UNA LLAMADA A LA ESPERANZA, UN COMPROMISO DE DAR TESTIMONIO
Vamos avanzando en la Celebración de la Pascua, Misterio central de nuestra fe. Y en este domingo celebramos la segunda gran solemnidad de este Tiempo de Pascua, la Solemnidad de la Ascensión del Señor .
“Cuarenta días después de su Resurrección, Jesucristo fue elevado al cielo en presencia de sus discípulos, sentándose ala derecha del Padre, hasta que venga en su gloria para juzgar a vivos y muertos” (Elogio del Martirologio Romano)
Cristo, hombre como nosotros, ha sido glorificado con Dios para siempre. Y con Él, nuestra débil condición humana forma parte ya de la vida divina. Una Solemnidad que es celebrada en íntima conexión con la Resurrección del Señor, por eso dije anteriormente que es la segunda gran solemnidad de Pascua. La Ascensión forma un momento más del único Misterio Pascual, pues la Ascensión es uno de los tres momentos de su Glorificación, tras el sacrificio de su muerte salvadora, con el descenso al lugar de los muertos para rescatar las almas de los justos, y su resurrección.
Cristo asciende glorioso y victorioso al cielo. El Padre ha acreditado a su Hijo Jesús resucitándolo de entre los muertos y glorificándolo. Cristo Resucitado ha entrado en el Santuario celestial como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre. La victoria de Cristo nos ha de llevar a cada uno de nosotros a vivir la alegría profunda de la Pascua porque Cristo nos hace partícipes de esa victoria y nos muestra el camino de la vida divina en plenitud, pues donde llega Él, nuestra Cabeza, estamos llamados a llegar nosotros, su Cuerpo. A este respecto nos dice San León Magno: <<La resurrección es causa de nuestra alegría: hoy es su Ascensión al cielo la que nos proporciona materia para regocijarnos, puesto que conmemoramos y veneramos convenientemente el día en que la humanidad de nuestra naturaleza fue elevada en Cristo a una altura que está por encima de todo el ejercito celestial>>
¡Contemplemos el Misterio de la Ascensión del Señor con ojos de fe y de agradecimiento, de alegría y de esperanza!
San Lucas nos cuenta dos veces la escena de este acontecimiento:
Una: como final de su Evangelio
Otra: como inicio en su Libro de los Hechos de los Apóstoles
Y ello porque la Ascensión es el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia.
Celebrar la Ascensión no es quedarse estancados contemplando el azul celeste o mirando a las estrellas, no es vivir de brazos cruzados pensando en la estratosfera, no es suspirar por cielo nuevo y una tierra nueva creyendo que en este mundo vivimos una ausencia que engendra tristeza. La Ascensión es sobre todo un envío y un compromiso: “Ser Testigos”. Es el encargo del Señor: “Seréis mis testigos”.
La Ascensión del Señor nos anuncia la Salvación prometida por Jesús y muestra la riqueza de gloria y la esperanza a la que estamos llamados como miembros del Cuerpo glorioso de Cristo. Nosotros no formamos un cuerpo muerto, ni un grupo de amigos nostálgicos, nosotros formamos la Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo animado por el Espíritu Santo que nos envía el mismo Cristo desde el Padre para continuar su obra y misión.
La Ascensión es un gran signo de esperanza que se nos da para que confiemos plenamente en Cristo, con la seguridad de que quienes creemos en él, quienes le amamos, estamos llamados a compartir no sólo su misión sino también su vida y su gloria.
Jesús al ascender al cielo les dice a los Apóstoles y nos dice a nosotros: “seréis mis testigos”. Testigos de la Esperanza, que es Cristo, luchando por un mundo mejor. ¡Ojo con mirar neciamente al cielo! El cielo no está por encima de nosotros, sino delante de nosotros como tarea, como compromiso. Nuestra meta está en el cielo pero a través de nuestro testimonio en la tierra. Mirar al cielo para gastarnos en la tierra, viviendo el amor a Dios y el amor al prójimo. Por ello nosotros hemos de anunciar nuestra fe en Jesús vivo y salvador de todos los hombres con valentía, con nuestras obras y palabras, colaborando activamente en y con la misión de Jesús pues no podemos quedarnos mirando al cielo (con la vista perdida) pero tampoco clavados en lo pasajero o incluso creyendo que la Iglesia es una ONG.
Jesús envía a sus discípulos, nos envía a nosotros, para que sean sus testigos en el mundo ante los demás. No nos avergoncemos nunca del Señor ni de su Evangelio. El triunfo de Jesucristo, su Ascensión, conlleva el aliento para evangelizar, por ello hoy nos envía de nuevo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Estamos llamados a ser, aquí y ahora, testigos de Jesucristo, a dar razón de nuestra esperanza en medio del mundo que nos toca vivir. En esta solemnidad, celebrada además en el momento presente que nos toca vivir, se nos pide que en un mundo en que no abunda la esperanza, seamos los creyentes sembradores de esperanza; que ante un mundo en muchas ocasiones egoísta, mostremos un amor desinteresado; que en un mundo centrado en lo inmediato y lo material, seamos testigos de los valores que no acaban. Y en esta misión estamos, hemos de estarlo, todos implicados, cada uno desde la vocación a la que Dios nos ha llamado: sacerdotes, consagrados y laicos.
Desde la Ascensión a Pentecostés sintamos renovarse en nosotros la alegría de ser enviados a dar testimonio de nuestra fe. ¡Invoquemos al Espíritu Santo para que nos dé las fuerzas que necesitamos! Supliquemos al Señor el Don del Espíritu, que una nueva efusión del Don del Resucitado nos inunde e inflama nuestros corazones.
¡Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones de amor y de misericordia y aumenta nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad!
María nos acompañe como acompañó a los Apóstoles en los comienzos de la Iglesia.
Adolfo Álvarez. Sacerdote