EL SEÑOR NOS LLAMA A LA VIGILANCIA, A ESTAR PREPARADOS
La Eucaristía del Domingo posee una enorme riqueza salvífica que hemos de descubrir y redescubrir y poco a poco asimilar. El Señor sale a nuestro encuentro en su Palabra y en los signos sacramentales del pan y del vino para transformarnos y renovarnos.
Hermanos y Amigos, nosotros somos la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se cogió como heredad, que cantamos hoy en el Salmo Responsorial. Somos su pequeño rebaño a quien el Padre ha tenido a bien darnos el reino, que hoy se nos dice en el Evangelio de este domingo. Sí, lo somos. ¡Qué maravilla! ¡Qué Gracia inmensa!
Seguimos en la Escuela del Señor, seguimos en el camino hacia Jerusalén. Jesús va enseñando a los Discípulos, nos va enseñando a nosotros ahora, para indicarnos cómo debemos ir por el camino de aquellos que queremos seguirle, que queremos ser sus testigos hoy en medio del mundo que nos toca vivir.
Nos enseñó que el Camino no podemos hacerlo de cualquier manera, sino hemos de hacerlo sabiendo ver que no vamos solos y que hemos de hacerlo mostrando el amor y la misericordia de Dios, amor y misericordia que también nosotros experimentamos primero.(parábola del Buen Samaritano).
Nos enseñó que en el Camino hemos de conjugar oración y acción. Que necesitamos ser para hacer. Y el ser necesita de la escucha de la Palabra de Dios, de ir teniendo los sentimientos y las actitudes del Señor. (Evangelio de Marta y María)
Nos enseñó a Orar, nos enseñó el Padrenuestro, que es una oración para vivir, nos enseñó que necesitamos de la Oración y nos enseñó a orar intercediendo por los demás, la oración de intercesión.
Nos enseñó la vigilancia para que tener, la codicia, no acapare nuestro corazón y nos dejemos llevar por el afán de tener bienes materiales olvidándonos del ser.
Hoy se nos alerta a la vigilancia para mantenernos firmes en la fe y no nos dejemos influenciar por otras cosas que nos aparten del Señor. Que estemos atentos para no acabar viviendo como si Dios no existiese, algo que parece suceder en bastantes de los que, sin embargo, dicen ser creyentes.
Jesús está en medio de nosotros, pero también volverá glorioso, como así lo pedimos en la Celebración de la Eucaristía cuando después de la Consagración decimos:”Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús”. Esta espera en su venida, ha de ser con vigilancia por nuestra parte y no es una espera ni una vigilancia de estar “sentados”, de “brazos cruzados”, la espera y vigilancia a la que hoy somos llamados es desde el servicio a los demás, es decir, desde el vivir intensamente el Mandato nuevo del Amor.
Podemos preguntarnos y nos preguntamos ¿qué es estar vigilantes? Estar vigilantes en primer lugar es no estar dormidos, estar despiertos. Desde el Evangelio está dormido el que vive de espaldeas a Dios y solo piensa en pasarlo bien. Esta dormido el que vive en pecado mortal y no se preocupa de recuperar la amistad con Dios mediante pedir perdón al Señor en el Sacramento de la Penitencia. Está dormido el que huye de sus responsabilidades para no complicarse la vida. Está dormido el que no vive su vocación (matrimonial, religiosa, sacerdotal…) con pasión correspondiendo al amor de Dios que lo llamó a esa vocación.
El Señor, en este domingo, a través de la alerta a la vigilancia nos llama no sólo a no estar dormidos, nos llama a estar despiertos, y ¿Qué significa estar despiertos? Significa a estar siempre preparados para recibir al Señor. Significa estar en gracia de Dios, significa vivir cada día como correspondencia al amor del Señor para conmigo. Significa que nunca la muerte nos cogerá de improviso (aunque no sepamos ni el día ni la hora).
