Son los heridos de esta vida, los enfermos del corazón, de los sentimientos de su corazón. No os cerréis dentro de vuestra serenidad como en una fortaleza. Sabed llorar con el que llora, consolar al afligido, llenar el vacío de quien ha quedado privado, por la muerte, de un familiar; sed padres para los huérfanos, hijos para los padres, hermanos recíprocamente los unos de los otros.
Amad. ¿Por qué amar solamente a los que son felices? Ellos tienen ya su parte de sol. Amad a los que lloran. Para el mundo , son los que menos suscitan amor. Pero el mundo no conoce el valor de las lágrimas. Vosotros lo conocéis. Amad, pues, a los que lloran. Amadlos si lloran con resignación; amadlos más todavía si sufren con rebeldía: no los reprendáis, sino sed dulces con ellos para persuadirlos de la verdad del dolor y de la verdad sobre el dolor. Pueden, tras el velo del llanto, ver deformado el rostro de Dios, reducido a una expresión de un excesivo, vindicativo poder. No. ¡No os escandalicéis! No es sino alucinación producida por la fiebre del dolor. Socorredlos para que la fiebre desaparezca. Sea vuestra fresca fe hielo que ofrecéis al que delira.
Y, cuando desaparezca la fiebre aguda, para dejar paso a la postración y al atontamiento extrañado del que sale de un trauma , entonces, como a niños cuya formación ha sido retardada por una enfermedad, reanudad vuestras palabras sobre Dios,como si se tratara de algo nuevo, hablando dulcemente, pacientemente… ¡Ah, una bonita fábula con intención de distraer a ese eterno niño que es el hombre! Luego callad. No impongáis… El alma trabaja por sí sola: «¿Entonces no era Dios?», decid: «No. Él no quería hacerte daño, porque te quiere; incluso por aquellos que ya no te quieren, o por haber muerto o por otros motivos». Y cuando el alma dice: «Pero lo he acusado», decid: «Lo ha olvidado porque era fiebre». Y cuando dice: «Entonces… lo anhelo»,decid: «¡Está ahí!, a la puerta de tu corazón, esperando a que le abras».
Soportad a las personas pesadas . Entran en la pequeña casa de nuestro yo y crean molestias, de la misma forma que los peregrinos respecto a la casa en que vivimos. Pues bien, de la misma forma que os he dicho que acojáis a éstos, os digo también que acojáis a aquéllos. ¿Os resultan pesadas? Vosotros no las amáis, debido a la molestia que os causan; sin embargo, ellas, mejor o peor, os aman.
Acogedlas por este amor. Y aunque vinieran indagando, odiando, insultando, ejercitad la paciencia y la caridad. Podéis mejorar a estas personas con vuestra paciencia, podéis escandalizarlas con vuestra anti-caridad. Os debe doler el que pequen, por ellas; pero más os debe doler el hacerles pecar, y pecar vosotros mismos. Recibidlas en nombre mío si no podéis recibirlas por amor vuestro. Dios os recompensará yendo Él mismo, después, a devolveros la visita, y a borrar, con sus sobrenaturales caricias, el desagradable recuerdo. En fin, haced por sepultar a los pecadores para preparar su retorno a la Vida de la Gracia.
¿Sabéis cuándo hacéis esto? Cuando los amonestáis con paterna, paciente, amorosa insistencia. Es como si fuerais enterrando poco a poco las fealdades del cuerpo, antes de deponer éste en el sepulcro en espera de la orden de Dios: «Levántate y ven a mí». No purificamos , nosotros hebreos, a los muertos por respeto al cuerpo que habrá de resucitar ? Reprender a los pecadores es como purificar sus miembros, que es la primera operación de la sepultura, la Gracia del Señor hará el resto.
Purificadlos con caridad, lágrimas y sacrificios. Sed heroicos para arrebatar a un espíritu de la corrupción. ¡Sed heroicos! No quedará sin premio, porque, si se premia el ofrecimiento de un vaso de agua a un sediento del cuerpo, ¿ qué habrá de recibir el que aleje de la sed infernal a un espíritu? He dicho. Éstas son las obras de misericordia del cuerpo y del espíritu, que aumentan el amor. Id y ponedlo en práctica.
Y que la paz de Dios y mía sea con vosotros ahora y siempre.
Poema del Hombre Dios, María Valtorta.