LAS BIENAVENTURANZAS, EL MODO DE SEGUIR A CRISTO
La Eucaristía de cada Domingo, Pascua Semanal, es una ocasión única para ir conociendo y asimilando cada vez más y mejor a Jesucristo e ir descubriendo y profundizando en su Palabra, de tal manera de cada uno de nosotros se vaya conformando a la imagen de Cristo Jesús, objetivo fundamental de nuestra vida cristiana.
En este Año Litúrgico en el que estamos nos ayuda a ello el Evangelista San Mateo, cuya lectura y contemplación hemos comenzado el domingo pasado, donde Jesús nos llamaba a la conversión, “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 4,12ss) y donde nos llamada a continuación a su seguimiento. Y en este domingo se nos muestra cómo hemos de seguir a Jesucristo, qué implica este seguimiento y nos presenta a Jesús en la montaña pronunciando su sermón programático.
El Papa Benedicto XVI nos dirá de este Sermón : “está dirigido a todo el mundo, en el presente y en el futuro y sólo se puede entender y vivir siguiendo a Jesús, caminando con Él ” y nos dice el mismo Papa Benedicto XVI: “Jesús, Nuevo Moisés, <<se sienta en la cátedra del monte>> y proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a los que tienen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos (Mt ): No se trata de una ideología, sino de una enseñanza que viene de lo alto y toca la condición humana, la que el Señor, al encarnarse, quiso asumir para salvarla”
La montaña es un lugar que no está lejos de la vida cotidiana y que está abierto a la revelación.Este Evangelio que hoy nos presenta a Jesús que se subió a la montaña nos recuerda otro monte en el que Moisés recibió la Ley fundamental, Los Mandamientos. Podemos descubrir aquí el paralelismo entre dos montes: en el primero se estableció la Ley y en el segundo se proclamó el programa de vida para vivir la Nueva Alianza.
La Palabra de Dios de este domingo nos muestran el camino de la santidad, a la que todos estamos llamados, un camino de consolación y de plenitud para nuestra vida. Las Bienaventuranzas son una radiografía del mismo Jesús y es una invitación que nos hace a todos y cada uno de nosotros, a toda la Iglesia a seguirle.
Los criterios de Dios no son los criterios de los hombres, no son los criterios con los que muchas veces nosotros actuamos o vemos las cosas. Dios va por el camino de lo débil y de lo humilde. A este respecto podemos recordar y nos viene bien recordar unas palabras de San Agustín: “He aquí, hermanos, que la gloria de Dios es nuestra propia gloria, y cuanto más dulcemente se glorifique a Dios tanto es mayor el provecho que obtendremos nosotros. Dios no ganará en excelsitud por el hecho de que le honremos nosotros. Humillémonos y ensalcémoslo a Él …Confiese pues el hombre su condición de hombre; mengüe primero, para crecer después.”
Las Bienaventuranzas son una biografía del mismo Jesús y son una invitación a cada uno de nosotros, a la Iglesia entera a seguirle teniendo sus mismos sentimientos y actitudes. Son el camino más directo a la felicidad que es la gran aspiración de toda persona que vive en este mundo, es la aspiración de cada uno de nosotros.
Si preguntásemos a la gente cómo buscan ser felices o dónde buscan su propia felicidad, seguramente nos hallaríamos con respuestas muy distintas. Algunos dirían que en una vida de familia bien fundamentada; otros, que en tener salud y trabajo; otros, que en gozar de la amistad y el ocio, etc. Los más influidos por los medios de comunicación y por la manipulación comercial de nuestro tiempo nos dirán que en tener dinero, poder comprar el mayor número posible de cosas, disfrutar con el placer fácil, lograr ascender a niveles sociales más altos…
Jesús también hace su propuesta. Jesús nos ofrece un modelo de vida, unos valores que -según Él- son los que nos pueden hacer felices de veras. La propuesta de Jesús son las bienaventuranzas que hoy hemos escuchado en el Evangelio. “Dichosos…”, “felices…”. Las bienaventuranzas son Jesús mismo con sus sentimientos y sus actitudes, su manera de vivir y que nos invita a nosotros a ir adquiriendo en el vivir de cada día, una manera que a primera vista puede desconcertar al sentido común pues Jesús nos dice que serán dichosos los pobres en el espíritu, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia. ¡Qué contraste con lo que el mundo nos propone y a lo que, muchas veces, nosotros aspiramos y nos proponemos! .
Para entender estas palabras sin la conversión a la que Jesucristo nos llamaba el Domingo pasado no nos es posible, pues sólo cuando nos ponemos en un camino de conversión, abriéndole el corazón a la acción de Dios en nosotros podemos entender este programa de Jesús.
El profeta Sofonías nos exhortaba: “Buscad al Señor los humildes (…); buscad la justicia, buscad la moderación”. Y es que son los que viven en la humildad, en la sencillez, en el amor desinteresado, quienes están más cerca del Señor porque son los que tienen el corazón más dispuesto a acogerlo. En este sentido, es oportunísima la reflexión de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura: “Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas. Dios, para confundir a los sabios y fuertes, ha escogido a los que a los ojos del mundo son ignorantes, débiles, de clase baja, que no valen nada”. La felicidad auténtica Las bienaventuranzas resumen el núcleo de la Buena Noticia de Jesús. El mensaje de Jesús es que sólo serán auténticamente felices los que ponen toda su confianza en el Señor y dejan en segundo término todo lo demás; sólo alcanzarán la felicidad los que saben vivir unas actitudes de desprendimiento, de humildad, de deseo de justicia, de preocupación e interés por los problemas de los demás. Evidentemente, huelga decirlo, estamos hablando de una felicidad auténtica, profunda, llena de sentido; una felicidad que va más allá de los placeres o las satisfacciones más superficiales. Una felicidad que apunta al fondo del corazón, a lo más trascendente de uno mismo, a la salvación. ¿Dónde busco yo la felicidad? ¿Cuáles son los objetivos prioritarios de mi vida? ¿En qué punto me hallo del proceso que me propone Jesús? El camino de las bienaventuranzas no es un camino fácil, más bien va contra corriente de aquello a lo que nos impulsa el mundo de hoy. Pero es un camino que vale la pena proponerse recorrer porque lleva a la felicidad, porque lleva a la alegría plena y verdadera. Por eso Jesús terminaba su mensaje animándonos: a pesar de las dificultades, estad alegres y contentos “porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.
Hermanos y Amigos, nuestra vida es un don del amor de Dios y, por ser obra suya, toda nuestra existencia está orientada a ser un continuo diálogo con Él, colaborando en completar su proyecto de amor por todos y cada uno de nosotros. Apoyémonos en el Señor, pidámosle la fuerza de su Espíritu para vencer las dificultades, para “navegar contra corriente” pues nuestro mundo aplaude hoy todo lo contrario de las Bienaventuranzas.
Tengamos en la Eucaristía, también en la Reconciliación, y en la Oración y la Escucha de la Palabra los medios para avanzar por el camino de las Bienaventuranzas y dar testimonio gozoso de que merece la pena seguir al Señor, pues en Él está nuestra felicidad.
Adolfo Álvarez
Sacerdote