CUARESMA, CAMINO DE CONVERSION.
CON CRISTO,VENCER LA TENTACION
Con el miércoles de ceniza hemos iniciado el Camino hacia la Pascua cuyo momento culminante será la Noche Santa de Pascua, la Celebración de la Vigilia Pascual, celebración más importante de todo el Año Litúrgico. Por ello hemos de hablar de un “Tiempo de Gracia” de noventa días: cuarenta de preparación intensa (Cuaresma) para celebrar una Gran Fiesta que dura cincuenta días, la Pascua, Misterio central de nuestra fe cristiana.
La CUARESMA es un tiempo “fuerte” de la liturgia cristiana que nos invita a ponernos en camino hasta el Calvario con nuestras cruces, con la firme convicción de que el Señor camina con nosotros, pues Él tomó consigo la cruz de la humanidad para redimirla. Es un camino de purificación interior, un camino de redención que supone renunciar a una vida cómoda y anodina, para tomar con fuerza la cruz de la redención propia y ajena, y así poder morir al hombre viejo y renacer al hombre nuevo. Es camino que nos lleva a las fuentes de agua viva, a las fuentes de la salvación, a renovar nuestra condición de bautizados, un bautismo por el cual fuimos incorporados al misterio pascual de Cristo. Y este camino tiene una meta: la PASCUA.
Hemos de vivir este Camino Cuaresmal hasta la cumbre pascual de manera comprometida, y con la fuerza del Espíritu Santo, dejando a un lado la rutina, las medias tintas y tanta superficialidad como pueda haber en nuestra vida. En el mensaje para esta Cuaresma del Papa Francisco nos dice: <<En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas de Cristo… En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación… La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros”>> .
Somos invitados en este Camino de la Cuaresma, nos recuerda el Papa, a confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios y ello mediante avanzar en el conocimiento del Misterio de Cristo y viviéndolo en nuestra vida de cada día a y manifestándolo través de nuestra conducta. La Cuaresma comienza con un deseo de conversión. Necesitamos volver a Dios, pues sólo El nos da la vida plena.
Y es que el Señor nos llama a la conversión: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
«Convertirse” significa seguir a Jesús de modo que su Evangelio sea guía concreta de la vida, significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos nosotros los únicos constructores de nuestra existencia; significa reconocer que somos creaturas que dependemos de Dios, de su amor y solo <<perdiendo >> nuestra vida en Él podemos ganarla.
La verdadera conversión y revisión de vida a la que somos llamados en esta Cuaresma es: tener a Cristo siempre como referencia fundamental en nuestra vida. La tradición, la costumbre, el ambiente, el “siempre se ha hecho así” nos ha llevado muchas veces a la rutina, a la mediocridad, a la superficialidad, y todo esto hemos de superarlo de tal manera que con la fuerza del Espíritu Santo “que viene en ayuda de nuestra debilidad” suceda en nosotros una conversión auténtica, una conversión a la persona de Jesucristo y recuperemos así nuestra auténtica condición de bautizados y la misión que como bautizados tenemos.
Revivir el Don del Bautismo es uno de los aspectos importantes de la Cuaresma, pues el camino de la conversión nos ha de ayudar a renovar, en el momento culminante de todo el Año Litúrgico, la Vigilia Pascual, las Promesas Bautismales uniéndonos de nuevo a Jesucristo y reconociéndole Señor de nuestra vida.
Desde el momento del Bautismo estamos injertados en Cristo y su vida divina se nos va comunicando como la cepa comunica la sabia a los sarmientos; de tal forma que la vida divina va creciendo en nuestro interior y va formando como una segunda naturaleza, la naturaleza divina, pues somos hijos de Dios. Este “trasplante”, por llamarlo de una manera que se pueda entender, que Dios opera en nosotros, puede ser rechazado por la naturaleza humana, que se cierre a la gracia de Dios. Para que no se produzca ese rechazo, el hombre tiene que pasar por el desierto, por la purificación, por la cuarentena, por la conversión; es decir se tiene que acomodar a su nueva naturaleza y a sus valores. Dios quiere renovar su alianza con nosotros por medio de su Hijo, Jesucristo, que lleva a plenitud las alianzas que a lo largo de la Historia de la Salvación Dios ha ido haciendo con los hombres, como la que hace con Noé que hoy nos recuerda la Palabra de Dios.
