VIVIR EN LA NOVEDAD DE CRISTO
En este domingo seguimos con Jesús en el Sermón de Monte. El domingo pasado nos urgía, nos recordaba nuestra misión desde el vivir las Bienaventuranzas: ser luz y ser sal. Y nos preguntábamos si Él es nuestra luz, si Él da sabor a nuestra vida.
Si el Sermón de las bienaventuranzas ya era sorprendente, también las enseñanzas de hoy sorprenden. Jesús, el Maestro, no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar plenitud. El ser cristiano no consiste solamente en haber sido bautizado o cumplir algunos mandamientos. Se trata de practicar los nuevos mandamientos de Jesús, que perfeccionan los antiguos. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento hay continuidad y a la vez progreso. Jesús no destruye el pasado, lo completa, lo lleva a su plenitud.
Jesús hoy nos llama a la conversión para ser esa luz y esa sal que quiere que seamos en medio del mundo. Y la conversión nos hace vivir una vida nueva, la novedad que el Seños nos muestra y nos pide.
La Palabra de Dios de este domingo nos muestra la novedad que trae Jesús para cada uno de nosotros, novedad que consiste en el hecho de que Él mismo llena los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en Él.
Jesús nos va dibujando el retrato, la identidad, del auténtico discípulo y hoy nos dice que El viene a dar perfección a la ley. Por ello nos va recordando los mandatos del Antiguo Testamento, por eso nos va diciendo: “Habéis oído que se dijo…”, y diciéndonos: “pero Yo os digo”. De esta manera Cristo quiere hacernos comprender el sentido más profundo de la Ley de Dios.
Hermanos y Amigos, la Ley de Dios es la del Amor, no la de preceptos y normas que quieran fastidiarnos, o ponernos tropiezos. Dios nos ama inmensamente, Cristo nos muestra este Amor. Dios nos dio muestra de su Amor inmenso por nosotros entregando a su Hijo a la muerte en la Cruz por nosotros. Por eso el “plus” que el Señor hoy nos pide desde el “pero Yo os digo…” ha de ser nuestra correspondencia a su Amor. Los Mandamientos tenemos que redescubrirlos como una correspondencia por nuestra parte al inmenso amor de Dios hacia nosotros y así vivirlos con mayor autenticidad y profundidad, y no como mero cumplimiento de normas. Además el Señor no quiere una mera exterioridad, sino que nuestro obrar proceda de un amor interno y abundante y sincero, tal como El nos enseña por medio de sus palabras y obras.
En nuestra vida estamos ante el bien y el mal, como nos dice hoy el Libro del Eclesiástico ante nuestros ojos hay dos caminos: el fuego o el agua, la vida o la muerte. Y somos libres para escoger uno de los dos. Y Jesús nos invita al camino del bien, caminar por este camino del bien en clave de amor. Y quien camina por este camino se rige por la sabiduría de Dios que ha creado al hombre y le llama a la perfección en el amor. Y la sabiduría es un Don del Espíritu que hemos de pedir para siempre discernir y no dejarnos llevar por lo que se lleva, por lo que todo el mundo hace o piensa, sino que realmente vivamos en la voluntad de Dios, con plena confianza en Él y llevando adelante el bien que Él espera de nosotros.
No podemos olvidar que el criterio para los cristianos, para nosotros creyentes, no es lo que hacen los demás o lo que no está penalizado por la ley vigente, sino lo que nos ha enseñado Jesucristo, que consiste en ir a la raíz de nuestras obras y al primado de la caridad según la voluntad divina.
Jesús hoy quiere que profundicemos desde esa llamada a una mayor autenticidad en el amor en tres mandamientos: el quinto (Mt 5, 21-26), el sexto (Mt 5, 27-32) y el octavo mandamiento (Mt 5, 37-39) y nos muestra cómo debe ser nuestro comportamiento, sin subterfugios y sin palabrerías, sin quedarnos en lo meramente exterior, o puro “cumplimiento”.
Más de una vez hemos oído: yo ni mato ni robo. Según el Señor no es solamente culpable quien asesina; el que se enoja con el hermano será juzgado y hallado culpable. Jesús nos dice que no puede ser la ira que en muchas ocasiones cultivamos en nuestro interior, que no quiere olvidar, que busca venganza. La ira interminable es mala; el habla despectiva es peor, y el chisme descuidado y malicioso que destruye el buen nombre de una persona es aún peor. El que es esclavo de la ira, el que habla en un tono de desprecio, el que destruye el buen nombre de otro, puede que nunca haya cometido un asesinato de hecho, pero sí en el corazón. Con ello nos enseña Jesús la importancia que tienen los pecados internos contra la caridad, que desembocan fácilmente en la murmuración, el rencor, la calumnia, el odio, etc. y de los que frecuentemente no somos conscientes.
Lo mismo sucede con el pecado del adulterio. Jesús nos llama a que nunca las personas sean miradas, consideradas “objeto” de placer, sin más.
Y en cuanto al octavo mandamiento el Señor nos dice no basta decir Señor, Señor, es necesario vivir en la voluntad de Dios, nada jurar, lo necesario es vivir en conformidad a la bondad y justicia de Dios, con un corazón sincero. Con este mandamiento nos llama a permanecer firmes en nuestros compromisos.
Hermanos y Amigos, vivir en estos mandamientos desde la clave del Amor, como nos pide Jesús hoy para que seamos esa luz del mundo y sal de la tierra, no es posible desde nuestras solas fuerzas, no es cuestión solo de esfuerzo nuestro, hemos de apoyarnos en Él, hemos de vivir muy unidos a Él que es “Camino, Verdad y Vida”, y para ello necesitamos la Oración y los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía.
Pero ánimo y adelante, que cada día vivamos más auténticamente nuestro ser cristianos, pues su Misericordia es Eterna y su Amor no acaba nunca.
Y un último pensamiento
Iba un peregrino camino de Compostela y, en un anochecer, mirando las estrellas preguntó: Señor, ¿qué quieres de mí? Vivo según tu Palabra y camino por tus sendas. Te busco…y no sé si acabo de encontrarte. Una voz desde lo más profundo del silencio le contestó: “te quiero a ti”.
Hermanos y Amigos: ésta es la Ley del Señor. Sus mandamientos han de ser vivir auténticamente el encuentro con el Dios que nos ama inmensamente y que nos lleva a vivir el amor a los demás.
Ojalá la Celebración del Domingo, la participación en la Eucaristía, el celebrar con frecuencia el Sacramento de la Penitencia, la Oración diaria nos hagan vivir en estrecha amistad con Cristo y nos ayuden a vivir con nuestro corazón abierto a la Sabiduría de Dios y ésta nos haga ser capaces de transformar nuestra vida por medio de la gracia del Señor y hacer nuestro mundo más fraterno y más humano, según el plan de Dios. Que la esperanza nos haga capaces de hacer presente a Dios con nuestra vida.
Adolfo Álvarez. Sacerdote