LLAMADA DEL SEÑOR A VIVIR EN LA HUMILDAD Y EL SERVICIO
Seguimos en el camino a Jerusalén y Jesús va desgranando lo fundamental de su Mensaje, nos comunica sus actitudes y sentimientos para que éstos los hagamos nuestros. Así en la jaculatoria al Corazón de Jesús: “Jesús manso y humilde de corazón haz mi corazón semejante al tuyo”estamos pidiendo esta gracia.
Hoy, en este domingo, en torno a una mesa a la que le han invitado, (y nosotros hemos sido invitados hoy al Banquete de la Eucaristía), nos da tres lecciones para nuestra vida cristiana: que seamos humildes, que hagamos de nuestra vida un servicio y que vivamos abiertos a estos, muy especialmente a los más necesitados.
Ante todo la humildad. El tema central de la Palabra de este domingo es la humildad. Así lo destacan la primera y tercera lecturas. Los consejos del Eclesiástico invitan a presentarse con humildad ante los demás, a evitar la jactancia o dárselas de lo que uno no es. La humildad sincera (algunos se las dan de humildes por apariencia) da varios frutos. En primer lugar, la aceptación por parte de los semejantes (“y te querrán más que al hombre generoso”); la soberbia genera rechazo, la humildad acogida. En segundo lugar, atrae el favor del Señor, a quien agrada la humildad de sus fieles (“así alcanzarás el favor del Señor”) y por ella es glorificado (“es glorificado por los humildes”). Finalmente, la humildad es fuente de revelación del Señor (“él revela sus secretos a los mansos”); mejor dicho, Dios se revela a todos, pero la soberbia retrae la aceptación del mensaje de Dios mientras que el humilde está en condiciones de captar su mensaje. El Señor nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” En síntesis, la humildad es la actitud más sensata desde el punto de vista humano y, al mismo tiempo, agrada y glorifica a Dios. El Eclesiástico lleva a decir que cuanto más importante, más humilde se ha de ser. Ante Dios no cabe sino la humildad. Si la humildad fructifica, la soberbia produce los efectos contrarios.
El camino de la humildad, fruto de tomar conciencia de la presencia de Jesús en nuestra vida, nos invita a buscar y desear seguir el querer de Dios, vivir en la voluntad de Dios. La humildad nos hace bien sobre todo a nosotros mismos. El ser humildes, modestos en la autoestima, afecta a la raíz de nuestro ser: nos hace conocernos y aceptarnos mejor a nosotros mismos. El que es humilde se ahorra muchos disgustos y goza de una mayor paz y armonía interior.. La humildad nos abre a Dios, nos abre a los demás y nos cierra a nosotros mismos.
El modelo de humildad es Cristo mismo, que se rebajó de su condición divina para hacerse uno de nosotros menos en el pecado (la soberbia). Y se dio enteramente por los pecadores, sin esperar nada a cambio, poniendo su confianza en Dios únicamente, incluso cuando toda esperanza de recompensa parece perdida (Getsemaní y la Cruz). ¡Qué lección! ¡Cuánto deberíamos contemplar los misterios de la pasión y muerte de Cristo como escuela de humildad y entrega desinteresada!
Una segunda lección en este domingo es la de hacer de nuestra vida un servicio a los demás. Si la humildad nos hace mirarnos hacia dentro, el servicio nos hace estar atentos a los otros.
En esta lección se nos está llamando a vivir el Mandato del Amor, a poner en práctica el gesto de Jesús del lavatorio de los pies. Esto nos cuesta, nos cuesta y mucho porque lo que hoy más nos domina en nuestro mundo es el individualismo y el egoísmo, dos “ismo” que nos hacen tanto daño a la hora de vivir nuestro ser cristiano como la polilla a la madera.
En nuestro mundo, en nuestra Iglesia, hay gente siempre dispuesta a hacer un favor, personas que a la primera dicen sí, y se les nota felices cuando sirven a los otros y comprueban con su experiencia lo que nos dice la Sagrada Escritura: “hay más alegría en dar que en recibir”.
Pero también te encuentras con gente incapaz de mover un dedo, si no les renta algún provecho.
Hermanos y Amigos, Dios se nos da, en Cristo se nos ha dado todo y nosotros unidos al Señor estamos llamados a darnos a los demás, irradiando el amor y la misericordia que Dios tiene para con nosotros. Por ello no podemos olvidar, y a ella tenemos que acudir, la fuente del Amor para amar al estilo del Señor, para servir al estilo del Señor, y esta fuente es el Sagrario, es la Eucaristía, donde Cristo se nos da, se nos está dando, permanentemente.
Y la tercera lección que hoy nos da el Señor, es la de vivir abiertos a los demás, especialmente a los más necesitados.
Al comienzo de este camino a Jerusalén en que estamos el Señor nos recordaba que en el camino no vamos solos, ni podemos ir a nuestro aire, sino que habíamos de estar atentos a los que van con nosotros y que habíamos de hacernos prójimos de de los demás. ¡Cuánta gente pude necesitar de nosotros!
Hemos, pues de estar atentos a quien pueda necesitar de nuestra ayuda, el Señor aquí nos llama a estar atentos a descubrir las personas de nuestro entorno que necesitan una palabra, una atención, un cariño, saberse queridos, escuchados, acompañados. Y ello poniendo de en valor la gratuidad y el compartir. Y escuchando de labios de Cristo: <<serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos>>
Hermanos y Amigos, las lecciones que hoy el Señor nos da solo es posible vivirlas en estrecha amistad con el Señor, dejándonos que su Espíritu vaya inundando nuestro corazón con el fuego del Amor de Dios.
Es urgente orientarnos hacia el sendero del amor misericordioso a la luz de quien dijo: <<aprended de mí que soy manso y humilde de corazón>>.
Que alimentados y sostenidos por la Eucaristía amemos como Dios nos ama y llevemos a nuestro mundo la Buena Noticia del Amor gratuito de Dios.