La vigilancia cristiana puede estar perfectamente representada por ese faro que espera que su Señor llegue en cualquier momento. ¿Por qué? Para que, si El Señor se acerca, no encuentre obstáculos para entrar en la vida de los que creemos en Él. Para que en el momento que el Señor se decida a presentarse definitivamente nos encuentre oteando el horizonte con los prismáticos de la oración, de la escucha de su Palabra, de la riqueza del corazón que vive abierto a Él intentando cumplir su voluntad y comprometido en el mundo con el Mandato nuevo del Amor.
Existe una historia, a manera de leyenda, en una parroquia sobre un escultor de un Cristo penitente del siglo XVII. Había tallado y finalizado su obra cuando, de una forma imprevisible, la imagen le habló: “¿dónde me has visto que tan bien me has tallado?” El artista le contestó: “en mi corazón, Señor”
Para que el Señor esté en nuestro corazón, se grabe en nuestro corazón, necesitamos hoy, más que nunca la vigilancia. Un peligro hoy, creo que serio, es mantenerse en una práctica religiosa que no vela, que no tiene conciencia de la cercanía de Cristo, pues entonces todo decae y las cosas se hacen de cualquier manera. Necesitamos tener las lámparas de la fe encendidas, tener puesta nuestra mirada en los “bienes de arriba”, como se nos decía el domingo pasado.
Hermanos y Amigos hemos de vivir vigilando, manteniéndonos en relación constante con Cristo, teniendo con la ayuda del Espíritu Santo la disposición para hacer lo que el Señor quiere y espera de nosotros. Y para que esto así sea necesitamos:- Rezar velando, que quiere decir que “tratamos de amistad con Aquel sabemos nos ama”, en palabras de Santa Teresa, que nos apoyamos en el Señor sintiendo su Amor y su Fuerza para mejorar nuestra vida viviéndola desde El. – Amar velando, que quiere decir darnos cuenta de que en nuestro prójimo, especialmente el que nos puede parecer más insignificante, está Cristo esperando a que le correspondamos, siguiendo lo que nos dice en el Evangelio, Mt 25, “Lo que a uno de estos mis humildes hermanos hicisteis a mí me lo hicisteis”
Hermanos y Amigos, somos administradores del don de la vida que cada día el Señor nos regala y hemos de cuidar de la vida y de las cosas que nos ayudar a vivir teniendo al Señor en el centro de nuestro corazón, y por eso hemos de estar atentos para que nada quiera dominar nuestro corazón, para que nada nos haga sentirnos dueños en vez de administradores. Que cuando el Señor llegue nos encuentre creyendo, amando, cantando y pregonando sus alabanzas.
Y para vivir así hemos de pedir al Señor la gracia de permanecer firmes en la fe, confiar plenamente hasta caer en los brazos de un Dios que nos ama inmensamente hasta dar la vida por nosotros.
Hermanos y Amigos, el tesoro que nos ayuda a vivir en esta vigilancia y que fortalece nuestra fe es la Eucaristía, donde el Señor sale a nuestro encuentro con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre para transformarnos y renovarnos haciéndonos gustar lo que al comienzo de esta reflexión decíamos y en este día hemos de experimentar y quedarnos muy grabado: que nosotros somos su “pequeño rebaño”, a quien el Padre ha tenido a bien darnos el reino.
La Eucaristía de cada domingo es fundamental para vivir en el seguimiento del Señor. Es el alimento para el camino, es fuerza para seguir adelante y para trabajar por el Reino. En el Pan de vida recibimos la fuerza para salir al encuentro del Señor preparados y airosos, en este Sacramento admirable nuestra fe se robustece y puede afrontar las pruebas de cada día y es donde aprendemos a amar al estilo del Señor y recibimos la fuerza para ponerlo en práctica.
La Eucaristía nos ayuda a tener bien firmes los pies en el suelo, con un compromiso y una misión mientras caminamos por este mundo, pero con la mirada en la meta, en la vida eterna.
Que cada día estemos más enamorados de Cristo y con las lámparas de la fe encendidas dando testimonio de Él.
¡Feliz Domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote