BRILLAR COMO UNA LUZ, DAR SABOR COMO LA SAL
Después de el Domingo mostrarnos el Señor el Camino de las Bienaventuranzas como camino para vivir en su seguimiento y también después de haber celebrado este jueves pasado la Fiesta de la Presentación del Señor donde es proclamado Jesús “Luz para alumbrar a las naciones”, en este domingo, el Señor diciéndonos hoy a nosotros, a través del Evangelista San Mateo, el Sermón del Monte, nos dice que somos luz del mundo y sal de la tierra.
A través de la Palabra de Dios de este domingo se nos está diciendo hoy: el cristiano tiene que ser sal de la tierra y luz del mundo.
Con estas palabras: <<Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz del mundo>> (Mt 5,123-14) Jesús define al mismo tiempo el ser y la misión de sus discípulos, y hoy nos lo está diciendo a cada uno de nosotros el ser y la misión que tenemos.
Ahora bien para ser luz y sal, primero tenemos que confesar que Jesucristo es la Luz del mundo. Tenemos que dejar que el Señor dé sabor, sentido pleno, a nuestra vida. Tenemos que dejar que el Señor ilumine nuestra vida, sea Lámpara brillante en nuestro corazón que disipe las tinieblas del pecado.
Por ello lo primero a preguntarnos contemplando al Señor a través de su Palabra es: ¿Eres Tú, Señor, quien da sabor a mi vida? ¿Eres Tú, Señor la Luz de mi vida? ¿Me horroriza el pensar que Jesús deje de ser quien dé sabor que deje de ser la Luz de mi vida? Y si eso me horroriza estoy en buen camino, tengo remedio. Pero si me deja indiferente es porque hace tiempo entonces que hay otras cosas donde busco sabor para mi vida y que la Luz de Cristo en mi vida ya se extinguió y tengo que recuperar el encuentro con el Señor, Él con la ayuda del Espíritu, me permite volver a su encuentro , a que el sea el Tesoro de mi existencia, a experimentar de nuevo la fuerza de su Luz en mi vida.
Hermanos y Amigos, la sal y la luz son dos elementos que forman parte de la vida cotidiana, elementos importantes y necesarios para nuestra vida. Hemos de ahondar en su significado desde el Señor.
“Vosotros sois la sal de la tierra”. El cristiano, cada uno de nosotros, en efecto, tiene que ser como la sal, que aporta a la vida el buen sabor de la fe, el sabor del Evangelio viviendo y transmitiendo los sentimientos y actitudes de Jesús. Y ésta tarea que Cristo nos manda lo hemos de hacer con la total confianza en Él y de un modo humilde y discreto, sin buscar el aplauso, sólo apasionados porque Aquel que es para mí, para cada uno de nosotros, “mi Luz y mi Salvación” lo sea también para los demás, lo descubran los demás.
Pero hemos de darnos cuenta que el Señor nos advierte sobre la existencia de un peligro: que la sal venga a perder el sabor, es decir, que nos podamos diluir en medio de la sociedad y perdamos nuestra identidad cristiana, que caigamos en la rutina, la mediocridad y la indiferencia. Por esto nos dice: si la sal se vuelve sosa, no sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente (Mt 5, 13).
“Vosotros sois la luz del mundo “. La luz nos permite ver las cosas en su realidad y andar por el camino correcto. Si vamos a oscuras lo normal es que tropecemos y nos caigamos o causemos destrozos. En el mundo del espíritu la luz tiene una gran fuerza simbólica: en todos los tiempos y culturas, el ser humano ha buscado la luz de la verdad, se ha afanado en poner luz a los interrogantes más profundos de la existencia. Pues bien, la experiencia de Jesucristo Resucitado, la fe en Jesús resucitado es la luz que da respuestas a todas las inquietudes del hombre. Al creyente, a cada uno de nosotros, pueden asaltarle inquietudes y oscuridades, pero sepa que está capacitado para mantenerse firme en su fe por la fuerza del Espíritu Santo que Cristo Resucitado ha derramado y sigue derramando sobre todos y cada uno de nosotros. Este Espíritu Santo mantiene ardiendo, mantiene viva, la llama de la Luz que es Cristo en cada uno de nosotros.
Desde esta interpelación que Jesús hoy nos hace tomamos nuevamente conciencia, si ya estamos en ello la reforzamos, de que todos nosotros, testigos de Jesucristo, estamos llamados a prolongar su acción evangelizadora con nuestra palabra y sobre todo con nuestro testimonio. No podemos ocultarnos, ni debemos disimular nuestra fe. Nos lo dice el mismo Jesús en este mismo Evangelio de hoy: No se enciende una lámpara para meterla debajo de celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa (Mt 5, 15). El cristiano es, debe ser, lámpara que ilumine a los demás. Cada uno desde la vocación a la que Dios le llamó, sacerdote, religiosa, laico, ésta es la misión evangelizadora que todos los cristianos tenemos encomendada. Ese es el papel del cristiano; esa es la misión que Jesús nos encomienda hoy. Nos manda ser luz y no para que la guardemos por ahí debajo del sofá o de la cama, sino para que la pongamos en alto y que desde lo alto pueda iluminar al mundo. No podemos ser luz solo en la iglesia o en la casa, nuestra luz debe estar suficientemente tan en lo alto como para iluminar también a nuestros vecinos, a los compañeros de trabajo, de estudios, en la calle, en la cancha de fútbol, en la playa, en el transporte público… ahí donde esté un cristiano debe haber una luz que ilumine su entorno. Por esto es fundamental que estemos estrechamente unidos a Jesucristo, Fuente de la Luz, El que da sabor a nuestra vida.
Ahora, todo esto nos hace preguntarnos ¿Cómo vamos a ser luz? ¿Cuál es esa luz que Jesús quiere que proyectemos? ¿Cómo ser sal a nuestro alrededor?
Y nos ayuda a encontrar respuesta el Profeta Isaías en la Primera lectura de este domingo y el Salmo 111 que hoy cantamos. El Profeta Isaías nos dice que para que nuestra luz rompa como la aurora tenemos que: Partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo, no cerrarnos a nuestra propia carne ( desterrar el egoísmo y pensar en los demás), desterrar de nosotros el gesto amenazador, la opresión y maledicencia. Y el salmo 111 nos añade que debemos ser justos, clementes, compasivos y repartir limosna a los pobres…
Hermanos y Amigos, en definitiva, serán nuestras obras las que muestren que somos sal de la tierra y luz del mundo, que muestren que el Señor es mi Luz. Lo que tantas veces digo del refrán. “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Nuestro ejemplar modo de vivir mostrará a los demás la Luz que ilumina nuestra vida; los auténticos valores de Jesucristo que vivamos serán los que podrán contagiar la fe. Sólo así, seremos testigos evangelizadores para las personas que nos rodean. Ésta es, ni más ni menos, la conclusión de Jesús en el Evangelio de este domingo que hemos reflexionado: Que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 16).
Todo cuanto hagamos sea a la Gloria de Dios.
Adolfo Álvarez. Sacerdote