CRISTO, PROFETA. POR LA FE, PARTICIPAR EN SU MISION.
De nuevo somos convocados a celebrar el Domingo, la Pascua semanal, y el Señor sale a nuestro encuentro por medio de su Palabra y dándonos de nuevo su Cuerpo y Sangre, Alimento de Vida Eterna.
Seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Marcos. Llegamos al capítulo 6 de este Evangelio y con este pasaje que se nos presenta en este domingo , termina lo que podemos llamar una etapa de la predicación de Jesús o de la presentación que San Marcos va haciendo a lo largo de su Evangelio de Jesús y su obra, junto con las reacciones que provoca. Y termina con un panorama de fracaso: la incredulidad precisamente de los más cercanos., “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (Mc 6, 4).
La Palabra de Dios de hoy insiste en el tema de la fe. A Cristo no se le descubre, ni comprende ni se le sigue con las solas fuerzas naturales, ni experimentamos que vive y vivimos desde Él por los solos conocimientos humanos.
Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra Salvación, de aquí que lo peligroso es quedarse sólo con la humanidad de Jesús y creer conocerle porque sabemos cosas de su patria, de su familia… y no experimentar a Cristo que vino para entregar su vida para el perdón de nuestros pecados, para nuestra Salvación y que ha resucitado, que está vivo en medio de nosotros.
A Jesús le ocurrió que la imagen que los paisanos tenían de él no coincidía con lo que realmente era. Esperaban de él que se comportara como una persona normal conforme a sus orígenes sociales. No comprendían que Jesús fuera el Mesías prometido, y lo tenían entre ellos. Simplemente se quedaron perplejos, como podemos deducir por las preguntas que se hacían. Si Jesús no había estudiado las Escrituras, todos conocían a su familia, que era una familia ordinaria dentro del pueblo, luego lo que dice y hace no puede ser obra de Dios y se escandalizan de él “ De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿No es este el carpintero, el hijo de María…?” (Mc 6, 2-3) Los comentarios de los habitantes de Nazaret dejan transparentar una actitud negativa y un tono despreciativo hacia Jesús. Ni siquiera le llaman por su propio nombre. Y no creyeron en Él. A Jesús le ocurrió lo mismo que ocurrió a los profetas y que hemos escuchado en la primera lectura, el profeta Ezequiel, y la segunda lectura también lo insinúa a través de las dificultades que San Pablo señala-, que fue rechazado como profeta.
En el fondo no rechazan a Jesús, lo que rechazan es su mensaje, porque es molesto y desestabiliza su comodidad e intereses particulares. El mensaje de Jesús, tanto para sus paisanos como para nosotros, por sus exigencias y transformaciones personales y comunitarias, provoca resistencias, de ahí que intentemos frecuentemente ignorarlo, silenciarlo y, como podemos leer constantemente en los medios, también se encarcele o asesine a los profetas.
La increencia no es un fenómeno de hoy, ya en tiempos de Jesús también se daba; pero hay que resaltar que la sociedad de hoy tiene una mayor abundancia de indiferencia religiosa. Y es que muchas veces la fe se confunde con conocimiento, con actuar de una manera concreta pero en momentos también concretos, o también se confunde la fe con cumplimiento de normas y preceptos pero de una manera externa y en determinados momentos.
Y por ello es necesario que nos preguntemos de nuevo ¿Qué es tener fe en Dios? Y tener fe en Dios es Confiar en Él, obedecerle, confesar lo que uno cree en nuestra vida de cada día. Cree en Dios quien espera en Él, quien confía en que Dios le puede sacar de su miseria y de su muerte. Cree en Dios quien piensa que haciendo caso a los planes de Dios va a ser más feliz que haciendo caso de sus propios planes. (V. G.: El pecado original). Cree en Dios quien en su vida testimonia de palabra y obra lo que cree en la intimidad de su conciencia y lo que celebra con la comunidad. La fe en Dios lleva consigo una profunda confianza en las posibilidades del ser humano, aunque este esté envuelto en el pecado y la miseria.
Hoy parece que lo excepcional y extraordinario, es acoger la Buena Noticia. Dejarse llevar por ella. Modelar la sociedad con los colores que nos brinda el Evangelio. Por ello mismo, al contemplar las lecturas de este domingo, vemos que –también Ezequiel, San Pablo – pasaron lo suyo cuando intentaron despertar los corazones de los hombres. Sufrieron, fueron acosados o incomprendidos por esa insistencia o deseo profético de que los hombres volvieran los ojos a Dios. Y esto es lo que hoy contemplamos en Jesucristo, que es rechazado por los suyos, en su propio pueblo.
Hermanos y Amigos el rechazo de Jesús, como el rechazo de Ezequiel y las dificultades que experimenta San Pablo, nos debe ayudar a entender y comprender que también nosotros somos y nos sentimos rechazados en ocasiones, hoy bastante frecuentes, en muchos ambientes por el hecho de manifestarnos explícitamente creyentes, por no ir en la línea de lo “políticamente correcto” y querer ser fieles a los valores del Evangelio, ser fieles a Jesucristo.
No está demás, por ello, que hoy nos volvamos a plantear: ¿Qué es un profeta?
