UN ESTIMULO CON SU EJEMPLO
Y UNA AYUDA CON SU INTERCESION
¡Cómo se alegra la Iglesia y cada uno de los fieles hemos de alegrarnos al celebrar la Solemnidad de Todos los Santos! Con la belleza de un cielo palpitante de estrellas, inagotable constelaciones, la Iglesia de los santos del cielo brilla e inunda con su luz a la Iglesia de los fieles de la tierra, nos inunda a cada uno de nosotros. Además podemos decir con San Bernardo que esta Celebración <<hace que ardan en nosotros grandes deseos>>
En un mundo en el que no abundan las noticias positivas, ni los modelos de vida coherente, vale la pena subrayar lo que significan y representan los Santos: un regalo de Dios a la humanidad, el mejor don del Espíritu a su Iglesia. Papas y niños, mártires y religiosos, fundadores y laicos, reyes y sencillas madres de familia, doctores de la Iglesia y legos de un monasterio desconocido, jóvenes y mayores, todos ellos han asumido el Proyecto de Jesús y lo han realizado con fidelidad. Todos salvados en Jesucristo, todos bautizados, miembros del Cuerpo de Cristo, que han peregrinado por este mundo viviendo según el Evangelio y han alcanzado la salvación eterna. Todos ellos forman la Jerusalén celeste, de la que nos habla en la Liturgia de este día el Libro del Apocalipsis, la ciudad del cielo, para referirse a la meta de toda vida cristiana, que es Dios mismo.
Los textos bíblicos y las oraciones litúrgicas de esta Solemnidad describen admirablemente los caminos de la santidad cristiana. Y podemos preguntarnos ¿qué es la santidad? La oración de postcomunión que rezamos hoy dice: <<Realizando nuestra santidad por la participación en la plenitud de tu amor >>. Sólo una plenitud así puede llenar de felicidad el corazón humano.
La santidad es, ante todo, un don de Dios. Él, que es Santo, comunica su bondad a los hombres. Por eso a los santos se les llama también “amigos de Dios”. Todos somos llamados a participar de este Don, de esta Amistad. Todos somos llamados a la santidad. Así somos llamados a vencer el desaliento y a dejar que dé frutos la gracia del Bautismo. Los santos nos ayudan a ser más conscientes de la familia a la que pertenecemos: somos hijos de Dios, hemos sido redimidos por Cristo. Nos viene bien aquí recordar que en la exhortación Apostólica sobre la llamada a la Santidad el Papa Francisco nos lanza un reto a cada uno de nosotros: “Deja que la gracia del Bautismo fructifique en un camino de santidad…elige a Dios una y otra vez”.
Y nos preguntaremos ¿cuál es el camino que han asumido estos hombres y mujeres? Y el Camino es la misma Persona de Jesucristo que nos deja como pistas para recorrer las Bienaventuranzas. Cada una de las Bienaventuranzas es expresión de un camino de santidad. Por eso escuchando y contemplando las bienaventuranzas caemos en la cuenta de que cuando dice: <<dichosos los pobres en el espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos…>> bastaría con decir: <<Dichosos los santos>>.
Hermanos y Amigos, los Santos testimoniaron a Jesucristo y asumieron como valores fundamentales para vivir el seguimiento de Jesucristo, los valores de la Bienaventuranzas. Con su ejemplo nos están diciendo que con la ayuda del Espíritu las Bienaventuranzas son camino de felicidad y que siguen teniendo valor: la humildad, la apertura a Dios, la pureza de corazón, la actitud de misericordia, el trabajo por la paz… ¡merece la pena!.
A propósito de las Bienaventuranzas como pistas en el camino de la santidad nos dice el Papa Francisco: “Las Bienaventuranzas son una ruta de vida: no se nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día…Las bienaventuranzas no son para superhombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día”.
Para ponernos nosotros hoy en este camino de santidad, ayudados por los Santos, hemos subir en este día con los Apóstoles, acercarnos a Jesús y ponernos de nuevo a la escucha, dejándonos empapar y saboreando las palabras de vida que salen de sus labios:
Bienaventurados los pobres de espíritu. Jesús proclama «bienaventurados» y, podríamos decir, «canoniza» ante todo a los pobres de espíritu, es decir, a quienes tienen el corazón libre de prejuicios y condicionamientos para vivir en la voluntad de Dios. La adhesión total y confiada a Dios supone el desprendimiento y el desapego de sí mismo.
Bienaventurados los que lloran. Es la bienaventuranza no sólo de quienes sufren por las numerosas miserias y limitaciones, propias de la condición humana mortal, sino también de cuantos aceptan con valentía los sufrimientos que se derivan del seguimiento de Jesucristo y de su Evangelio.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. La justicia humana ya es una meta que ennoblece el alma de quien aspira a ella; pero el pensamiento de Jesús se refiere a una justicia más grande, que consiste en la búsqueda de la voluntad salvífica de Dios: es bienaventurado -sobre todo- quien tiene hambre y sed de esta justicia. Jesús nos dice: «Entrará en el Reino de los cielos el que cumpla la voluntad de mi Padre» .
Bienaventurados los misericordiosos. Son felices cuantos vencen la dureza de corazón y la indiferencia para reconocer concretamente el primado del amor compasivo, siguiendo el ejemplo del buen samaritano y, en definitiva, del Padre «rico en misericordia».
Bienaventurados los limpios de corazón. Cristo proclama bienaventurados a los que no se contentan con la pureza exterior o ritual, sino que buscan la absoluta rectitud interior que excluye toda mentira y doblez.
Bienaventurados los que trabajan por la paz. La paz es la síntesis de los bienes que nos trajo Jesucristo, es un don; la paz es una tarea que hay que realizar. En un mundo que presenta tremendos antagonismos y obstáculos es preciso promover una convivencia fraterna inspirada en el amor y en la comunión, superando enemistades y contrastes. Somos llamados a ser instrumentos de paz entre los hombres.
Bienaventurados cuando os insulten y persigan por mi causa. No avergonzarse, ni esconderse ante las dificultades por seguir a Cristo, por vivir y testimoniar los valores del Evangelio. Vivir unidos a Cristo, “Roca y Salvación” las incomprensiones y sufrimientos por nuestra condición de creyentes.
Hermanos y Amigos, los santos se tomaron en serio estas palabras de Jesús. Creyeron que su «felicidad» vendría de la acogida del don de Dios y de su trabajo entregado. Y comprobaron que así era en verdad: a pesar de las pruebas, las sombras y los fracasos gozaron -ya en la tierra- de la alegría profunda de la comunión con Cristo.
Celebremos con gozo esta gran Solemnidad de nuestros hermanos, como rezamos en el prefacio de la Misa, “los mejores hijos de la Iglesia” y vale la pena que nos dejemos iluminar y llenar de ánimos por su ejemplo.
Este día de festejar la Solemnidad de Todos los Santos nos ha de dejar una frase de estímulo y de futuro: ¡AÚN ES POSIBLE! Posible un nuevo mundo y, posible, vivir el ser hijo de Dios en un mundo que nos invita a olvidar todo lo eterno. ¡AÚN ES POSIBLE! Dejémonos estimular, alentar, por los Santos en medio de esta situación de pandemia que estamos viviendo, donde tanto sufrimiento, oscuridad, desesperanza nos invaden.
Que los Santos nos ayuden a todos a ser cada día más auténticos y coherentes en nuestro caminar cristiano. Recordemos en este día y sigamos una recomendación de San Bernardo: “No seamos perezosos en imitar a quienes estamos felices de celebrar”.
Hermanos y Amigos, animémonos unos a otros unidos en Cristo. Sintámonos estimulados a vivir la llamada a la santidad. ¡Merece la pena! ¡No desfallezcamos! ¡El Espíritu Santo nos da su fuerza, viene en ayuda de nuestra debilidad y quiere modelarnos a imagen de Cristo como modeló a los Santos, ¡dejémonos modelar y alentar a seguir en camino hasta alcanzar la meta que ellos alcanzaron: el cielo, la nueva Jerusalén!.
Adolfo Álvarez. Sacerdote