CRISTO, LUZ DEL MUNDO, SIGUE LLAMANDO Y ENVIANDO
La venida de Dios a la tierra, la Encarnación del Hijo de Dios fue, -y sigue siendo- una especial irrupción del amor de Dios para con todos y cada uno de nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos. Nos llegó con Cristo la luz de la vida y la esperanza. En Cristo vemos cumplidas las profecías del Antiguo Testamento que hoy nos proclama el Profeta Isaías: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló”. Por ello cada uno de nosotros, toda la Iglesia, Nuevo Israel, hoy canta: “El Señor es mi Luz y mi salvación”.
Mostrándonos el cumplimento de la Profecía de Isaías en Cristo, comienza hoy San Mateo su Evangelio que nos acompañará durante todo los Domingos del Tiempo Ordinario de este Año Litúrgico. De la mano de este Evangelista, San Mateo, nos adentraremos en un más conocer el Misterio de Cristo, para más amarlo y mejor seguirlo, en palabras de San Ignacio de Loyola. Con el texto de este domingo comenzamos a recorrer la vida pública de Jesús. El Evangelio de hoy es como una gran presentación, un gran programa, de lo que va a ser la misión de Jesús.
Para conocer y profundizar más en el Misterio de Cristo, a través de la Sagrada Escritura es para lo que ha querido el Papa Francisco que este tercer Domingo del Tiempo Ordinario se celebre el Domingo de la Palabra de Dios. Quiere el Papa que los creyentes demos gran importancia a la “Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal. No podemos olvidar que en la Sagrada Escritura el Señor nos habla, se nos da a conocer y espera nuestra respuesta libre, personal y consciente. Por ello, es necesario acercarnos a la Sagrada Escritura “con una escucha atenta, una lectura asidua, una actitud receptiva, un corazón orante, una recepción creyente, una asimilación continua, una vivencia intensa, una celebración gozosa y un testimonio misionero”.
Decía S. Jerónimo, maestro y estudioso de la Palabra de Dios, en cuyo 1600 aniversario de su muerte el Papa ha publicado Aperuit Illis, documento donde promulgo la celebración de este Domingo de la Palabra de Dios, que “la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo”. Ojalá la celebración de este Domingo de la Palabra de Dios nos ayude a crecer en la familiaridad con la Sagrada Escritura y Cristo vaya siendo cada día más el centro de nuestro corazón, de nuestra vida. La Palabra de Dios proclamada en la Celebración Litúrgica nos interpela y pide nuestro asentimiento de fe, y también nuestra correspondencia a ella con nuestra manera de vivir.
En este dÍa del “Domingo de la Palabra de Dios” somos llamados a revivir en la Iglesia el gesto de Cristo Resucitado, que abre para nosotros el tesoro de su Palabra, para anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable y que es Alimento para nuestro vivir cristiano.
Y en este día San Mateo presenta el inicio de la Misión de Cristo en <<Galilea>>, tierra de frontera, encrucijada de pueblos donde conviven el pueblo judío, -el pueblo escogido- y los pueblos paganos, es decir pueblos que creen en otros dioses. Todos ellos son llamados a ser el Pueblo de Dios. <Galilea> es el lugar donde Jesús invita a ir después de su resurrección, el lugar desde donde envía a los discípulos a todos los pueblos. Está claro, desde el principio, que Jesucristo ha venido para todos los pueblos, no sólo para el pueblo judío, que se siente propietario exclusivo de Dios.
San Mateo nos presenta a Cristo como la Luz, que llena de alegría y de paz. Y es que con su Luz nos llega el Reino de Dios, Reino al que estamos llamados a pertenecer todos y donde encontraremos la libertad auténtica y plenitud de sentido para nuestra vida.
Jesús comienza su misión diciendo que está cerca el reino de Dios, llamando a la conversión, invitando a seguirle y enviando a ser testigos. El Reino de Dios es un tema central en el mensaje de Jesús. El Reino de Dios es un mundo mejor que tenemos que construir los cristianos desde los valores del Evangelio, Reino que ya ha llegado a nosotros en la persona de Jesucristo, Reino que llegará a su plenitud en el cielo.
Si la invitación del Bautista movió a muchos a bautizarse, la proclamación de Jesús se convierte en una invitación al seguimiento y a involucrarse en la tarea del Reino, que trae curación y salvación para todos: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Jesús anuncia un proyecto en el que la prioridad será curar y recuperar a quienes viven sumergidos y oprimidos por las fuerzas del mal.
Jesús no solo invitó a los primeros discípulos a implicarse en tarea del Reino. El Señor resucitado llamó también a Pablo y lo empujó a ir más allá de las fronteras del judaísmo para que todos los pueblos conocieran el Evangelio del amor de Dios revelado en la cruz: “No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo “(1Cor 1,17).