Y un profeta es alguien que no se fija en los frutos de su misión; no se acobarda o se echa atrás aunque aparentemente sus esfuerzos no se vean recompensados. Un profeta es aquella persona que, además de vivir lo que predica, es terco en su propuesta: ¡Jesús vive! ¡Somos hermanos! ¡El cielo nos espera!. No podemos olvidarnos cada uno de nosotros, creyentes, que por el bautismo participamos del Don Profético de Cristo. Cuando recibimos la unción con el Santo Crisma, en la oración se nos dice que “seas para siempre miembro de Cristo sacerdote, profeta y rey”. Esto quiere decir que hemos de transmitir, comunicar, ser testigos de la Buena Noticia que hemos recibido, que hemos de transmitir, comunicar y ser testigos de Jesucristo.
Y hoy San Pablo nos recuerda que esta misión no la llevamos a cabo desde nuestras fuerzas, que nosotros somos débiles, somos pecadores , pero que en esta debilidad nuestra se manifiesta la fuerza de Dios, Él nos da el Don del Espíritu que nos fortalece y hace posible que llevemos adelante la misión que Cristo nos confió. Creo que conviene que recordemos que no nacemos cristianos, nos hacemos cristianos y este hacernos cristianos es obra de dejar actuar en nosotros la acción del Espíritu Santo que nos dé experiencia profunda del Señor en nuestra vida y de ir teniendo así los sentimientos y actitudes de Jesucristo, sintiéndonos amados inmensamente por Él y amándole nosotros inmensamente a Él.
Como siempre, también existen los anti-profetas que desprestigian a Cristo, a su Iglesia, hoy, como ayer en tiempos de Jesús, hay gente que admira a Cristo y se asombra de Él pero se niega a seguirle. Forma parte de nuestra vida actual valorar una cosa y, a la vez, ignorarla y rechazarla. Con frecuencia este comportamiento lo observamos hoy en muchos creyentes que seguimos admirando a Jesús, pero no le dejamos actuar en nuestra vida porque no le reconocemos con el Señor, como nuestro Salvador.
En ese sentido, hoy más que nunca, tenemos que pedir al Señor que su Iglesia siga siendo profeta en un mundo donde tantas falsas verdades quieren diseñar e imponer un mundo, una sociedad o unos poderes a su medida. Y esto que pedimos para la Iglesia, hemos de pedirlo para cada uno de nosotros, que vivamos con intensidad nuestra fe en Cristo y demos testimonio de Él vivo y presente en medio de nosotros. ¿Qué lo tenemos difícil? ¡Más lo tuvo el Señor! Lejos de amilanarnos ante el rechazo que pueda generar en algunos extremos de la sociedad, en la Iglesia hemos de procurar ser testigos de ese Cristo que supo dar vida allá donde existía la muerte; sosiego, donde abundaba la desesperanza; alegría, donde imperaba la tristeza.
Somos mensajeros del evangelio. ¡No tengamos miedo a las incomprensiones y rechazos, porque no hemos de agradar a los hombres sino a Dios! Ser la voz de la Palabra de Dios trae consigo en nuestra sociedad marginación, desprecio, burla, etc. Por ello hemos de estar muy unidos a Cristo, dejándonos interpelar por su Palabra que nos llama continuamente a la conversión. Es decir que la Palabra de Dios continúe siendo Buena Noticia para cada uno de nosotros y al mismo tiempo sea denuncia de situaciones que cada uno de nosotros va viviendo y reclaman de nosotros una conversión sincera. Estar muy unidos a Cristo, por la Oración, por la participación frecuente en los Sacramentos, muy especialmente de la Eucaristía y la Penitencia.
La Iglesia necesita hoy, más que nunca, de verdaderos profetas que anuncien la verdad del evangelio. ¡Y esos profetas somos nosotros!, sí, cada uno de nosotros bautizados, llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra.El mundo, nuestro mundo lo necesita, nuestro mundo necesita testigos del amor de Dios para con todos.
Y es que, por muchos escollos y zancadillas que salgan a nuestro encuentro, porque que haya miembros de la Iglesia que no estén a la altura de lo que son, nada ni nadie nos debe de alejar de aquello que es primordial en nuestra vida cristiana: ser testimonio, con palabras y con obras, de nuestra experiencia de fe. La constancia, la persistencia y la perseverancia serán tres buenas fórmulas para hacer frente a todo intento de silenciar o desprestigiar el trabajo de todo profeta, de cada creyente, el trabajo y la misión de la Iglesia.
Hermanos y Amigos, hoy creo que ante la afirmación del Evangelio: “no hizo allí ningún milagro… Y se admiraba de su falta de fe”, es bueno que nos preguntemos: ¿Cómo es mi fe? ¿Procuro cultivar mi fe, alimentarla? ¿Le pido al Señor que me aumente la fe? ¿Soy de los que reconocen el poder de Dios, pero en realidad no lo creen? ¿Pido al Señor el don de la conversión?
Hermanos y Amigos,¡que el Señor haga crecer la fe en todos nosotros! pues cuando tenemos fe, es decir cuando nos fiamos de Él, sigue obrando maravillas en los corazones.
Pongamos, por ello, los ojos en Él y vivamos centrando nuestra vida en Aquel que nos inunda con su Misericordia, Cristo Jesús. Y llenos de su Misericordia seamos testigos de El con alegría y con valentía.
Adolfo Álvarez. Sacerdote