POR LA CRUZ EL SEÑOR NOS DIO LA VIDA: EL ES NUESTRO SALVADOR
Celebramos en este día 14 de septiembre la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, “que al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección, erigida sobre el Sepulcro de Cristo, es ensalzada y venerada como trofeo pascual de su victoria y signo que aparecerá en el cielo, anunciando a todos la segunda Venida” (Martirologio Romano)
A través de la Celebración Litúrgica de esta Fiesta y de la Palabra de Dios que se proclama en este día el mensaje que el Señor nos da es un mensaje muy sencillo y muy profundo. Si Dios escogió el camino de la cruz, para que su Hijo nos salvara, debe haber algo muy especial en la cruz. El misterio de la cruz que hoy celebramos nos permite darnos cuenta cuánto amor nos ha tenido Dios, hasta el punto de padecer y dar la vida por nosotros en la cruz. Un misterio que se contempla y se vive con fe.
En la celebración de esta fiesta litúrgica todo converge en la Exaltación de Cristo Jesús, que siendo Dios, se abajó haciéndose uno de nosotros, muriendo colgado sobre el estandarte de la Cruz, para mostrarnos cuál es la medida del amor de Dios hacia nosotros. Exaltar la cruz es exaltar el amor de Dios por nosotros, es exaltar la victoria del amor y de la misericordia sobre el pecado, el egoísmo y la muerte.
La Obra por excelencia de la Misericordia de Dios para con todos y cada uno de nosotros es la Muerte y Resurrección de Cristo. Mirando con mirada de fe y contemplando a Jesús en la Cruz vemos y experimentamos el amor de Dios por la humanidad, el amor de Dios por cada uno de nosotros, que podemos decir con el Apóstol: “me amó y se entregó a la muerte por mí”.
Como discípulos del Señor somos invitados a mirar, y debemos de hacerlo “mirarán al que atravesaron” (Jn 19,37). Contemplando la Cruz del Señor, podemos decir con palabras de San Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
El Prefacio de la Misa de hoy, de esta Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, proclamará que Dios “puso la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que donde tuvo su origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol fuera en un árbol vencido”.
Para el cristiano, el Árbol de la Cruz ha sido injertado del árbol de justicia y paz, que es Cristo mismo, árbol de vida, tálamo, trono, altar de la Nueva Alianza. De Cristo, nuevo Adán dormido en la Cruz, ha brotado el admirable sacramento de toda la Iglesia. La Cruz es el signo del señorío de Cristo sobre los que en el Bautismo son configurados con Él en la muerte y en la gloria.
El patíbulo de la Cruz es un impresionante misterio de amor y misericordia solo comprensible desde la fe.
Al contemplar a Cristo “Único Salvador, el mismo ayer, hoy y siempre” (Carta a los Hebreros) nos hemos de sentir interpelados por Él a seguir su camino, a vivir según su programa de vida condensado en las Bienaventuranzas, camino de plenitud. Jesús nos enseña desde la Cruz a vivir nuestra vida dándole sentido desde el amor.
El cristiano, cada uno de nosotros, estamos llamados a ser portadores del Señor, mensajeros de su Palabra, para los demás, dejándonos, primero cada uno de nosotros, interpelar por esa Palabra. Ello nos ha de llevar a seguir las huellas de Cristo, cargar con su cruz y saber perder la vida para ganarla.
La fiesta de la Exaltación de la Cruz nos enseña a contemplar el camino de la salvación: no podemos vivir al estilo del mundo, buscando nuestra propia gloria, sino la gloria de Dios. La cruz de Jesús nos lleva a la purificación de nuestros sentimientos religiosos, sin que dejemos de plasmar en la belleza de las imágenes, que han de llevarnos al centro del misterio redentor, la historia de nuestra salvación y el lugar donde alcanza suprema expresión: el Sacrificio Eucarístico de la Iglesia, sacramento donde se hace presencia permanente sobre el altar el Sacrificio de Cristo por nosotros, sucedido de una vez para siempre en el Calvario. Nuestra configuración con Cristo nos devuelve al realismo de nuestra condición pecadora, redimida mediante el sacrificio del Calvario. La necesaria imitación de Cristo, tener sus sentimientos y actitudes, en la vida de todo cristiano nos abre al camino de la salvación que nos viene de Aquel que se hizo hombre por nosotros, despojándose de su condición divina para que nosotros llegáramos a la participación de la vida divina.
Alabemos hoy la Santa Cruz donde Cristo nos redimió y salvó con las palabras de la Liturgia de las Horas:
Brille la cruz del Verbo luminosa// brille como la carne sacratísima// de aquel Jesús nacido de la Virgen// que en la gloria del Padre vive y brilla.
Cristo muerto y resucitado es una Vida, nuestro Camino nuestra Verdad. ¡Vivamos en Él!¡ Anunciémosle a Él!.
Hermanos y Amigos, Abracémonos, pues, a la Cruz, “el signo de la vida”, como la denominó el papa San Gregorio Magno (Diálogos II, 3), y en la Cruz abracémonos a María, quien permaneció fiel a los pies de su Hijo crucificado y nos recibió como hijos en la persona de San Juan Evangelista.
Adolfo Álvarez. Sacerdote