DEL TABOR AL CALVARIO:
FORTALECIMIENTO EN LA FE, POR LA CRUZ A LA GLORIA
Seguimos adelante en el Camino Cuaresmal hacia la cumbre de la Pascua. Sin olvidar el desierto y el significado espiritual que tiene, subimos a la cima de Tabor, al monte de la Transfiguración.
Nos encaminamos a la Celebración del Misterio Pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo, centro de nuestra fe, centro de todo el Año Litúrgico. Para hacerlo más conscientemente se nos invita a vivir nuestro bautismo, que es incorporación a la muerte y resurrección de Jesús, y que renovaremos la noche más grande e importante del Año, La Noche Santa de Pascua, en la Vigilia Pascual. Se nos invita también a la conversión para que en la vida diaria los valores y criterios que vayan aflorando en nuestros pensamientos y acciones sean los valores y criterios del Señor, por eso pedimos al Señor “haz mi corazón semejante al tuyo”.
Dos montañas se ponen de relieve ante nuestros ojos en este domingo de cuaresma: aquella en que Abrahán ofrece a Dios en sacrificio a su hijo Isaac y la otra en que Dios reveló a su Hijo radiante de gloria.
Este domingo se nos sigue invitando a cambiar en otro modo de pensar: aceptar la cruz como camino imprescindible para la resurrección. Nadie quiere cruces en su vida y todos tenemos más de las que quisiéramos tener. Nos asusta, nos espanta, incluso nos escandaliza, la cruz. Hoy se nos dice, como vemos en el prefacio – que expresa el acontecimiento que nos narra evangelio de hoy – que la pasión es el camino de la resurrección. No hay otro camino. Que sólo llegaremos a la luz por la cruz; que no hay vida sin muerte y no hay muerte sin vida; que el grano de trigo para producir fruto tiene que morir.
Este cambio de modo de pensar, este avanzar en el camino de nuestra conversión, para aceptar la cruz se da en un contexto de relación personal con Dios, relación de fe. Sólo desde la confianza en Dios, poniéndose en sus manos, se puede aceptar la cruz, se puede cambiar. Para ello es necesario escuchar al Señor, “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo. La conversión y la auténtica vivencia del Bautismo no son posibles sin esta escucha del Señor y dejarse interpelar por Él.
Y de ello nos da ejemplo en este domingo Abrahán, confiando plenamente en Dios a pesar de las dificultades, sufrimientos y problemas que experimenta en su amistad con Él. La fidelidad de Abrahán es una maravillosa figura de la de Cristo Jesús, que camina decidido hacia su muerte salvadora, donde sellará la Nueva y Definitiva Alianza con todos los hombres.
La Cuaresma nos convoca a un seguimiento de Cristo que no es precisamente fácil, también a nosotros, como a Abrahán, se nos pide sacrificar algún “hijo Isaac” al que tenemos mucho afecto. Abrahán nos muestra que lo que define su “yo” es la pertenencia a Dios. Él sólo puede ser padre de Isaac si primero es hijo de Dios. Y eso le hace vivir en una total confianza en Dios, descubriendo en su hijo un don de Dios, el fruto de la promesa y el amor de Dios. La prueba de la fe que hoy vemos experimenta Abrahán es para él y a través de él hemos de descubrirlo también nosotros, una oportunidad para percibir que todo está en manos de Dios.
Por ello contemplando hoy esta escena de Abrahán y su hijo Isaac me tengo que preguntar, hoy especialmente en estos momentos de pandemia cuando tantas veces nos domina el miedo, la desesperanza…¿realmente siento que mi vida, que todo está en manos de Dios?.
El relato del sacrificio de Abrahán lo entendemos plenamente a la luz de Jesucristo. De la misma manera que Abrahán sube al monte Moria para sacrificar a su hijo, Jesús, que hoy se nos muestra en el monte Tabor, subirá al monte del Calvario. Lo que habrá de diferencia, y nos lo recuerda el Apóstol San Pablo cuando nos dice:”El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8, 31ss), es que Dios, que detuvo la mano de Abrahán para salvar a Isaac, no se reservó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, y ello para que a través de de la muerte, pudiéramos participar de su Resurrección.