Cristo vino al mundo a implantar el Reino de Dios, el Reino de los cielos, en la tierra, pero esto no es posible, si no se inicia primero en el corazón de cada hombre. El Reino de Dios está dentro de vosotros, dijo en otra ocasión. El hecho de que las primeras palabras de la predicación de Cristo sean una invitación clara y directa a la conversión personal evidencia que, sin la conversión del corazón, el Reino de Dios no se puede instaurar en la sociedad, sea cual fuere la etapa histórica en la que se viva. De ahí que hoy lo primero que hace el Señor es llamar a la conversión: “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos “. Es imprescindible la conversión para acoger al Señor en nuestra vida, solo podemos cada uno de nosotros decir verdaderamente “el Señor es mi luz y mi salvación” desde avanzar por los caminos de la conversión. Convertirse es cambiar de modo de pensar y de manera de comportarse para que nuestros pensamientos y nuestras obras se parezcan cada vez más a las de Jesucristo
La conversión supone vencimiento para dominar el egoísmo, la soberbia, la envidia… Conversión es que yo me deje iluminar por la luz de Cristo, que es Cristo mismo que me quiere salvar, que me llena de alegría y de paz. Conversión es respuesta sincera y con confianza plena al Señor, para seguirle de cerca e ir adquiriendo, con la ayuda de la gracia de Dios, de su Amor, los mismos sentimientos y actitudes de Cristo.
Conversión es no poner obstáculos a la voz de Dios ni endurecer nuestro corazón, resistiéndonos a su gracia y a las llamadas que nos va haciendo. Conversión es dar a Dios lo que Él nos pide sin querer que Dios cambie sus planes sobre nosotros a la medida de nuestros caprichos.
La conversión es obra de la gracia más que de músculos o de esfuerzo personal, tantas veces tenemos que pedirle al Señor: “conviérteme”. Es Dios quien nos convierte, si nos dejamos convertir. Es Dios quien, cada día, nos ofrece la gracia de la conversión, para que nosotros la acojamos con fe, y la hagamos fructificar con nuestro trabajo diario. Para que nuestra conversión sea una realidad gozosa, han de darse, a la vez y bien unidas, la gracia de Dios y nuestra correspondencia a la misma, nuestro esfuerzo personal, nuestra lucha ascética, comenzando y recomenzando las veces que haga falta, y cuidando mucho la vida de oración, la práctica de la confesión frecuente, la participación, lo más frecuente posible, en la Santa Misa y el amor a la Virgen María, invocándola con frecuencia.
Seguido de llamar a la conversión Jesús llama a seguirle. La conversión nos pone en pista para seguir al Señor. La vocación de los cuatro apóstoles, que nos presenta el Evangelio de hoy, es una llamada para reflexionar sobre nuestra propia vocación a la imitación de Cristo El relato sobre la vocación apostólica que contemplamos nos muestra tres elementos: el primero, la llamada por Jesús: “Venid conmigo”; segundo, la respuesta de los llamados: “ellos al instante, dejando las redes, le siguieron” y tercero, la misión para la que son llamados: “Os haré pescadores de hombres”. Esta llamada siempre es iniciativa de Dios, es elección por gracia, porque Dios elige a los que Él quiere. Cristo llama a cada uno. Pero esa llamada personal no se dirige solamente al grupo de los doce apóstoles, o al círculo más amplio de los primeros discípulos, sino también a cada uno de nosotros. Y cada uno hemos de responderle y sentir que nos envía, que nos dice también hoy. “os haré pescadores de hombres”. Cada día de nuevo tenemos que dar nuestra respuesta a la llamada de Dios. Cada día hemos de sentirnos enviados a la misión de ser testigos del Señor, de ser luz de Cristo en medio de nuestro mundo de hoy.
Nuestro testimonio, nuestra alegría, nuestro encanto personal y eclesial. El firme convencimiento de lo que llevamos entre manos, nuestra perseverancia pueden ayudar, ¡y mucho! a este mundo que, aunque aparentemente reniegue de Dios, o parece que se olvida de Él, descubra la Luz que es Cristo, “Camino, Verdad y Vida”, en quien está el sentido auténtico de nuestra existencia.
Hermanos y Amigos, nuestro mundo necesita ser iluminado por la Luz que es Cristo, Luz que da vida. Cada uno de nosotros estamos llamados a ser portadores de esta luz, desde la vocación a la que fuimos y somos llamados, para los demás.
Hermanos y Amigos, sintamos que el Señor hoy nos sigue iluminando, nos sigue llamando a la conversión y mostrándonos su misericordia, nos sigue llamando a seguirle y nos sigue enviando. Que cada uno de nosotros podamos decirle de nuevo: ¡Cristo, cuenta conmigo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote