EL SEÑOR CAMINA JUNTO A NOSOTROS,CON ÉL SUPERAMOS TEMPESTADES
De nuevo somos convocados a Celebrar el Domingo, Pascua semanal, y experimentamos en medio de nosotros la presencia del Resucitado que nos anima y alienta a seguir adelante en el camino de nuestra vida y sale a nuestro encuentro alimentándonos con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre.
En este domingo la contemplación de la Palabra de Dios que se nos comunica es una Palabra de aliento, de llamada a confiar en Él y nos interpela revisarnos cómo vamos navegando en la barca de nuestra vida como creyentes.
A los cristianos cuando somos bautizados, no se nos hace un seguro de vida. Es decir, no se nos garantiza que por el hecho de serlo, vayamos a estar exentos de dudas y batallas, de dificultades y tormentas.
Jesús, el Señor, no vivió ajeno a ellas, los discípulos tampoco y ¿nosotros? Seguro que si hechas una mirada sobre nuestra propia historia encontramos enseguida situaciones tormentosas, dificultades…momentos en que pensamos que no salíamos adelante, que nos hundíamos.
¿Dónde está entonces la lotería, lo bueno, de ser seguidor, de ser discípulo, de Jesús? Pues precisamente la lotería, lo bueno, está en fiarnos de Él, en caminar con Él y en dejarnos guiar por Él. Si somos de los suyos, las turbulencias, que las hay, y duras, en nuestra vida, serán pruebas e nuestra fidelidad , serán clave para ver la consistencia de nuestra fe, harán de criba que purifica el grano de trigo de la simple paja.
La tentación de olvidarse de Dios cuando creemos que el mundo está en nuestras manos, que podemos desentrañar sus misterios mediante la ciencia y someterlo al dominio técnico, es grande y hoy esta tentación cada vez coge más fuerza y quiere imponerse más. Pero cuando todo se tambalea y la tempestad zarandea la barca al punto de casi hundirla, entonces quedan al descubierto lo falsas que eran nuestras seguridades.
Esto nos ha pasado, a pasado a muchas personas, a muchos creyentes, durante esta pandemia del Covid19 que de tan de repente nos asoló y que todavía nos está afectando. El zarandeo de la pandemia ha dejado a descubierto que nuestra fe en el Señor no era tan fuerte como creíamos, dominando en nuestra vida el miedo, el desamino y la desesperanza.
Podemos recordar esta historia que nos viene bien en esta reflexión: “Cuentan que un día un campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza para que –según él – le rindieran mejor sus cosechas. ¡Y Dios se lo concedió!
Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua, llovía más regularmente; etc…
Pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes porque resultó un total fracaso. Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios por qué salió así la cosa, si él había puesto los climas que creyó convenientes.
Pero Dios le contestó: “Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca pediste tormentas, y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales que la consumen y purificarla de plagas que la destruyen”.
Así nos pasa a nosotros. Queremos que nuestra vida sea puro amor y dulzura, nada de problemas. El optimista no es aquel que no ve las dificultades, sino aquel que no se asusta ante ellas y no se echa para atrás. Por eso podemos afirmar que las las dificultadesen muchas ocasiones maduran a las personas, las hacen crecer. Lo importante no es huir de las tormentas, sino tener confianza en que pronto pasarán…y salir adelante.
En situaciones de olas y tempestades como las que estamos viviendo muchas personas creyentes e incluso practicantes piensan y sienten que el Señor duerme y guarda silencio, como en el Evangelio que este domingo contemplamos. Y muchos son los que hoy también gritan: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.
Hermanos y Amigos, muchos en estos tiempos esperan que el Señor realice el milagro, que intervenga y corte de raíz estas situaciones adversas, que pare de inmediato estas tormentas que nos afectan, que nos zarandean. Y es verdad que el Señor puede intervenir como quiere y cuando quiere porque es Señor de la Historia, que domina el mar y la tormenta. Pero no olvidemos que Él está a nuestro lado y nos da indicaciones por dónde caminar, nos da su luz para caminar y que no andemos a oscuras, nos da ayuda para afrontar estas situaciones que nos zarandean y que así podamos salir de ellas. Hoy a cada uno de nosotros Dios nos recuerda, como a Job, ejemplo del inocente que sufre, que Él es el Señor de todo lo creado y que el mal y la tormenta no va a desbocarse y a triunfar.
En este domingo se nos invita a poner nuestra confianza en el Señor que es capaz de vencer miedos y temores. Nuestra fe no es en cosas, nuestra fe es en Alguien y ese Alguien no es abstracto, ese Alguien es Jesucristo, vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Él nos sostiene, nos da fuerzas suficientes para superar las adversidades, para interpretar, en clave de salvación, muchas de nuestras dificultades. Ahora bien, hemos dejarle ir en la barca de nuestra vida. No podemos echarle de la barca de nuestra vida, navegar a nuestro aire y antojo y pretender que él venga a socorrernos en los momentos de apuro y donde la tormenta nos hunde.
Hoy nos es muy necesario pedirle al Señor que nos aumente la fe, y también poner de nuestra parte medios para que el Señor fortalezca nuestra fe, medios como la Oración frecuente, la escucha de la Palabra de Dios, la participación frecuente en la Eucaristía y el acudir también con frecuencia a la experiencia de la Misericordia de Dios en el Sacramento de la Penitencia. Necesitamos renovar nuestra confianza en el Señor, confiar en su misericordia y querer vivir en su voluntad. El Señor se hace presente en medio de nuestra vida, camina a nuestro lado, como proclamamos en la Liturgia, “Él sale a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe”.
La confianza en el Señor nos hace afrontar la vida, nuestra situación, la situación de nuestro mundo con un sentido nuevo, que nos hace más conscientes de la realidad todavía pero que nos llevar a juzgar con meros criterios humanos sino con criterios del que ha experimentado profundamente la novedad de vida que supone vivir en Cristo, como nos recuerda San Pablo en la segunda lectura de este domingo. Y la confianza en el Señor ha de traducirse en súplica, en oración. Una Oración, una súplica, que nos ayuda a crecer en humildad, a reconocer que solos no podemos, que necesitamos de su Espíritu, de su gracia y de su presencia salvadora que nos ayuda a redescubrir nuestra condición de criaturas débiles, pero criaturas inmensamente queridas por Dios que nunca abandona a sus hijos en la barca.
Hermanos y Amigos, esta barca, la barca con los discípulos, que aparece en el evangelio de hoy, es imagen de la Iglesia, que a pesar de ser zarandeada por el devenir de la historia, lleva la presencia del Señor, y se mueve a impulso del Espíritu Santo. Ciertamente la Iglesia en su historia, ha sufrido las inclemencias de los tiempos. También en estos momentos la Iglesia ha de enfrentarse a situaciones de incomprensión, de desafecto, a situaciones dolorosas… Y a agravios, en los que ha de realizar, a veces, difíciles equilibrios para dar razón de su esperanza y de su concepción del mundo, del hombre, del respeto a la vida humana, de la familia… Y en medio de estas situaciones, los que hoy vamos en la barca de la Iglesia, hemos superar nuestros miedos y temores porque el Señor viene con nosotros. Él con su Muerte y Resurrección ha vencido al pecado, al mal, a la muerte, en definitiva ha evitado que perezcamos. El es nuestro Salvador. Y El hoy también nos pregunta “¿aún no tenéis fe?”.
Hermanos y Amigos, la imagen que hoy encontramos en el Evangelio de Jesús dormido evoca la confianza absoluta que Jesús tenía en su Padre. Pero también nos remite a la Cruz. Desde ella, aplastado por el peso de los pecados Jesús nos recuerda cuánto le importan los hombres por los que entrega su vida, cuánto le importamos cada uno de nosotros por los que entregó su vida. Al celebrar hoy el Domingo, al contemplar esta Palabra hemos de experimentar de nuevo, hasta lo más profundo de nuestro corazón, la fuerza de su Resurrección, que Él sigue con nosotros, sigue dándonos su fuerza y salvación, sigue a nuestro lado en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida. A Él hemos de pedirle que fortalezca nuestra fe, que mantenga siempre en nosotros la confianza plena en Él.
Y de esta presencia del Señor, de este amor inmenso que Él nos tiene, hemos de dar testimonio a los demás, a cuantos nos rodean y a cuantos encontremos en el camino de la vida.
¡Ánimo y adelante! ¡El Señor sigue y seguirá a nuestro lado!
Adolfo Álvarez. Sacerdote