DIOS, SEÑOR Y AMIGO DE LA VIDA
Cada domingo, “Pascua semanal” es un momento de “Gracia y Salvación” para toda la Comunidad Cristiana y para cada uno de los que la formamos. El Señor Resucitado sale a nuestro encuentro, celebramos su Presencia viva en medio de nosotros, a través de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre. La Celebración del domingo nos reconforta en la fe en el camino de la vida. Escuchamos de nuevo la Palabra de Dios y experimentamos de nuevo los mismos gestos del Señor que protagonizó hace ya más de dos mil años y que vuelven a cumplirse, a sucederse, ahora en el interior de nuestras vidas. Jesús ha venido a encontrarse con todos los hombres y mujeres del mundo, para que creyendo en Él, confiando en Él y abriéndole el corazón, logren la salvación y la vida eterna.
Los textos bíblicos además de enseñarnos nos introducen en el Misterio de Cristo, en el Misterio de nuestra fe. A este propósito nos dice el Papa Benedicto XVI: “Este domingo, el evangelista San Marcos nos presenta el relato de dos curaciones milagrosas que Jesús realiza a favor de dos mujeres: la hija de de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y una mujer que sufría hemorragia (Mc 5,21-43). Son dos episodios en los que hay dos niveles de lectura; el puramente físico: Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él”.
En este domingo el Libro de la Sabiduría nos introduce en lo que sucederá más tarde en el Evangelio. Nos explica que nuestro Dios es un Dios de la vida, quiere que el hombre viva, nuestro Dios no quiere la muerte. Él nos ha creado para la vida y una vida para siempre. Dios es el Dios de la vida y no de la muerte. Él no dijo “hágase la muerte”, “hágase la enfermedad”, “hágase las epidemias; Dios dijo “hágase la vida” y hubo vida. Nuestro Dios es el Dios de la vida, amigo de la vida y según su plan, como nos recuerda San Agustín, “la gloria de Dios es que el hombre viva”.
Como creyentes en el Dios de todo bien, estamos llamados a “permanecer en el esplendor de la verdad” (oración colecta), y por tanto a reconocer la vida como verdadero don de Dios. Cada persona humana es querida y amada por Dios de una manera única y completamente personal. En esto consiste el fundamento más profundo de su dignidad de persona. Y el ser humano, habiendo sido creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a una vida eterna.
Ni el dolor, ni la enfermedad, ni mucho menos la muerte, forman parte del plan de Dios. Sino que entraron por envidia del diablo y porque podemos hacer obras malas, ya que Dios nos ha creado libres. De aquí que en el lenguaje de nosotros, creyentes, no deberían existir estas palabras que muchas veces hemos escuchado e incluso también hemos dicho: “qué habré hecho yo para merecer esto, para sufrir tanto”.
Cristo viene a hacernos hijos de Dios y viene a sanarnos del pecado y de sus consecuencias. Viene a entregar su vida para que nosotros tengamos vida. Cristo se ha hecho pobre para enriquecernos con su vida, con su Espíritu, con su gracia, El ha venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia.
Hermanos y Amigos, Cristo nos sana, como sanó a la mujer de los flujos de sangre, y como levantó de la muerte a la hija de Jairo. Pero pide de nosotros dos cosas: fe en Él, confianza en su poder y en su amor y también contacto y acercamiento a su Persona. Es decir que vivamos unidos a Él confiando en Él. Y aquí recuerdo unas palabras también de Benedicto XVI a este propósito: “Para nosotros estos dos relatos de curación son una invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas. De necesidades concretas y está bien hacerlo, pero lo que más debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más solida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos abandona”.
Fe y vida son dos realidades muy unidas, ya que quien confía en el Señor, experimentará que su propia vida es verdadero don y está llamada a la eternidad junto con Dios, su creador. Ha sido Dios quien nos ha llamado a la existencia, no somos fruto de la casualidad o del azar. Por eso, nadie bajo ningún pretexto, tiene derecho a decidir sobre ella más que Dios. En este sentido es importante que alentemos actitudes de vida, fomentando su protección desde el mismo momento de su concepción hasta su muerte natural. Jesús es la vida del ser humano. Todo lo que dignifica al ser humano es querido por Dios. Todo lo que atenta contra la dignidad del ser humano, atenta contra Dios. Hoy que están tan candentes temas como el aborto y la eutanasia los creyentes tenemos que manifestar claramente nuestra posición desde la fe en Cristo, pues no podemos profesar la fe en Cristo, Señor de la vida y nooponernos al aborto y la eutanasia.
Hermanos y Amigos, necesitamos que el Señor fortalezca nuestra fe en Él. El Cristo que cura a la mujer sólo con su contacto; el Cristo que tiende la mano a la niña y la devuelve a la vida, es el mismo Cristo que en su Pascua triunfó de la muerte, atravesándola, experimentándola en su propia carne. Y el mismo que ahora sigue, desde su existencia gloriosa, estando a nuestro lado para que tanto en los momentos de debilidad y dolor como en el trance de la muerte sepamos dar a ambas experiencias un sentido pascual, incorporándonos a Él en su dolor y en su victoria.
Hermanos y Amigos hoy cuando escuchamos “Talitha qumi, (que significa:<<contigo hablo, niña, levántate>>” es también una invitación, una llamada, a cada uno de nosotros a no quedarnos adormecidos, a no quedarnos postrados ante el dolor y el sufrimiento, ante nuestras debilidades, a dejarnos levantar por el Señor, y a fijarnos en los pequeños milagros cotidianos que Dios obra en nosotros cuando confiamos en Él.
Este domingo es una nueva oportunidad para dejarnos levantar por el Señor y rehacer nuestra relación con el Señor acercándonos más a Dios y a nuestros hermanos. Estamos comprometidos a tener los sentimientos y actitudes del Señor, como le pedimos en este mes del Sagrado Corazón, tratando de levantar a nuestros hermanos caídos, a nuestros hermanos necesitados, dándoles vida con nuestra presencia, nuestra compañía y nuestro amor y a esto nos motiva San Pablo en la segunda lectura de este domingo donde nos recuerda que Cristo fue generoso con todos y nosotros hemos de serlo unos con otros.
No podemos olvidar nuestra misión recibida en el Bautismo de ser luz y sal del Señor en medio de nuestro mundo y de esta manera hacer presente el Reino de Dios, que es el Reino de la vida, de la luz y de la paz.
La Palabra de Dios de este Domingo ha de ayudarnos a crecer y madurar en la fe en Cristo que tiene la fuerza de curar y resucitar y así llevar adelante la misión hoy en este mundo que nos toca vivir con más convicción y valentía. A ello nos ha de ayudar el Pan de la Eucaristía que comulgamos, Pan de Vida Eterna, prenda de la Gloria futura.
Adolfo Álvarez. Sacerdote