EL REINO DE DIOS, SEMILLA QUE BROTA Y CRECE
Con la fuerza del Espíritu que se nos vertió generosamente en Pentecostés, culminando las Celebraciones de la Pascua, asombrados por la gran familia de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu), con el sabor que dejó en nuestro paladar cristiano la Solemnidad del Corpus Christi nos adentramos de lleno, sin interrupciones, en el tiempo ordinario. Y continuamos la lectura y contemplación del Evangelio de San Marcos que nos acompaña en este ciclo B y que interrumpimos al iniciar la Cuaresma.
Retomamos el Evangelio de San Marcos en este domingo con las parábolas del Reino. Jesús presenta el Reino de Dios, objeto de su predicación y la pasión fundamental de su vida, pues éste era también el proyecto del Padre, para el que Jesús había venido al mundo y al que consagró su actividad apostólica e incluso entregó su vida física, con dos parábolas: la parábola de la semilla y la parábola del grano de mostaza.
Nos preguntamos, ¿qué quiere enseñarnos Jesús sobre el Reino de Dios con estas dos parábolas? Con la de la semilla que crece sola, sin intervención del hombre, nos enseña que el Reino de Dios es, ante todo, obra divina. En efecto, una vez depositada la semilla en la tierra, crece por su fuerza vital interna, sin necesidad de la atención constante del agricultor ya sea que éste duerma o vele. De tal forma que, “cuando la hora llegue, el Reino de Dios vendrá con seguridad absoluta. Su venida es sólo cosa de Dios” (Schmid, El evangelio según san Marcos, Herder, 150)..
Con la parábola del grano de mostaza, la intención recae en persuadirnos de que el Reino de Dios está llamado a extenderse por toda la tierra, a pesar de la pequeñez de su comienzo, de las trabas, las persecuciones y los retrocesos.
La semilla que crece sin saber cómo: el protagonista de la primera parábola es la semilla; no tanto el labrador o la calidad del terreno (como en la parábola del sembrador). La semilla tiene dentro de sí una fuerza que es la que la hace germinar, brotar, crecer, madurar. Cuando en nuestro actuar humano hay una fuerza interior, la eficacia puede crecer notablemente. Cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente. El hombre puede y debe colaborar pero la fuerza es de Dios. El es el “autor” aunque su presencia esté escondida. La parábola es una invitación a que sepamos descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros que por medio de su Espíritu sigue actuando.
Hermanos y Amigos, la fuerza del Evangelio, la eficacia dinámica de la Palabra de Dios, son algo que viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas. Usaremos técnicas pero éstas han de ser medios y medios que tienen que ser utilizados apoyándonos primero en Dios desde la escucha de su Palabra y desde la Oración, poniendo toda nuestra confianza en Dios. Y aquí no hemos de ninguna manera pensar que se nos llama ni a la pereza ni a desentendernos de la tarea porque ya se encarga Dios, no, no es así. Nuestra colaboración también entra en el plan salvador de Dios. Y el Señor nos llama a colaborar con Él y hemos de colaborar con alegría, con entusiasmo, con esperanza y poniendo todo lo que esté de nuestra parte.
La parábola nos hace una llamada a que no nos impacientemos. La semilla tiene su ritmo, la semilla dará su fruto, pero lentamente. Sin efectos espectaculares. También nosotros podemos tener la tentación de la eficiencia a corto plazo. Y todavía nos hace car en la cuenta de otro matiz: la semilla germina sin que el labrador sepa cómo. En la labor con que los cristianos contribuimos a la Obra Salvadora de Cristo en este mundo, muchas veces tenemos que conformarnos con “no entender” y no poder “medir” ni controlar el crecimiento de este Reino.
Y en la segunda parábola se subraya la desproporción entre el tamaño de la simiente, de la semilla sembrada, un grano de mostaza muy pequeño y el tamaño de la planta que resulta al final.
Esta segunda parábola, que es la que nos hace ver cumplida la profecía de Ezequiel de la primera lectura de este domingo y así se nos muestra cómo actúa Dios llevando adelante la Historia de la Salvación. Los medios más humildes, los orígenes más sencillos son los que Él prefiere para realizar su obra salvadora. El Reino no viene como un ejército de ocupación o una revolución espectacular: viene como una semilla insignificante, pero llena de vigor interior. La comparación de Ezequiel nos recuerda el fracaso del árbol grande y orgulloso que había sido Israel y que es tronchado. Pero también un rayo de esperanza: una ramita de este tronco roto, el “resto” de ese Israel maltrecho, se convertirá en un árbol grande, el pueblo mesiánico. No por los propios méritos sino por obra de Dios.
El Reino de Dios debe crecer; y nos corresponde a cada uno de nosotros hacer todo lo posible para que siga creciendo. A lo largo de la historia Dios elige a las personas que humanamente parecen las menos indicadas para conseguir una meta, pero con su ayuda la consiguen. El grupo de los pescadores, que parecen rudos y son pocos, muy pocos, medios, que parecen insignificantes para el mundo, es animado por el Espíritu de Dios y lleva adelante con fuerza y valentía el anuncio al mundo entero de la Buena Noticia de Jesucristo..
El crecimiento y maduración de la comunidad eclesial durante dos mil años es obra de Dios. El Reino de Dios está en marcha y actúa ya aquí en la tierra, aunque su apariencia sea pequeña. Es Dios quien lo hizo germinar y madurar. Los métodos de Dios no caben en nuestros ordenadores, no son nuestras matemáticas.
Hermanos y Amigos, ante este Evangelio que en este domingo escuchamos, meditamos, contemplamos, somos interpelados por el Señor a preguntarnos ¿estamos sembrando? O ¿nos desentendemos de la siembra?. Y a la hora de sembrar ponemos toda nuestra confianza en Dios? ¿Estamos entusiasmos, alegres, esperanzados a la hora de llevar adelante la tarea de sembrar la Buena Noticia de Jesucristo?
Hermanos y Amigos, dejémonos llenar de la fuerza del Resucitado, fuerza que nos viene por participar en el Pan de la Eucaristía. Que se afiance nuestra fe en el amor y el poder de Dios sobre nuestra vida y sobre la historia de la humanidad. Con la fuerza del Pan de Vida y dejándonos guiar por el Espíritu Santo que ha sido derramado sobre nosotros trabajemos por hacer el bien, por comunicar la Buena Noticia de la Salvación, seguros y confiados plenamente de que Dios actúa y actuará y hará que todo produzca sus frutos.
Que esta convicción nos mantenga aminados, ilusionados y a pesar de las dificultades e incomprensiones de la mano del Señor sigamos en la tarea, tarea apasionante de sembrar la semilla de Jesucristo en medio de nuestro mundo.
¡Adelante! ¡El Señor sigue contando con nuestra colaboración!
Adolfo Álvarez. Sacerdote