LLAMADA A REVISARNOS, NO PODEMOS SERVIR A DIOS Y AL DINERO
De nuevo nos encontramos en el Domingo, Pascua semanal, Día que el Señor ha resucitado, vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Celebrar el domingo nos ha de hacer gustar interiormente la victoria de Cristo, que nos ha roto las ataduras del pecado y de la muerte y nos hace partícipes de la vida nueva, vida nueva que se nos ha dado por medio del Bautismo.
Quienes participamos en la Eucaristía hemos de ir avanzando en el conocimiento interno del Señor, creciendo en amistad con Él y la amistad con Cristo nos ha de llevar a la preocupación por el hombre y su dignidad y ha de ir ayudándonos a contemplar el mundo con los ojos de Dios para contribuir a la construcción del Reino, siendo sembradores de paz, justicia y fraternidad.
En este domingo el Señor nos invita a pararnos, a revisarnos a la luz de su Palabra viva y avanzar en vivir según los sentimientos y actitudes del Señor. En definitiva avanzar en los caminos de la conversión, haciendo que Dios cada día sea más el centro de nuestro corazón, el centro de toda nuestra vida. La sentencia con la que culmina el Evangelio de San Lucas de este domingo nos aclara el tema central de la Palabra de Dios: “no podéis servir a Dios y al dinero”.
San Lucas es el evangelista de la misericordia, pero también el que defiende a pobres y oprimidos, y ello seguramente porque su Evangelio está dirigido a una comunidad en la que había grades diferencias sociales y económicas. Los bienes de este mundo son una bendición de Dios, son Dones de Dios, pero suponen también un grave peligro cuando nos los usamos bien, cuando nos esclavizan, cuando nos impiden vivir auténticamente centrados en Dios.
Desde la lectura evangélica somos invitados hoy a preguntarnos ¿Qué hacemos con nuestros bienes materiales?, ¿con nuestro dinero? La vida con sus bienes y dones se nos da para no malgastarla. Alguien, con cierta razón, ha llegado a decir que nuestra vida es un cheque que Dios pone en nuestras manos para que pongamos la cantidad que necesitemos. Pero ¿qué ocurre? Que no siempre administramos bien. En bastantes momentos nos convertimos en “ladronzuelos” de nuestra propia existencia: quitamos tiempo a nuestra felicidad, paz a nuestras almas, sensatez a nuestros pensamientos. El dinero no es malo en sí mismo, y lo necesitamos para nuestra vida, lo que es malo es poner el centro de nuestro vivir en el dinero, lo que es malo es que el dinero, el tener, sea nuestra preocupación obsesiva.
Y es que necesitamos revisarnos, pararnos a la Luz del Señor y contrastar nuestra vida con Él para ir creciendo como personas y como creyentes. Y es que es fácil dejarnos engañar en pequeñas y no tan pequeñas cosas para actuar con egoísmo en nuestras relaciones con los demás, sobre todo con los que son más débiles que nosotros, social o económicamente. Para acertar en esto, es bueno que tengamos siempre presente en nuestra vida el consejo de San Pablo: “teniendo lo necesario para vivir, seamos siempre generosos y desprendidos con el prójimo”.
No se nos está diciendo que sea malo el dinero, se nos está diciendo que todo depende del uso que hacemos de él. El dinero debe ser un medio, no un fin. Lo que tenemos de bienes, cualidades, dones son medios, no fines. Todo debe estar al servicio de las personas. Pidamos a Dios la sabiduría y la lucidez para no dejarnos enturbiar ni cegar por el tener.
Todos los bienes materiales, usados con rectitud, son un medio con el que podemos hacer obras buenas, que -siempre que nazcan de esa rectitud interior que reclamaba el profeta- nos encaminan hacia la Vida eterna. San Agustín, a propósito de este pasaje evangélico, dice: “El Señor, aunque como justo juez condene en todas partes la avaricia, mostró, sin embargo, como verdadero maestro, cuál ha de ser el uso de las riquezas terrenas. Vosotros debéis esperar otras riquezas, es decir, las que son verdaderas y vuestras”. Podemos decir como conclusión que, por encima de los bienes materiales, hay otros bienes mucho más valiosos en los que debemos poner nuestro corazón.
Dios nos ha dado unas riquezas que tal vez disfrutamos a diario como son la salud, los valores que tienes, los amigos, la libertad, el tiempo…y toda esta riqueza que nos da la vida de la gracia de Dios conociendo nuestra dignidad de personas, sabiendo el destino de nuestra vida, teniendo el sentido de nuestra vida. ¿Qué hacemos con estas riquezas? ¿Cómo las usamos? ¿Somos capaces de vivir para los demás? ¿Somos capaces de ser misericordiosos y perdonar, renunciando vivir con rencor? El Señor nos pide que sepamos usarlas para vivir el cielo, para alcanzar en plenitud la vida eterna. Hemos de descubrir en Dios la gran riqueza que nada ni nadie nos podrá quitar y el fundamento donde sostener nuestra vida.
Hermanos y Amigos, un último aspecto a considerar, en la Parábola de este domingo el Señor no alaba al administrador por haber sido deshonesto, sino por la astucia que ha mostrado, la astucia con la que ha actuado y con esta alabanza Jesús quiere hacer ver a sus discípulos, nos quiere hacer ver a nosotros, hoy, que así como este administrador ha sido astuto en algo concreto como es el dinero, nosotros seamos astutos para trabajar sin desfallecer para hacer el bien, para perdonar, para amar, para correr hacia Dios siendo honrados y buenos, en definitiva para construir y alcanzar el Reino de Dios.
Que el Señor con la fuerza de su Espíritu nos ayude para que los bienes y dones que Dios nos ha dado nos sirvan para alcanzar la vida eterna.
Adolfo Álvarez. Sacerdote