CON MARIA NOS PREPARAMOS A UN NUEVO PENTECOSTES
Estamos en la recta final del mes de mayo, mes que la devoción popular ha consagrado a María, y con Ella, invocándola de una manera especial ofreciéndole las flores de nuestra devoción, nos preparamos intensamente en esta semana a Pentecostés y culminamos las Fiestas Pascuales acogiendo el Don del Espíritu Santo, que de nuevo se derrama sobre nosotros y nos renueva con sus Dones. En los días que siguieron a la resurrección del Señor, los Apóstoles permanecieron reunidos, confortados por la presencia de María, y después de la Ascensión, perseveraron junto a ella en oración esperando Pentecostés. La Virgen es para los Apóstoles Madre y Maestra, papel que sigue desempeñando para los cristianos de todos los tiempos, y para nosotros en el momento presente. Cada año, en el Tiempo Pascual, vivimos más intensamente esta experiencia. María es la mejor maestra que tenemos para la vivencia de la Pascua y para acoger el Don del Espíritu Santo. La Solemnidad de Pentecostés es el segundo domingo más grande del año (el primero es Pascua de Resurrección). El Espíritu Santo es el gran regalo que nos hace Jesús Resucitado para la transformación de la humanidad entera, de la Iglesia, de cada uno de nosotros.
El Espíritu Santo es el que suscita y llena de su gracia a los ministros ordenados, signos de Cristo en y para la Comunidad Cristiana .El Espíritu es también quien anima a la Comunidad entera, moviéndola interiormente, empujándola a la acción misionera y evangelizadora. El Espíritu es quien da eficacia a los Sacramentos que celebramos y a través de los cuales vivimos unidos a Jesucristo. El Espíritu es quien da fuerza a cada creyente, para poder ser fiel al estilo de vida evangélico que nos ha mostrado Cristo Jesús y dar así testimonio.
Todos los bautizados somos enviados por Cristo a evangelizar, a ser luz y ser sal en medio del mundo. Por eso necesitamos la sacudida de un nuevo Pentecostés para abrir el corazón al Señor, afianzar nuestra fe en Él y comunicar la Alegría del Evangelio con alegría y valentía a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. María es la mujer dócil al Espíritu Santo por excelencia. El Espíritu guió a María a lo largo de toda su vida especialmente en los momentos mas sobresalientes de su existencia: en la anunciación, en la visita a su prima Isabel, en el nacimiento de Cristo, al pie de la Cruz, en el Cenáculo con los Discípulos, en su Asunción al cielo. En este nuevo Pentecostés que se avecina imploramos que el Espíritu encienda nuestros corazones como encendió los de los Apóstoles y nos transforme en personas nuevas, valientes y decididas para la misión de anunciar el gozo de la fe, la alegría del Evangelio.
Que hoy seamos testigos del Resucitado anunciándolo con obras y palabras a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Hemos de seguir llevando adelante la tarea que Cristo al ascender al cielo encomendó a los Apóstoles y por nuestro Bautismo ahora se nos encomienda a cada uno de nosotros: Dar razón de nuestra esperanza. Y nuestra esperanza no es algo, no son cosas, nuestra esperanza es Jesucristo, que vive y nos acompaña siempre y da pleno sentido a nuestra vida.
Y, Hermanos y amigos, el Espíritu hizo, como hemos dicho, una obra de arte en María gracias a su disponibilidad y a su colaboración. Su ejemplo nos ha de ayudar y estimular a ser dóciles a la acción del Espíritu en nosotros. María nos anima hoy a disponernos a acoger el Espíritu en un nuevo Pentecostés. El Espíritu hará maravillas en nosotros si le dejamos actuar. Dentro de cada uno de nosotros se gestará Cristo, el Cristo a quien queremos seguir y en quien queremos vivir. Con María suplicamos: “Ilumínanos, Señor, con tu Espíritu. Conviértenos, Señor, con tu Espíritu. Transfórmanos, Señor, con tu Espíritu”.
Adolfo Álvarez. Sacerdote