EL UNICO QUE TIENE PALABRAS DE VIDA ETERNA
En este domingo llegamos a la contemplación y reflexión del final del capítulo 6 de San Juan, conocido como el Discurso del Pan de Vida, que durante cinco domingos venimos meditando. El texto del Evangelio de este domingo XXI del tiempo ordinario es el el final del discurso del Pan de Vida. Pone de manifiesto el escándalo de unos y el consiguiente abandono de Jesús y la opción de los Apóstoles.
Jesús no dejó indiferente a nadie: Él habla alto y claro y sin miramientos. Pero resulta duro para algunos. Seguir a Jesús exige cambiar de vida y de valores, exige tener sus sentimientos y actitudes. Ciertamente las palabras de Jesús eran duras, no estaban ni están enseñando una simple doctrina, ni son un conjunto de normas preceptos, sino están invitando a una unión total con Él. El Señor no nos ofrece soluciones puntuales, que son las que muchas veces reclamamos, sino nos ofrece lo que es para siempre. No nos ofrece cosas sino se ofrece a sí mismo, que es la Vida Eterna.
Nos conviene recordar lo que Jesús nos ha dicho, concretamente dos afirmaciones muy importantes que nos tienen que interpelar:
“Yo soy el Pan de Vida”. Con esta afirmación Jesús está queriendo decir que él es Hijo de Dios, que es el sentido y la razón de la vida del ser humano. Verdad que no podía ser aceptada por la mentalidad judía porque eran monoteístas; los judíos pensaban que Dios era único y no podían concebir “otro ser divino igual a Yavé” en la persona de Jesucristo. Si nosotros aceptamos que Jesucristo es la razón de nuestras vidas, que él es la clave de nuestra felicidad, hemos de abandonar comportamientos que expresan que nosotros pensamos que la felicidad está en el poder, en el tener, en la fama o en el gozar.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Supone aceptar la presencia de Jesús en el pan y en el vino de la Eucaristía, lo que no deja de ser un acto grande de fe en la persona de Jesús. Para los judíos era una revolución en su modo de entender el culto con Dios; de algún modo, aceptar la presencia de Jesús en el pan y en el vino, invalidaba las otras formas de relacionarse con Dios que tenía el pueblo de Israel. Quien cree que Jesús está presente en el pan y en el vino de la Eucaristía, aprecia esa presencia y vive de esa presencia.
Amigos y Hermanos, La palabra de Dios nos convoca este domingo a tomar una decisión trascendental: ¿somos de Cristo o nos desligamos de Él?.
Y es que hoy vivimos una situación parecida a la que nos describe el Evangelio y algunos quieren rebajar las exigencias de Jesús, descafeinar el Evangelio, porque resulta duro. Hoy, con más severidad que nunca, estamos viviendo una deserción de la práctica de fe. Parece que lo que se lleva, es decir “no soy practicante” “a mí la Iglesia no me va” “paso de rollos religiosos”. En el fondo, hay un tema más grave: nadie queremos complicaciones. Los compromisos, de por vida, nos asustan. Y a veces, el Evangelio, nos pone contra las cuerdas: ser creyente es más que bautizarse, comulgarse o casarse por la Iglesia. Es fiarnos de Jesús, es complicarse la vida con Cristo, por Cristo y en Cristo. Es impregnarse de Él e identificarse con Él.
Los discípulos más cercanos, liderados por Pedro, deciden seguir con Él aunque no entienden del todo el mensaje de Jesús: “¿A quién vamos a ir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Nosotros convendría que en este día nos sintiéramos interpelados por Cristo: ¿También vosotros queréis marcharos y dejarme? ¿Tú a pesar de las pruebas, y a pesar del ambiente, crees sinceramente en Mí, en el Evangelio, en la Iglesia, en la Eucaristía?.
Y que hoy hagamos un acto de fe como San Pedro: Señor, nosotros creemos en Ti, porque solo Tú tienes palabras de vida eterna, porque la paz, la luz que nos das no la encontramos en nada ni en nadie; porque lo que Tú haces con nosotros, nadie lo ha hecho jamás; queremos ser tus discípulos auténticos, nosotros queremos seguirte con la ayuda de tu Espíritu, aunque a veces no entendamos o pasemos por pruebas y oscuridades.
Amigos como un eco de la confesión de San Pedro, cada vez que comulgamos recibiendo a Cristo, Pan de Vida Eterna, tenemos la oportunidad de reconocer en Jesús encontramos palabras de vida eterna cuando decimos “Amén”.
Que hoy se afiance nuestra fe en Cristo, que sea el centro de nuestra vida, y le anunciemos a quienes nos rodean como el único que tiene palabras de vida eterna, como el que sacia todas nuestras hambres.
Adolfo Álvarez. Sacerdote