CELEBRAR Y TESTIMONIAR A CRISTO RESUCITADO, CON LA AYUDA DEL ESPÍRITU SANTO
Seguimos celebrando la Pascua, la Resurrección de Cristo, Misterio central de nuestra Fe, y centro de todo el Año Litúrgico.
En este Domingo sexto de Pascua es en el que más acentuadamente destaca la dimension eclesial del Tiempo Pascual y al mismo tiempo se destaca la Iglesia como Sacramento de Cristo. No podemos olvidar que la identidad de la Iglesia proviene de la Pascua y tiene como misión principal anunciar y dar testimonio de Cristo Resucitado. La misión de la Iglesia tiene su fuente en la Pascua.
Es importante concienciarse de nuestro ser Iglesia: por el bautismo somos miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La Iglesia somos las personas, no las piedras. Las piedras son los Templos, donde se reúne la Iglesia. Este matiz hemos de tenerlo en cuenta, para sentirnos nosotros implicados, cuando se nos habla de la tarea de la Iglesia. Pues bien, la tarea de la Iglesia es: anunciar y testimoniar a Jesucristo Resucitado.
Pero, para anunciarle y testimoniarle hemos de tener experiencial de Él, hemos de amarle y este amarle es creer en Él, en su Palabra, en sus hechos. Por ésto nos dice en Evangelio de este domingo : “el que me ama guardará mi palabra…” Tenemos que abrirnos a su Palabra ,dejar que nos interpele y que nos vaya transformando interiormente, y así después, manifestarle con nuestras obras. Cada uno de nosotros, toda la Iglesia, tenemos la tarea de evangelizar, de anunciar y comunicar a los demás la alegría de Jesucristo Resucitado, de irradiar a nuestro alrededor la Paz que Cristo Resucitadonos regala ,como nos dice el Evangelio de hoy, “La paz os dejo, mi paz os doy”.
Amar a Jesús, es amar al estilo de Jesús. Amar a Jesús, es dejarse conducir por su Espíritu, que nos ayuda a tener los sentimientos y actitudes de Jesús en nuestra vida de cada día.
Y en todo ésto juega un papel importante la acción del Espíritu Santo. El Espíritu es la persona de la Santísima Trinidad que está presente en el tiempo de la Iglesia. Tiene la misión principal de contribuir a la comunión de los hombres. El Espíritu crea comunión de fe y amor.
Vemos que es la acción del Espíritu Santo la que ayuda a afrontar y resolver las primeras dificultades que aparecen en el interior de la Primera Comunidad Cristiana y resuelven diciendo: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas de las indispensables”.(Hechos de los Apóstoles)
Es que en la primera Iglesia se planteó un conflicto que provocó el Concilio de Jerusalén. El conflicto se podría expresar del siguiente modo: entre los primeros cristianos había algunos que procedían del judaísmo y otros que procedían de la gentilidad. Los judíos querían seguir manteniendo el cumplimiento de la ley de Moisés, querían conservar la circuncisión como señal de pertenencia al pueblo de Dios, cosa que no acababan de aceptar los que provenían del ambiente gentil. El primer concilio decidió que no era necesario estar circuncidado para pertenecer al Nuevo Pueblo de Dios. Y vemos cómo la acción del Espíritu Santo es la que hace que exista comunión entre los miembros de la Iglesia, y es el Espíritu Santo el que ayuda a descubrir que el Evangelio estaba destinado a todos, no solo al pueblo judío. Así lo contemplamos hoy en el Libro de los Hechos y hemos sentirnos llamados a vivir hoy esta comunión y esta unidad en Cristo Resucitado.
Hermanos y Amigos, el Espíritu Santo crea comunión porque hace posible una auténtica fe en diversidad de carismas y dones y porque hace posible el amor, recordándonos todo lo que Jesucristo dijo e hizo y ayudándonos a vivir en unidad. Invoquemos con frecuencia al Espíritu Santo que venga en nuestra ayuda, que nos renueve con sus Dones a fin de llevar adelante la misión que en el Bautismo hemos recibido.
Y este Espíritu Santo es la fuerza para vivir en medio del mundo siendo instrumentos de paz, de misericordia, de fraternidad, en definitiva a ser constructores del cielo, al que estamos llamados. Hoy el Libro del Apocalipsis nos hace contemplar este cielo, la gloria de la que participa Cristo Resucitado y que es nuestra meta y que comenzamos a gustar ya en la tierra. No podemos hacernos un infierno unos a otros y tener nuestra mirada en el Cielo, porque es una incoherencia total. Nuestro creer en Cristo Resucitado, nuestro vivir siendo testigos del Resucitado nos compromete de una manera muy profunda a ser constructores del “Cielo nuevo y la tierra nueva” en nuestro vivir de cada día, aquí y ahora.
Hermanos y Amigos, en este VI Domingo de Pascua, Jesús nos hace a cada uno de nosotros una petición, una promesa y un ofrecimiento: Nos pide amor, nos promete la presencia de Dios en nuestros corazones y nos ofrece el don de su paz.
La petición: Jesús nos había dado un mandamiento: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”. Ahora nos dice. “Si me amáis, guardaréis mi palabra”. Celebrar la Pascua de Jesucristo es mantener una comunión vital con su Persona, fundada en un amor que se expresa en la acogida de su Palabra como norma orientadora de la vida. Cristo es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
La promesa: el Don de su Espíritu. Así nos dice: “El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quién os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Como decíamos anteriormente es el Espíritu quien nos ayuda a crear unidad, a vivir en comunión, y también quien nos tiene que ayudar a vivir en el amor, como Jesús nos amó. El Espíritu es quien nos transforma y nos ayuda a vivir dando testimonio del Resucitado en medio de nuestro mundo.
Y el Resucitado nos regala un Don: el Don de la paz. En el clima de violencia que padecemos, muchas veces entendemos la paz como ausencia de guerra, como equilibrio de fuerzas entre partes que se temen y que, sólo por eso, se respetan. Muy diferente es la paz de Cristo: es una paz honda, que nos reconcilia con Dios, con nosotros mismos y con los demás; una paz que nace de la justicia, que crea fraternidad y que expresa la esperanza de un mundo en el que Dios lo será todo en todos. Por eso, Jesús distingue entre la paz del mundo y su paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”. La paz de Jesús brota de la victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como hermanos. La paz de Cristo no es objeto de imposición: se ofrece, se propone, se da. Don divino, es también tarea humana: cada uno la ha de poseer en su corazón para poder transmitirla a los demás, así pedimos al Señor: “Hazme, tu Señor, instrumento de tu paz”
Hermanos y Amigos la Celebración del Domingo tiene que hacernos celebrar y proclamar nuestra fe en Cristo Resucitado y tiene ayudarnos a vivir nuestros compromisos bautismales haciendo realidad el encargo del Señor: “Id y contad lo que habéis visto y oído”, con nuestras palabras y obras en los afanes de cada día.
Invoquemos, por medio de María, al Espíritu Santo, para que venga sobre nosotros y nos renueve con sus dones y nos ayude en la tarea. Que la fuerza del Espíritu Santo nunca nos falte y seamos siempre dóciles a su acción. Que con la ayuda de este Espíritu nos veamos trasformados por el Resucitado y lo manifestemos en nuestra manera de vivir. Que nunca desfallezcamos y siempre adelante.
Adolfo Álvarez. Sacerdote