Si dar de comer, dar de beber, vestir, privándose uno a sí mismo para dar a los demás, une la santa templanza a la santísima caridad, y también la bienaventurada justicia, por la cual se modifica con santidad la suerte de los hermanos infelices , dando de lo que no sin el permiso de Dios abundantemente tenemos, en pro de quien, o por la maldad de los hombres o por enfermedad, carece de ello, hospedar a los peregrinos une la caridad a la confianza y al recto pensamiento sobre el prójimo.
Sabed que éstas son también virtudes. Virtudes que denotan, en quien las posee, además de caridad, honestidad. Porque el que es honesto obra bien, y, dado que se piensa que los demás actúan como habitualmente actuamos, sucede que la confianza, la sencillez, que creen que las palabras de los demás son verdaderas, denotan que el que escucha estas palabras dice la verdad en las cosas grandes y pequeñas, por lo que no desconfía de lo que los demás manifiestan.
¿Por qué pensar, frente al peregrino que os pide hospedaje: «¿Y si luego es un ladrón o un homicida?» ¿Tanta estima tenéis de vuestras riquezas, que os echáis a temblar por ellas ante cada extraño que llega? ¿Tanta estima tenéis de vuestra vida, que os acurrucáis de horror al pensar que os podáis quedar sin ella? ¿Acaso creéis que Dios no puede defenderos de los ladrones? ¿Acaso teméis que en el viandante se cele un ladrón y no tenéis miedo del tenebroso huésped que os despoja de aquello que es insustituible? ¡Cuántos hospedan en su corazón al demonio! Podría decir: Todos alojan el pecado capital, y ninguno tiembla por ello. ¿Entonces sólo es precioso el bien de la riqueza y la existencia? ¿No será más valiosa la eternidad, que os dejáis arrebatar y matar por el pecado? ¡Pobres almas, pobres almas despojadas de su tesoro, entregadas a las manos de los asesinos -así, sin más, como si tuviera poca importancia-, mientras que se abaluartan las casas, se meten cerrojos, perros, cajas de seguridad, para defender las cosas que no nos llevamos a la otra vida! ¿Por qué querer ver en cada peregrino un ladrón? Somos hermanos. La casa se abre para los hermanos que van de paso.
¿No es de nuestra misma sangre el peregrino? ¡Sí! Es sangre de Adán y Eva! ¿No es nuestro hermano? ¡Claro que sí! El Padre es uno sólo: Dios, que nos ha dado un alma igual, de la misma forma que a los hijos de un mismo lecho un solo padre da una misma sangre. ¿Es pobre? Haced que vuestro espíritu, privado de la amistad del Señor, no sea más pobre que él. ¿Lleva un vestido roto? Haced que no esté más rota vuestra alma por el pecado. ¿Su pie está lleno de barro o polvoriento? Haced que vuestro yo no esté más deteriorado por los vicios, que sucias sus sandalias por tanto camino hecho, rotas por haber andado mucho. ¿Su aspecto es desagradable? Haced que no lo sea más el vuestro ante los ojos de Dios. ¿Habla una lengua extranjera? Haced que el lenguaje de vuestro corazón no sea incomprensible en la ciudad de Dios.
Ved en el peregrino a un hermano. Todos somos peregrinos en camino hacia el Cielo, todos llamamos a las puertas que hay a lo largo del camino que va al Cielo; las puertas son los patriarcas y los justos, los ángeles y los arcángeles, a los cuales nos encomendamos para recibir ayuda y protección y así llegar a la meta sin caer exhaustos en la oscuridad de la noche, en medio de la crudeza del hielo, víctimas de las asechanzas de los lobos y chacales de las malas pasiones, y de los demonios.
De la misma forma que queremos que los ángeles y los santos nos abran su amor para recibirnos e infundirnos nuevo aliento para proseguir el camino, hagamos lo mismo nosotros con los peregrinos de la tierra. Por cada vez que abramos la casa y los brazos, saludando con el dulce nombre de hermano a un desconocido, pensando en Dios que lo conoce, os digo que habrán quedado recorridas muchas millas del camino que va al Cielo.
Poema del Hombre-Dios, María Valtorta