¡Oh, verdaderamente todos los hombres, de la misma forma que son peregrinos, están enfermos! ¡Verdaderamente las enfermedades más graves son las del espíritu; las invisibles y mayormente letales! Y, a pesar de ello, de éstas no se siente asco; no repugna la llaga moral, no produce náuseas el hedor del vicio, no da miedo la locura demoníaca, no horroriza la gangrena de un leproso del espíritu, no pone en fuga el sepulcro lleno de podredumbre de un hombre de corazón corrompido y putrefacto, no implica anatema acercarse a una de estas impurezas vivientes. ¡Oh, cuán pobre y pequeño es el pensamiento del hombre!.
Decidme: ¿qué vale más, la carne y la sangre o el espíritu?, ¿puede lo material corromper, por proximidad, a lo incorpóreo? No, os digo que no. El espíritu tiene infinito valor respecto a la carne y la sangre; esto sí. Pero, que tenga más poder la carne que el espíritu no. Y el espíritu puede ser corrompido por cosas espirituales, no por cosas materiales. No porque uno cuide a un leproso queda contaminado de lepra en su espíritu; antes al contrario, por la caridad ejercitada hasta el punto de aislarse en valles de muerte por piedad hacia el hermano, cae de él toda mancha de pecado. Porque la caridad es absolución del pecado y la primera de las purificaciones.
Que vuestro pensamiento inicial sea siempre: «¿Qué querría que hicieran conmigo, si estuviera como éste?». Y obrad como quisierais que se obrase con vosotros.
Ahora todavía Israel tiene sus antiguas leyes. Mas llegará un día, cuya aurora no está muy lejana, en que se venerará como símbolo de absoluta belleza la imagen de Uno en quien quedará reproducido materialmente el Varón de dolores de Isaías y el Torturado del salmo davídico; Aquel que, por haberse hecho semejante a un leproso, vendrá a ser el Redentor del género humano; a sus llagas acudirán –como los ciervos a los manantiales- todos los sedientos, los enfermos, los exhaustos, los que sobre la faz de la tierra lloran, y Él calmará su sed, los curará, los reanimará, consolará su espíritu y su carne; será aspiración de los mejores hacerse como Él, cubiertos de llagas, exangües, maltratados, coronados de espinas, crucificados, por amor de los hombres necesitados de redención, continuando la obra del Rey de los reyes y Redentor del mundo. Vosotros, que todavía sois Israel, pero que ya estáis echando las alas para volar al Reino de los Cielos, tened desde ahora esta concepción y valoración nueva de las enfermedades, y, bendiciendo a Dios que os mantiene sanos, avecinaos a los que sufren y mueren.
Un apóstol mío dijo un día a su hermano: «No temas tocar a los leprosos. No se nos pega ninguna enfermedad por voluntad de Dios». Bien dijo. Dios tutela a sus siervos. Pero, en el caso de que fuerais contagiados cuidando a los enfermos, cual mártires del amor seréis introducidos en la otra vida.
Poema del Hombre Dios, María Valtorta