Hermanos y Amigos, Jesús, hoy, en el monte Tabor, experimenta en su humanidad el fulgor de la gloria divina, que lo investirá totalmente en el misterio de la Pascua. Es tanto como decir que Jesús recibe la confirmación del Padre: la fidelidad obediente hasta la muerte en cruz, lleva a la Resurrección. En otras palabras, la muerte no es el final de la vida para Jesús. A través de la muerte, llega a la resurrección, y así su humanidad glorificada se convierte en el lugar privilegiado de la presencia del Dios viviente. Desde aquí, entendemos perfectamente la palabra del Padre, dirigida a todos los discípulos:»Este es mi Hijo amado, escuchadlo«.
El acontecimiento de la Transfiguración es más necesario para nosotros, que para Él mismo. Se produce este acontecimiento para que los Apóstoles, aquellos más íntimos que le acompañan, experimenten la condición divina de Jesús, compatible con el nuncio de la Pasión que les acababa de hacer y que para nada entendían ellos.
La Cuaresma nos encamina a fortalecer nuestra convicción de fe de que la vida del hombre, a la luz de la muerte y resurrección de Jesucristo, tiene pleno sentido y un valor que va más allá del sinsentido que parece invadir nuestra existencia. Que tenemos que subir al Tabor adentrándonos en la soledad de la montaña , penetrando en lo más íntimo de nuestro propio ser para crear un clima favorable al encuentro con Dios que se nos revela, que nos proclama su Palabra y al que le decimos cada uno de nosotros: quiero caminar en tu presencia Señor. Hoy se nos quiere mostrar y tengamos más claro que nuestra meta es Cristo, su glorificación pascual.
Hermanos y Amigos, en nuestro Camino Cuaresmal, hoy, el Señor nos toma de la mano, nos invita a subir y nos lleva a un lugar tranquilo para que vivamos una experiencia de fe y de contemplación que nos lleve a admirarle, que nos lleve a fortalecer nuestra confianza plena en Él, que nos quite todos nuestros miedos e inseguridades, que realmente saboreemos en Cristo el inmenso amor que Dios nos tiene. Y esta experiencia nos de hambre de escuchar más la Palabra de Dios y sentir y gustar que esta Palabra nos transforme y dejar que esta Palabra nos entusiasme y como Pedro queramos siempre, siempre permanecer junto al Señor.
Y junto a la escucha de la Palabra hemos de tener muy en cuenta la Oración. Oración, a la que Santa Teresa de Jesús define como “tratar de amistad con Aquel sabemos nos ama”, que nos hace ir dejándonos transformar por la Palabra escuchada mediante el diálogo amoroso con el Señor, que va haciendo que nos identifiquemos cada mía con Cristo teniendo sus sentimientos y actitudes. La oración en nuestro camino de conversión nos es tan necesaria como el aire al respirar. La oración nos ayudará a profundizar en lo esencial, un “paso” de Dios por nuestra alma que nos despoja, nos desnuda, nos descubre el último y más verdadero rostro de Dios.
Amigos y Hermanos, la escucha de la Palabra y la Oración son imprescindibles en el itinerario cuaresmal que estamos recorriendo donde somos llamados a la conversión, llamados a profundizar en el don del Bautismo y en la experiencia del perdón de nuestros pecados.
Este escuchar al Señor, este orar, nos hace descubrirle como Luz que nos ilumina, y que hoy se nos manifiesta como anticipo de la Luz Pascual, nos llevará necesariamente a la misión de anunciarle. No podemos quedarnos en el Tabor, hay que bajar del monte. No podemos quedar en la oración, ésta ha de hacernos proclamar a nuestros hermanos lo que hemos oído, lo que hemos visto y contemplado: el amor de Dios hasta el extremo, hasta la entrega de Cristo dando su vida por cada uno de nosotros. Estamos llamados a irradiar la Luz que es Cristo, para que quienes a nuestro alrededor viven en la oscuridad puedan descubrir y participar de la Luz de Cristo, Luz que da pleno sentido a la vida, que da plena claridad a nuestro corazón.
Hermanos y Amigos adentrémonos en el Misterio de Cristo, y avancemos mediante la escucha de la Palabra de Dios y la Oración en nuestra conversión para llegar renovados a la cumbre Pascual, y Vivir así en plenitud, nuestra condición de hijos de Dios llamados a la Gloria del Cielo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote