LA NAVIDAD, MISTERIO A SEGUIR CONTEMPLANDO
De nuevo se pone ante nosotros para que contemplemos y celebremos el Misterio central de la Navidad: <<Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad>>
Seguimos celebrando el Misterio del Nacimiento de Cristo y en este segundo domingo de Navidad somos invitados a pararnos ante el Misterio, de nuevo, se nos propone el Evangelio del Prólogo de San Juan que se proclamó el Día de Navidad, y contemplar este Acontecimiento adentrándonos en él. San Gregorio Nacianceno, Padre de la Iglesia nos dice: “Esto es nuestra fiesta, esto celebramos hoy: la venida de Dios a los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios o más propiamente, para que volvamos a Él, para que despojados del hombre viejo nos revistamos de nuevo y muertos en Adán, vivamos en Cristo”.
Con esta reiteración del Prólogo de San Juan, que como dije ya se proclamó el Día de Navidad y también durante la Octava, uno de los días, se pretende que nos detengamos, rumiemos de un modo particular y profundo este Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. En este Prólogo hay toda una confesión de fe que nos ayuda a vivir con verdadero sentido cristiano la Navidad, pues hay un riesgo que hoy está muy presente en nuestro mundo, y en el que nosotros podemos caer, que es convertir la Navidad en una fiesta cargada de sentimentalismo y vacía en verdades de fe.
La razón de nuestra fiesta no nace de nuestras intenciones o buenos deseos sino nace de lo que el Señor ha obrado en el hombre. La razón de nuestra fiesta es: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Misterio en el que contemplamos el inmenso amor de Dios, Dios que nos ha amado profundamente y como prueba de su amor nos envía a su Hijo.
Por ello hoy se nos ofrece una ocasión de volver a postrarnos ante el Pesebre de Belén y a una reflexión más reposada sobre el significado salvífico de la Encarnación del Hijo de Dios, pues en la Navidad se nos invita a contemplar y celebrar desde una perspectiva nueva el Misterio de La Redención. Y esta perspectiva nueva lo que subraya es que Dios se ha hecho realmente hombre y ha querido salvarnos asumiendo la carne.
Hermanos y Amigos, en este domingo somos,de nuevo, invitados a contemplar, y a sentir en nuestras vidas, que Dios ha hablado y hablado de manera definitiva a través del Hijo, Jesucristo, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios se nos ha dado a conocer y por ello hemos podido descubrir su amor, Dios se ha hecho humano para que nosotros podamos hacernos divinos. En la encarnación de Jesucristo Dios, el Padre, nos ha tendido su mano para que podamos llegar hasta Él. Este Misterio nos desborda, de aquí que necesitamos profundizar más en él.
Hoy se nos invita a descubrir de nuevo nuestra condición de hijos de Dios. Somos hijos en el Hijo. Y ya desde toda la eternidad ha habido un dialogo de amor en el seno de las Trinidad y allí fuimos ya pensados, elegidos para ser santos. El amor de Dios nos envuelve ya desde antes de la creación. La creación es el primer gran signo de la misericordia de Dios, cuyo momento cumbre es la Redención en la muerte y resurrección de Cristo.
Hemos de admirarnos de nuestra condición de hijos de Dios por el puro amor de Dios y con el Apóstol San Pablo hoy damos gracias diciendo con inmenso asombro: “Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo” (Efesios 1,3) Y es que Dios no sólo se ha acercado a la familia humana, sino que hemos sido hechos familiares de Dios, hijos amados de Dios, somos de la familia de Dios.
De aquí, hermanos y amigos, que es necesario que en nuestras familias, en nuestras diócesis, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades religiosas, en nuestros movimientos cristianos, cuidemos la educación de la fe, de comunicar el gozo de creer, de transmitir la alegría del Evangelio, de reconocer en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo la bondad, el amor y la ternura que pueden renovar nuestros corazones, que pueden ayudarnos a vivir, más intensamente y más auténticamente, nuestra vida cristiana.
Unido al tema de la paternidad de Dios, de nuestra condición de hijos de Dios en el Hijo, hoy, también, se nos invita a considerar el tema de la divinización. Dios asume nuestra condición humana para hacernos participes de su condición divina. Jesucristo es la Sabiduría de Dios, de la que hoy se nos habla en la primera lectura. Esta participación en la vida divina da a nuestra condición humana una dimensión de eternidad, dimensión que queda totalmente manifestada por la muerte y resurrección de Cristo. Y aquí radica algo también que no podemos perder de vista: la estrecha relación entre la Navidad y la Pascua.
En esta contemplación del Nacimiento de Cristo contemplamos el inicio de la Pasión de Amor de Dios por los hombres que tiene su punto culminante en la Pascua. La Navidad y la Pascua están unidas por la potencia de la Cruz gloriosa. Esto aparece reflejado en los villancicos donde uno de ellos dice: “yo baje a la tierra para padecer”.
Hermanos y Amigos gustemos de nuevo, en lo más profundo del corazón, pero también irradiando a nuestro alrededor esta Gran Noticia, que el amor eterno de Dios se ha acercado y sale a nuestro encuentro, que Dios sigue naciendo en el mundo, también en nuestra propia vida. Y esta experiencia nos llene de alegría, de una alegría que nada ni nadie nos pueden arrebatar, quitar. Además este Misterio nos ayuda a comprender y descubrir el sentido más profundo del hombre y la dignidad de toda persona humana, lo cual tiene consecuencias para nuestra manera de vivir, pues nada de lo humano nos puede resultar ajeno y la preocupación por los demás, el vivir la fraternidad, tiene su raíz en este Misterio de la Encarnación, donde se nos descubre nuestra condición de hijos de Dios. Y es aquí, entonces, donde también se nos descubre nuestra condición de hermanos de todos los hombres.
Y una última consideración en este domingo. El centro de la celebración de la Navidad es la Eucaristía. Cada vez que celebramos la Eucaristía se hace presente el Misterio del Verbo Encarnado. San Juan, el Evangelista, que hoy nos dice “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” también nos dirá que Cristo es “el pan bajo del cielo”. El mismo lugar del nacimiento de Cristo, Bet-lehem, que significa y es la casa del pan, enriquece el significado de la misma Eucaristía.
Hermanos y Amigos, que produzca frutos en nosotros la contemplación de este Misterio de la Navidad, de lo que ha supuesto para cada uno de nosotros la presencia en medio de nosotros, junto a nosotros, del Verbo encarnado, de todo lo que significa el inmenso amor que Dios nos tiene. Ojalá nuestra vida sea toda ella correspondencia a este amor.
Adolfo Álvarez. Sacerdote