un templo, morada de la divinidad, se ha considerado siempre un delito, un pecado grave. Cuando acogemos en nuestro corazón el odio, el desprecio o la indiferencia hacia personas que nos han ofendido, que nos han tratado mal, que nos han calumniado, ponemos en entredicho nuestra condición de hijos de Dios y profanamos el templo de Dios que somos nosotros, y ello porque expulsamos de nosotros el Espíritu de Dios que es Espíritu de Amor y de Santidad.
Hermanos y Amigos, para vivir esta aventura del amor que hoy el Señor nos propone viviendo en el amor a los enemigos y viviendo en el perdón para con quien nos hace daño y siendo manifestación y testimonio del amor de Dios allí donde nos encontremos, tenemos que con la ayuda del Espíritu estar atentos y poner los medios necesarios de nuestra parte para que cinco enemigos no nos dominen y estos cinco enemigos son: el egocentrismo, el egoísmo, el individualismo, el racionalismo y la ausencia de Dios.
Hermanos y Amigos, es la experiencia del amor de Dios la que nos ha de llevar a querer a los demás de la misma manera que somos amados, y por esto es el amor de Dios el que nos ha de ir transformando para querer a nuestros enemigos, perdonar a los que nos hacen daño y rezar por los que nos persiguen.
Hermanos y Amigos, el Espíritu venga en nuestra ayuda para vivir el encargo de Jesús, ser luz y ser sal desde la vivencia más profunda y radical del amor. Que el Señor esté en el centro de nuestro corazón y haga posible que vivamos el amor a los demás como nos mostró Él, pues Él, Cristo, es la fuente del Amor y del Perdón donde hemos de beber para amar y perdonar en el día a día de nuestra vida cotidiana.
¡Ánimo! ¡Adelante! ¡Seamos en Cristo y con Cristo constructores de la Civilización del Amor!
Adolfo Álvarez. Sacerdote