Y para vivir la experiencia de esta llamada a la conversión, para experimentar la llamada a vivir una Alianza de Amor y de Vida Nueva se nos llama al desierto. Se nos invita a experimentar el desierto que es tanto como vaciar de tantas prisas y actividades nuestra vida, de escuchar el silencio interior de cada uno, para en soledad, profundizar en nuestro interior y descubrir cuánto hay de Dios en nuestro corazón. Y en el desierto experimentamos la tentación, que somos tentados de una y mil maneras a apartarnos del Señor, a marchar por otros caminos que no son los caminos de Dios, a adorar otros “dioses” que al final nos esclavizan y crean en nuestro corazón más insatisfacción aún.
Por ello hoy el Evangelio nos presenta a Cristo en el desierto y que experimenta la tentación. Cristo es el protagonista, el modelo y el maestro de la Cuaresma y Cristo nos encamina al desierto para que experimentemos junto a Él la lucha y oración. San Marcos no nos detalla las tentaciones, pero sí nos deja ver que la vida de Jesucristo está sometida a la tentación, “siendo tentado por Satanás.” Las tentaciones del Señor están ligadas a su misión y al intento de Satanás de separarlo del camino de Dios para que no lleve a cabo la Redención, a al menos reducir su misión a algo meramente humano. Las tentaciones son ineludibles, convivimos con ellas, porque somos humanos y porque siempre estamos, hemos de estar en proceso de purificación interior. La tentación me lleva a luchar, a purificarme a descubrirme necesitado de ayuda. Jesús, el Señor, nos ayuda.
Hermanos y Amigos, nuestra misión de bautizados se ve constantemente amenazada por la tentación y el pecado. La tentación la experimentamos de muchas formas, de tipo espiritual, social, de tipo económico, pero siempre será atrayente y disfrazada de felicidad. Cristo hoy nos enseña a vencer la tentación, a no sucumbir ante ella. Reflexionar sobre las tentaciones a las que es sometido Jesús en el desierto es una invitación a cada uno de nosotros para responder a una pregunta fundamental: ¿qué cuenta de verdad en mi vida?.
Hermanos y Amigo, es necesario que cada uno de nosotros vayamos al desierto de nuestra vida; hagamos callar muchas voces y mucho ruido cotidiano para oír mejor la llamada de Jesús. Una llamada que nos invita a cambiar, a renovarnos, a revivir la gracia de nuestro bautismo, a subir con Él a Jerusalén para morir y resucitar con Él. Los católicos necesitamos tener cada día de Cuaresma un tiempo de desierto. No hace falta ir al desierto físico o geográfico, sino entrar dentro de nosotros mismos. El desierto es nuestro cuerpo; es portátil porque podemos entrar cuando queremos y en donde queremos; depende de nuestro querer. ¡Vayamos! El desierto nos hará ver la autenticidad de nuestra vida cristiana.
Y para ello dejemos que el Espíritu nos empuje, nos ilumine , nos asista en la lucha contra el mal, abra nuestros oídos y corazón a la Palabra y nos prepare a vivir y ser renovados por el Misterio Pascual, experimentando en lo más profundo de nuestro ser el perdón de nuestros pecados, la Salvación de Dios.
Y junto con la ayuda fundamental del Espíritu tres medios nos ayudan, también, a vivir esta experiencia de desierto, este Camino Cuaresmal: la Oración, orando más, escuchando y meditando la Palabra de Dios, participando más frecuentemente de la Eucaristía; el Ayuno, desprendiéndonos o privándonos de cosas superfluas, avanzando por el camino de las virtudes; y la Limosna, compartiendo, siendo más solidarios con los más necesitados
Hermanos y Amigos, vivamos intensamente este Tiempo de Gracia y Salvación, y que al contemplar a Jesús hoy en el desierto y venciendo la tentación, cada uno de nosotros experimentemos fortaleza y esperanza para también vencer la tentación, vencer el mal y para con la Gracia divina experimentar la conversión llegando renovados a la cumbre de la Pascua.
Adolfo Álvarez. Sacerdote