SAN PEDRO Y SAN PABLO:
DOS HOMBRES APASIONADOS POR CRISTO Y FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
En este día, 29 de junio, celebramos la Solemnidad de Dos Apóstoles, testigos de Cristo de manera excepcional, San Pedro y San Pablo, considerados “Columnas de la Iglesia”. Y en este día celebramos también el día del Papa, sucesor de Pedro y Cabeza de la Iglesia de Cristo.
En esta Solemnidad, la Liturgia de hoy destaca la condición de iniciadores de la fe cristiana que corresponde a san Pedro y san Pablo. Son ellos quienes plantaron la Iglesia y la regaron con su sangre, nos pone de relieve una antífona de la Celebración. Por ello, también la misma liturgia, nos hace pedir a Dios que conceda al pueblo cristiano, que nos conceda a nosotros, <<seguir siempre las enseñanzas de aquellos por quienes comenzó la difusión de la fe>> (oración colecta)
La Solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo es una invitación a vivir la apostolicidad de la fe: La Iglesia está fundada sobre los apóstoles; nuestra fe, nuestro credo, están fundados sobre el testimonio de los apóstoles. Fiesta propicia, pues, para confesar la fe, para sentirnos alentados, con el ejemplo de estos grandes intercesores, en dar testimonio de Cristo Resucitado en medio de nuestro mundo.
Hoy pues, pedimos seguir con constancia las enseñanzas de San Pedro y de San Pablo. Por eso quiero recordemos ahora algunas de las enseñanzas más destacadas que nos vienen de estos dos grandes Apóstoles que celebramos hoy y que nos iniciaron en la fe cristiana. Si procuramos hacerlas vida, nos serán un gran enriquecimiento espiritual.
San Pedro y San Pablo son dos hombres fundamentales de la Iglesia tal como lo vemos en el Nuevo Testamento. La profesión de fe en Jesucristo de ambos sellada de manera admirable con el testimonio supremo del martirio, fundamenta la fe y el testimonio de la Iglesia también en nuestros días.
Pedro es el hombre elegido por Cristo para ser la “roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta edificaré mi Iglesia” (Mt 16,16). Pedro es el amigo entrañable de Cristo, el hombre elegido que traiciona a su Maestro y que se arrepiente de haberle negado, el hombre impetuoso y generoso que reconoce y confiesa al Dios hecho hombre: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
Pablo fue conquistado por la gracia divina camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en el gran Apóstol de los gentiles. Después del encuentro con Jesucristo en su camino, experiencia que marcó su vida, se entrego de una manera absoluta y sin reservas al servicio del Evangelio. Pablo es el hombre apasionado por Cristo, fogoso e incansable que recorre el mundo entonces conocido anunciando la Buena Nueva de la Salvación en Cristo Jesús. No tiene otra misión, de ahí que llega a decirnos: ¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio! (1Cor 9, 16).
Una primera enseñanza destacada de ambos es sobre Jesucristo, centro de la propia existencia. El encuentro con Jesucristo.
Desde que fueron llamados, cada uno en su momento, descubrieron que Jesús de Nazaret era el Cristo, el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Aquel que con su cruz es el Salvador y el liberador de la humanidad, de judíos y no judíos. Vemos el testimonio de Pedro en el Evangelio que hoy es proclamado. Con fe firme creían que Jesús era el Señor, el Hijo de Dios, y a la vez un hombre extraordinario que, después de haber dado en la cruz la vida por amor, vive para siempre y es contemporáneo de cada ser humano del mundo. La suya era una fe llena de amor, a pesar de sus debilidades humanas. Ambos estimaron a Jesucristo por encima de todo. Hasta el punto de que, llegado el momento, no dudaron de sufrir agresiones físicas y encarcelamientos, como hoy contemplamos en la primera y en la segunda lectura de este día, y finalmente dar cruentamente la vida por el Maestro y Señor amado.
Una segunda enseñanza que nos hace bien destacar: Jesucristo es capaz de transformar a las personas por dentro.
Pedro era un hombre rudo, directo, fogoso, capaz de amar mucho pero también capaz de quedar frenado por el miedo, como en el caso de las negaciones de Jesús durante la pasión. Pero se fue transformando en un hombre sereno, tierno, en un pastor según el corazón de Dios, enamorado indefectiblemente de Jesucristo. Pablo también era fogoso, lleno de celo por la Ley de Moisés, intransigente. Pero hizo un proceso que le llevó a ser más humilde, comprensivo de las necesidades de los demás, que lo llevó a dejar surgir la ternura de su corazón tal como se ve en muchos pasajes de sus cartas; la razón es que se sentía exigido y espoleado por el amor que Jesucristo le tenía y al que quería corresponder generosamente. El Evangelio de Jesús, que ambos apóstoles dejaron entrar en su vida, los fue transformando. Y esto también vale para nosotros. Cuando la acogemos con corazón abierto, y a pesar de los propios defectos y pecados, se inicia un proceso de crecimiento en la fe y en el amor y de evangelización del propio corazón guiados por el Espíritu, que hace pasar de la impureza, el libertinaje, las discordias, las enemistades, los celos y las rivalidades a vivir el dominio de uno mismo, el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, al dulzura, tal como lo escribe san Pablo a los Gálatas (Gal 5, 16-25). Y eso, como dice aún a los Corintios, porque habéis sido santificados en el nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios (1Cor 6, 9-11).
Hermanos y Amigos, Los Dos Apóstoles anunciaron sin desfallecer y apasionadamente la victoria de Cristo, fueron testigos de su Resurrección y con su martirio nos quieren ayudar a nosotros a vivir hoy nuestra misión de ser testigos hoy del Resucitado y a no acobardarnos ante las dificultades. A ambos les movía la fe en el Señor y la experiencia de la misericordia y del perdón que experimentaron, uno después de la negación que hizo del Señor y otro de la persecución que llevaba adelante contra los cristianos. Les fortaleció su confianza plena en Jesucristo y ello hizo que no perdieran nunca el entusiasmo y la valentía en la predicación del Evangelio. Desde sus sepulcros, en Roma, su sangre derramada ofrece un testimonio permanente de Jesucristo para gloria de Dios. Un testimonio que nos ayuda a nosotros hoy a vivir unidos a Cristo, “Camino, Verdad y Vida” y a ser “luz del mundo y sal de la tierra” desde nuestra condición de bautizados tal como el Señor nos encargó.
Hermanos y Amigos festejar a estos dos grandes Apóstoles nos ha de animar y fortalecer en la misión que como miembros de la Iglesia tenemos: Testimoniar a Cristo. A ello nos ha de urgir.
El misterioso itinerario de fe y de amor que condujo a Pedro y a Pablo a Jerusalén, luego por diversas partes del mundo y después a Roma constituye un itinerario que es modelo del itinerario que todo cristiano está llamado a recorrer para testimoniar a Cristo hoy en medio de nuestro mundo. Cada uno de nosotros, creyentes, somos llamados como Pedro y Pablo a dar testimonio de Cristo con nuestra vida, a través de nuestras obras y palabras. Ser cristiano es sobre todo ser testigo de la resurrección de Cristo, mostrar que por medio de Cristo Dios Padre nos ha inundado de su Misericordia, nos ha reconciliado con Él y que estamos llamados a la Vida eterna. Estos dos grandes Apóstoles nos ayuden con su intercesión a ser cristianos, a testimoniar hoy al Señor con gozo y valentía, superando todo miedo y cobardía.
Y en el marco de esta Solemnidad renovamos nuestra adhesión al Vicario de Cristo, al Papa, en estos momentos el Papa Francisco.
A san Pedro y a sus sucesores, Jesús ha confiado la misión de presidir el Colegio de los Apóstoles y de sus sucesores siendo su principio de unidad, y de confirmar en la fe a sus hermanos. Para llevar a cabo esta misión, el Señor le promete firmeza inquebrantable, superior a los ataques del demonio, y le confía el poder de “atar y desatar”, es decir le confiere la potestad de actuar en su nombre, tomando decisiones en la tierra que quedarán refrendadas en el cielo.
Hermanos y Amigos, recemos en este día, de manera especial, por el Sucesor de Pedro, el Papa Francisco por su persona e intenciones, pidamos por la unidad de todos los fieles bajo la guía de Pedro; y estemos atentos a su Magisterio. Que a través de él vivamos en Comunión de fe y amor toda la Iglesia.
Con humildad y queriendo hoy renovar nuestra adhesión a Cristo, en el seno de la Iglesia, con la intercesión de San Pedro y San Pablo, le pedimos al Señor: “haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquellos que fueron fundamento de nuestra fe cristiana”.
¡Feliz día! El Señor nos bendiga por la intercesión de estos grandes Apóstoles
Adolfo Álvarez. Sacerdote