JESUCRISTO, ROSTRO DE LA MISERICORDIA DE DIOS
Celebramos el domingo, la Pascua semanal. Día en que Cristo venció al mal, al pecado y a la muerte con su Resurrección.
Esto, hermanos y amigos, lo hemos de revivir en nuestra vida, en nuestro corazón. En Jesucristo la misericordia de Dios Padre se ha hecho visible, palpable, ha tomado rostro. Jesucristo nos ha revelado que Dios es Misericordia. Es más, nos ha comunicado el amor y la misericordia de Dios.
Tan inmenso es el don del amor y la misericordia de Dios que necesitamos <ensanchar> el corazón para recibirlo, como solía decir San Agustín. En la Oración del Domingo, en la Celebración de la Eucaristía del Domingo, hemos de dejarnos empapar de la misericordia del Señor.
La Liturgia de la Palabra de este Domingo es como un canto a esta misericordia de Dios. Las lecturas de hoy giran todas ellas en torno a la misericordia divina, el retrato de Dios que jamás pudiéramos imaginar. En la primera, escuchamos cómo el pueblo hebreo se rebela contra Dios adorando un becerro de oro. El pecado merecía la destrucción del pueblo, pero ante la intercesión de Moisés, Dios lo perdona (Éxodo 32, 14) por su misericordia.
En la segunda lectura, de la 2ª Carta de San Pablo a Timoteo nos dice: <<Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores>> y dice el Apóstol <<y, yo soy el primero>>, y nos muestra la experiencia de Cristo que vino a salvarnos.
En este domingo tenemos la gracia de contemplar una de las páginas más bellas del Evangelio y en concreto del Evangelio de San Lucas en el capítulo 15, donde se nos narran las parábolas de la misericordia. Somos invitados a contemplar a través de estas parábolas, la misericordia y perdón de Dios para con cada uno de nosotros, somos invitados a experimentar también de una manera impresionante en nuestra vida y en nuestro corazón la experiencia de misericordia que San Pablo nos narra hoy en la Carta a Timoteo, ya mencionada: “Dios tuvo compasión de mí…la gracia de Dios sobreabundó en mí”
Con estas tres parábolas (la oveja perdida, la moneda extraviada y el hijo prodigo) Jesús nos presenta el verdadero rostro de Dios, un Padre con los brazos abiertos que trata a los pecadores con ternura y compasión. Estas tres parábolas de la misericordia de Dios destacan la alegría y fiesta, que produce la misericordia, que produce el perdón. Son un canto al inmenso amor de Dios para con todos y cada uno de nosotros.
Hermanos y amigos tenemos que tenerlo presente, tenemos que reconocerlo, muchas veces somos la oveja perdida, somos la moneda extraviada, somos el hijo pródigo, pero tenemos que tener presente, Dios es siempre misericordia, no nos olvida, no nos abandona. Es un padre paciente, que espera siempre. Respeta nuestra libertad. Y cuando volvemos a Él, nos acoge siempre como a hijos porque jamás deja de esperarnos, con amor.
Hemos de caer en la cuenta que sentirse “convertido” es el pecado que nos da “autoridad” para desautorizar al mismo Dios misericordioso; creernos los “bueno hijos” nos da la seguridad para juzgar a todo el que no piense y actúe como nosotros, incluso para manipular al Padre; es sentirse convertidos sin necesidad de conversión. No hay conversión sin humildad, sin verdad, sin discernimiento, sin amor. Todos somos hijos necesitados permanentemente del amor de Dios, de amar como Dios nos ama. No olvidemos que esta parábola fue dirigida a los fariseos (vv.1-3). Valdría la pena leer con interés todo el capítulo 15 de S. Lucas y de entrar en lo más profundo de nuestro ser y en las entrañas misericordiosas de Dios Padre.
Esta conversión a la que somos llamados, y que necesitamos para experimentar la inmensa misericordia de Dios para con nosotros, experiencia personal que cada uno hemos de tener es, en primer lugar una obra de Dios en el hombre. Es un don, regalo, de Dios. Así lo expresan las dos primeras parábolas. Dios no se resigna a que el hombre se pierda y se aleje de Él. Lo busca, sale a su encuentro, hace todo lo necesario para recuperarlo. El Pastor no espera sin más a que vuelva la oveja, va en su busca; la mujer enciende la luz y barre la casa. Dios no deja al hombre de su mano. Aunque el hombre se aleje de Él, Dios nunca se aleja del hombre. Le sale al encuentro y le ofrece la salvación y el perdón.
Esta conversión, en segundo lugar necesita de nuestra colaboración, no puede darse sin la colaboración de nuestra libertad. Dios quiere que el hombre vuelva a Él de corazón y con pleno convencimiento. Quiere que el hombre, al igual que el hijo de la parábola, diga en su interior: “me pondré en camino hacia donde está mi padre, le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.
Hermanos y amigos contemplemos hoy al protagonista auténtico de las parábolas. Este protagonista es Dios, en la figura del Pastor que busca, de la mujer que se desvive por encontrar la moneda perdida, del Padre que espera la vuelta del hijo.
Y Dios está radiante de alegría y está radiante de alegría cuando trae la oveja perdida de vuelta al rebaño, esta radiante cuando busca hasta encontrar la moneda, esta radiante cuando viste de fiesta al hijo al que acaba de abrazar acogiéndole de nuevo.
Y es que hermanos y amigos Dios es ¡impresionante!, Dios nos desborda y es que Dios nos ama inmensamente, se desvive por encontrarnos porque nos ama, está preocupado por nuestra felicidad, quiere nuestra felicidad. Y es que nos amará siempre, siempre.
Descubramos de nuevo la alegría de Dios y dejemos que nuestro corazón se inunde de esta alegría de Dios, disfrutemos de esta alegría de Dios por encontrar una oveja perdida, de la alegría de Dios por una moneda encontrada, de la alegría de Dios por un hijo que vuelve arrepentido y es acogido con perdón y misericordia. ¡Disfrutemos de la alegría de Dios!
Y el corazón de Dios nos desconcierta, rompe todos nuestros esquemas, Dios ama más a los menos dignos de ser amados porque son los que más lo necesitan. Tiene razón el Cardenal Van Thuam, quien tomando pie de la parábola que hoy contemplamos, decía que Jesús no sabía matemáticas.
Decía hace unos días en L’Aquila el PapaFrancisco: “la misericordia es la experiencia de sentirse acogido, restaurado, fortalecido, curado, animado. Ser perdonado es experimentar aquí y ahora lo más parecido a la resurrección. El perdón es pasar de la muerte a la vida, de la experiencia de la angustia y la culpa a la de la libertad y la alegría”.
Por eso que buena súplica ésta que un día encontré: “Ámame, Señor, cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite.” Muchas veces tendremos que repetirla en nuestra oración.
Ahora bien todo esto no nos puede dejar igual que estamos, la experiencia de la misericordia de Dios, de perdón de Dios, del inmenso amor de Dios tiene que llevarnos a vivir la misericordia, a vivir el perdón a vivir el amor con los demás. Hemos de tener un corazón misericordioso con nuestros hermanos, hemos de vivir el perdón al estilo del Señor, hemos de buscar a los que se han alejado y alegrarnos con la alegría de Dios cuando retornan.
Cada uno de nosotros hemos de ser encontrados cada día más por Jesús y el creer y sentir en lo profundo del corazón que Jesús es la mayor alegría, la mejor noticia de nuestra vida hará que salgamos a buscar a los demás, a las ovejas perdidas.
Hermanos y Amigos, que a experimentar esta alegría de Dios, a acoger de nuevo la misericordia y el perdón de Dios y actuar con los demás con misericordia y perdón, siendo testigos de la misericordia de Dios manifestada en Jesús, nos ayude la Santísima Virgen nuestra Madre, Reina y Madre de Misericordia. Ella se unió al ofrecimiento de Jesús por la salvación de cada uno de nosotros, y Ella ahora nos animará y acompañará a mostrar la misericordia de Dios, a ser portadores del perdón de Dios, a ser testigos de la alegría de la Salvación.
¡Qué grande es Dios! ¡Correspondámosle!
Adolfo Álvarez. Sacerdote