SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS
En este día primero de enero culmina la Octava de Navidad, ocho días en los que llenos de alegría contemplamos los Misterios del Nacimiento de nuestro Salvador, por medio del cual se nos han abierto las puertas de la Salvación. Dios que se hace hombre para que el hombre participe de la vida divina. De nuevo en este día nos acercamos de nuevo al Misterio de Belén, y al igual que los pastores, contemplamos cómo María nos muestra entre sus brazos al que es Dios con nosotros, al que como su mismo nombre indica, nos ha traído la Salvación.
La solemnidad que celebramos en este día primero del nuevo año está consagrada a la Madre de Dios. Así hoy la centralidad la ocupa Santa María, Madre de Dios. La Octava de Navidad culmina con una mirada puesta en la Madre del Señor, una mirada llena de agradecimiento y de tierna confianza en la que es la Madre de Dios a la luz de la fe en la humanidad de Jesucristo. Fue el Concilio de Éfeso en el año 431 el que proclamó la Maternidad divina de la Virgen María. En este concilio tuvo importante protagonismo el gran padre de la Iglesia antigua San Cirilo de Alejandría, y su nombre y enseñanzas están desde entonces unidas a la defensa de la Maternidad divina de María. San Cirilo mostró cómo el Concilio no innovaba nada con este dogma mariano, pues la declaración conciliar no afirma ciertamente nada que no esté ya contenido en la fe. El Concilio de Nicea del año 325, un siglo anterior al Concilio de Éfeso había declarado sobre Jesucristo ser verdadero Hijo de Dios, concebido y nacido de la Virgen María. Es lo que seguimos recitando en el en el Credo de la Misa: Jesucristo, nacido de María Virgen es Dios verdadero de Dios verdadero. Por su parte el Concilio de Nicea recogía la fe profesada por la Iglesia desde la época apostólica.
Esta Solemnidad es la fiesta más antigua y más importante con que la Iglesia venera a María: su Maternidad Divina. A través de este Misterio de la Maternidad de María, Dios ha enviado a su Hijo único para hacer la obra de la Redención, para que toda la humanidad, escuchando su palabra y poniéndola por obra, pueda llegar a llamarle Abba-Padre como nos recuerda en este día San Pablo en la Carta a los Gálatas (Ga 4,4-7).
La Virgen Madre, en el contexto de la Navidad, hoy cobra un significado especial como la que ha traído la vida y ha dado al mundo al Salvador. Pero en este día el título de Madre de Dios se hace aún más grande, su maternidad tiene un carácter universal y se extiende a todos los hombres, porque María nos hace hijos en el Hijo. Este, Madre de Dios, es el título principal y esencial de la Virgen María. A Ella la llamamos con otros muchos títulos: Inmaculada, Asunta, Llena de gracia, Esperanza, Virgen de los Dolores, Madre de misericordia. Pero la maternidad es la misión que Dios le dio al llegar la plenitud de los tiempos. El pueblo cristiano ha experimentado siempre la presencia maternal y tierna de la Madre de Jesús, acogiéndola con devoción filial como madre celestial. Y así también comenzó a rezar: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados, antes bien líbranos de todo peligro, oh Siempre Virgen, gloriosa y bendita.” La maternidad divina de Santa María, además de ser el privilegio mayor que Dios le concedió, es el origen de todos los demás dones y carismas con que la adornó. Porque iba a ser Madre de Dios, fue concebida sin pecado y llena de gracia, desde el primer momento de su concepción. Por ser Madre de Dios, fue siempre virgen. Porque es la divina Madre del Salvador, es corredentora con Cristo redentor y Madre de la Iglesia. Y, porque es Madre de Dios, es también madre de todos los hombres. La Madre de Dios es nuestra Madre, porque Cristo desde la cruz nos la dio como Madre. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo enseña: Jesús es el Hijo único de María.Pero la maternidad espiritual de María se extiendo a todos los hombres, a los cuales Él vino a salvar: “Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos” (Rom 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor la madre.
El Evangelio de hoy, que es el mismo que fue proclamado el día de Navidad, nos invita a contemplar a los pastores que se dirigen sin vacilaciones al Portal de Belén, donde van encontrar a María, José y el Niño, acostado en un pesebre (cf. Lc 2,16-21). Este encuentro de los pastores con María y con el Niño nos hace comprender el sentido profundo de la maternidad de María. Ella dio a luz a su Hijo que es el Hijo de Dios. Y nos lo entrega a nosotros en una situación de extrema pobreza y debilidad. Parece como si al entregárnoslo nos dijera: ¡cuidadlo! Nos lo entrega acostado en un pesebre, nos lo ofrece para que también nosotros lo disfrutemos y lo cuidemos y se lo ofrezcamos al mundo. María entrega a su Hijo a los hombres como Salvador y Señor y nos lo entrega también como Príncipe de la Paz: el único que puede traer a los hombres la plenitud de la paz. Y, también como los pastores, hemos de salir a anunciarlo a todos.
Y así un segundo aspecto importante en este día es la Celebración de la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El Papa San Pablo VI declaro que el uno de enero sea la Jornada Mundial de la Paz. Una paz que brota precisamente de nuestra filiación divina que hace de todos los hombres y mujeres, hermanos a los que hay que amar. Este año 2021, en el contexto de esta pandemia que estamos a travesando, el lema de la Jornada es: “La cultura del cuidado como camino de la paz”. Y explica el Papa en el Mensaje para esta Jornada: <<cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día>> La Jornada de este Año y el Mensaje del Papa tienen muy en cuenta la situación de pandemia que estamos atravesando y el sufrimiento de tantas personas a causa de sus efectos. El Papa concluye el Mensaje para esta Jornada diciendo: <<Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y de paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada>>.
Y un tercer aspecto en la Celebración de este día es el comienzo del Nuevo Año 2021. Y lo hacemos suplicando la bendición de Dios con la fórmula que él nos propuso: “El Señor te bendiga y te proteja; el Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Num 6, 24-26). Para los creyentes el tiempo es un regalo de Dios y su paso lo ponemos en manos de Dios con los gestos, signos y palabras de la Liturgia que celebrando el Misterio de Cristo a lo largo del Año Litúrgico. Este nuevo Año es una nueva oportunidad que Dios pone en nuestras manos para que sigamos construyendo su Reino .
Este nuevo Año celebramos en nuestra Iglesia en España, el Año Santo Compostelano, encomendemos desde ya los Frutos de este Año Santo, para que sea Año de Gracia y Salvación para cuantos peregrinen a la Tumba del apóstol y para al cada una de las Diócesis de España.
Santa María, la Madre de Dios y Madre nos acompañe y proteja y nos muestre siempre a Jesús ayudándonos a crecer en la fe, la esperanza y el amor.
Amigos y Hermanos, de la mano de Santa María, Madre de Dios Feliz Año Nuevo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote