SER TESTIGOS DEL RESUCITADO: VIVIR EL MANDATO NUEVO DEL AMOR
Seguimos celebrando la Pascua, la Resurrección de Cristo, el centro de nuestra fe. Y hemos de seguir celebrando con fe y alegría este Misterio que ha de iluminar toda nuestra vida y ha de llenarnos de los dones de la paz, de la alegría y del perdón de nuestros pecados, recibiendo así la fuerza del Resucitado para comunicar a los demás la gran Noticia de la Pascua: Cristo vive, ¡ha resucitado!.
La Resurrección de Jesús ha introducido en el mundo -también en el nuestro- una triple novedad: 1. la novedad del Evangelio, capaz de derribar muros que separan y de abrir a todos, también a los paganos, las puertas de la fe;
2. la novedad del Mandamiento nuevo que, al destruir las raíces más hondas y ocultas del odio, ha situado la convivencia universal bajo el signo del amor;
3. La novedad promesa de unos cielos nuevos y una tierra nueva para una humanidad renovada;
Ser testigos de la resurrección de Jesucristo implica necesariamente compartir la alegría del Resucitado con otros y con otras comunidades, así como manifestar las maravillas obradas por Dios a través nuestro y poner de manifiesto la vida nueva de la triple novedad que antes mencionamos Es el ejemplo que nos narra la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles. Se trata de la primera correría misionera a tierras paganas. Pablo y Bernabé van visitando las Comunidades que se van formando. Van apareciendo dificultades y comienzan a sufrir persecuciones. Ésto muestra como nunca fue fácil ser cristiano, como nunca fue fácil anunciar la Buena Noticia de Jesucristo, pero cómo las dificultades nunca nos han de echar para atrás.
Hoy, V domingo de Pascua, a la luz de la Palabra de Dios escuchada, se nos dice que el misterio de Cristo Resucitado no puede ser aceptado ni vivido sin la fe y el amor. Por eso hay que tener una fe fiel y un amor ardiente a Dios y a los hombres. Las palabras de Jesús son un desafío: <<la señal por la que todos sois discípulos míos será que os amáis unos a otros>>Estas palabras corresponden a la despedida de Jesús. Antes de morir, nos quiere dejar su testamento. Testamento que es el AMOR. Nos proclamó cómo teníamos que amarnos (hasta el fin) y a quién teníamos que amar (al prójimo).
Una de las ideas, experiencias, que los primeros cristianos sacaron de la experiencia, vivencia, de la Pascua es que el amor vence sobre la muerte y el odio. Y llegan a descubrir que el amor es siempre la última palabra a pesar de todo, a pesar de la experiencia, muchas veces negativa, de la existencia humana. De aquí que una de las sorpresas del cristianismo en los primeros siglos fue esta forma nueva de amarse, encargo de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”(Jn 13,34).
Vivir en el Mandamiento del amor no es un simple quererse, es la actualización en la vida de los cristianos, en nuestra vida, del mismo amor de Jesús.
El amor del Corazón de Cristo ha de ser el centro de nuestro corazón, de toda nuestra vida y es la medida del amor. San Agustín comentará y nos dirá algo que nos tiene que hoy hacer pensar y llevar a que con nuestra vida hemos de hacer auténticos los signos. Nos dice que todos pueden hacer la señal de la cruz, entrar en una iglesia o responder “Amén”, pero lo que distingue a un hijo de Dios es la caridad, y que si eso falta, todo lo demás no sirve para nada.
El mismo San Agustín nos dice: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”
El mandamiento del amor ya estaba promulgado en el Antiguo Testamento, pero la novedad que añade Jesucristo es que amemos como como Él nos ha amado (34b). Jesús con su ejemplo nos dice que el amor es servicio al hermano y lo vemos lavando los pies a los apóstoles; nos dice que el amor se extiende a todos, incluso al enemigo (Judas) y lo hace a costa de la propia vida. En esto conocerán que sois mis discípulos (v.35). Solamente los demás creerán en lo que decimos creer y les decimos, si somos capaces de contagiarlos con el amor, porque el amor es contagioso, no hay ningún signo tan convincente como el amor.
Hermanos y Amigos, el amor tiene que ser «signo del creyente en Jesús resucitado». El amor fraterno ha de ser signo del seguimiento a Jesús. No hay discípulo de Cristo si no hay amor. Nuestra vida de cristianos no será tal si no está sustentada en el amor profundo a Dios y a los hombres. Los cristianos no podemos dejarnos llevar por las directrices de una sociedad individualista, donde solo importa uno mismo. Al igual que los discípulos, cada uno de nosotros estamos llamados a dar testimonio de Jesús con la fuerza del amor. Podemos transformar el mundo y nuestras relaciones desde el amor, el Espíritu Santo de Dios viene en nuestra ayuda.
Amándonos como Cristo nos ha amado testimoniamos su Resurrección y somos constructores del cielo nuevo y tierra nueva a los que somos llamados. El que se adentre por el Camino del Amor que Cristo nos manda descubrirá que sólo este mandato de Cristo, que no es mandato sino es correspondencia al amor de Cristo para con cada uno de nosotros, dará testimonio gozoso de que la vida merece la pena ser vivida y sólo viviéndola desde el estilo de Jesús es posible saborear el auténtico sabor de la vida.
El amor de Cristo es un amor universal, sin fronteras y tiene preferencia para con los pobres y los más necesitados.
El amor de Cristo es un amor centrado en el otro, que me ayuda a salir de mí mismo, un amor que busca el bien del otro.
El amor de Cristo es un amor que no hace cálculos y no espera recompensa, un amor gratuito y generoso.
Este es el amor que nos debería identificar como creyentes. Para ello el Señor se nos da en la Eucaristía, donde nos sigue ofreciendo su amor para que amemos a su estilo.
Hemos de ponernos, desde la experiencia de Cristo Resucitado, manos a la obra, para comunicar la Buena Nueva de la Salvación a todos.
Amigos y Hermanos, sigamos viviendo la alegría de la Resurrección que estamos celebrando y que se actualiza para nosotros en el Misterio de la Eucaristía. En cada Misa, la Iglesia de la tierra mira a la Iglesia del cielo con mucha esperanza. Esa es nuestra patria definitiva. Hasta que lleguemos allí vivamos aquí en la tierra como Cristo nos enseñó, amándonos de verdad unos a otros. Así seremos testigos de Cristo Resucitado aquí en la tierra y alcanzaremos el cielo nuevo y la tierra nueva que hoy nos anuncia San Juan en el Apocalipsis.
En cada Eucaristía Cristo nos muestra su amor, se entrega por nosotros y nos enseña a entregarnos a los demás irradiando su amor a nuestro alrededor. Además la Eucaristía es Alimento de Vida y de Amor para cada uno de nosotros.
Hermanos y Amigos: ¡Animo! ¡Adelante!. Que se nos note que somos discípulos del Señor por vivir en el amor a su estilo. El Espíritu del Resucitado sea nuestra fuerza.
Adolfo Álvarez. Sacerdote