CONMEMORACION DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS. AFIANZAR NUESTRA FE EN LA RESURRECCION
Al día siguiente de la Solemnidad de Todos los Santos, donde hemos contemplado y festejado a la Iglesia triunfante en el cielo, conmemoramos a Todos los Fieles Difuntos, teniendo presente la Iglesia del Purgatorio, rezando y ofreciendo por su Eterno Descanso la Santa Misa.
La Conmemoración de los Fieles Difuntos que en su forma actual, es decir, unida a la fiesta de ayer, se remonta al siglo X en el seno de la Orden Benedictina, es una oportunidad privilegiada para vivir el misterio de la comunión de los Santos, es decir, el misterio de la Iglesia entera, la que peregrina aún en la tierra, la que se purifica para entrar en el cielo y la que goza ya de la felicidad eterna. Comunión quiere decir aquí participación en los bienes de la salvación que Dios ofrece a todos. La comunión de los Santos se basa, por consiguiente, en la unión con Cristo, de quien dimana la santidad y la vida de toda la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica n.957) y fundamento, así mismo, de nuestra relación con los difuntos de manera que “nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor” (ib. 958).
Hoy, como ayer, se nos ofrece la posibilidad de unirnos espiritualmente a nuestros seres queridos que desde el cielo nos acompañan con amor en las dificultades y alegrías de nuestra vida o que, necesitados de purificación, son ayudados por las súplicas, sufragios y buenas obras de quienes los recordamos con amor siguiendo la tradición de la Iglesia.
El acontecimiento central que se sitúa ante nosotros y que el que nos lleva a rezar por los difuntos, es el Misterio Pascual de Cristo, es que el Señor venció a la muerte con su Resurrección, y nos ha hecho partícipes de esa victoria. Así lo proclamamos en uno de los prefacios de Difuntos: “Él quiso entregar su vida para que todos tuviéramos vida eterna”.
Esta Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos nos hace reflexionar sobre la muerte cristiana, sobre nuestra propia muerte. La muerte aparece como nuestro destino y nos llena de interrogantes, y es que aunque tenemos que pasar por la muerte nuestro destino no es la muerte, no es el sepulcro, nuestro destino es Dios misericordioso, nuestro destino es la Vida de la Gloria, que Cristo nos ha alcanzado con su Muerte y Resurrección. En su muerte murió nuestra muerte, en su resurrección nos dio vida verdadera, vida eterna, vida de resurrección. Se afianza, así, la esperanza cristiana. Esta esperanza cristiana nos ayuda a vivir con la confianza de la fe de que nada bueno se pierde sino que es bendecido por Dios y llamado a la plenitud de la vida en la resurrección.
Los cristianos creemos en la resurrección de la carne, en la vida eterna, así lo confesamos en el Credo.. Así nos lo recuerda el Apóstol San Pablo en la Carta a los Filipenses: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Filp 3,20-21). Dios, a través de su Palabra, nos enseña no tener miedo a la muerte pero también a no banalizarla, ni a ocultarla o disfrazarla, pues la muerte es un hecho duro para el ser humano y que produce en nosotros tristeza, oscuridad, desconcierto y al mismo tiempo forma parte de nuestro ser. Dios nos enseña a afrontar la muerte desde Jesucristo, desde su Misterio Pascual, desde la esperanza que tiene que suscitar en nosotros el acontecimiento de su Resurrección, que abre en todos los hombres, en cada uno de nosotros un horizonte nuevo: la vida eterna y que nos lleva a afirmar lo que cantamos en la Liturgia de la Iglesia: “Si vivimos, vivimos para Dios, si morimos, morimos para Dios, en la vida y en la muerte somos de Dios…”
Hermanos y Amigos, hoy en esta Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos los cristianos no rendimos culto a los muertos, sino que rendimos culto al Dios de la Vida para invocar su Misericordia sobre todos nuestros Difuntos para que los acoja en la Vida para siempre. Nuestros Sufragios, unidos a la Intercesión de Jesucristo, nos hace crecer en la confianza de que todos los que han muerto encontraran la paz y eso nos consuela y nos anima. En el Evangelio hoy Jesús nos invita a serenar nuestros corazones con la confianza de la fe en Dios: <<creed en Dios y creed también en mí>> La llave de la fe nos infunde esperanza en la Plenitud: <<En la casa de mi padre hay muchas moradas>> Tenemos en Jesús <<el camino, la verdad y la vida>> (san Juan 14).
Hermanos y Amigos, la fe esperanzada nos hace afrontar y nos encamina hacia el horizonte: <<La casa del Padre>> , <<la montaña de los bienaventurados>>, <<el cielo de la plenitud>>
Hermanos y Amigos, en este día de Todos los Fieles Difuntos recordemos a todos nuestros seres queridos, a todos los que nos han precedido, renovando y fortaleciendo nuestra fe en la resurrección y también expresando y haciendo presente la comunión de los santos en nuestra oración fraterna.
Sintamos en este día, dejando que empapen nuestro corazón, las palabras de Jesucristo que tanta paz nos dan y que tanta esperanza nos infunden:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mi aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en Mi no morirá jamás” (Jn 11,25-26)
“El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54)
Y pongamos ante el Señor nuestra Oración por todos los Difuntos: “Que lleguen a la mansión de la luz y de la paz”, “que descansen en paz”, hasta que, junto a ellos, podamos gozar todos juntos de la alegría de la resurrección.
Adolfo Álvarez. Sacerdote